Casado con PIlar de Arístegui, fue persona de profundas convicciones religiosas, siempre hizo gala de lo que definía como un “patriotismo meditado”. Por eso, su vocación diplomática le permitió trabajar durante más de cuarenta años al servicio de España.
Fue secretario de Estado, cónsul y embajador, ocupando destinos como Manila, Estocolmo, Rio de Janeiro, Uganda, Kenia, Madagascar o Perú, y terminó su carrera diplomática representando a España, durante más de siete años, en la Santa Sede.
Durante este tiempo fue uno de los diplomáticos acreditados más próximo a Juan Pablo II, con quien llegó a entablar una sincera amistad. Durante los dos años que coincidió con Benedicto XVI tuvo la oportunidad de mantener varias reuniones públicas y privadas con el Pontífice, al que definió como afable, culto y discreto´. Un pontífice tan culto que Carlos Abella gustaba de contar anécdotas sobre sus conversariones con él, como aquella ocasión en la que Benedicto XVI le preguntó con preocupación por el funcionamiento de las autonomías en España. De él dejó también dicho que fue la persona a la que los cristianos deben la gran obra de haber acercado el catolicismo a la ciencia.
Tras su retiro a la vida privada en 2004, se centró en la actividad literaria, destacando Memorias confesables de un embajador en El Vaticano. En sus páginas, de apasionante lectura, contaba, no sólo su día a día como diplomático sino como fueron las relaciones entre la Santa Sede y una España gobernada por los socialistas o cómo se vivió en la embajada española la pastoral ´Preparar la Paz´, que suscribieron los obispos vascos de la época. Este interesante libro de Memorias confesables de un embajador en El Vaticano se puede comprarse en la web de Ocio Hispano.