El Papa Francisco ha firmado en la mañana del jueves 22 de junio el reconocimiento de las virtudes en grado heroico vividas por la hermana carmelita Lucia Dos Santos, conocida por ser la mayor de los 3 pastorcitos videntes de Fátima, junto con otras 4 personas de distintas épocas, incluyendo una mujer educada en Cuba que fue religiosa educadora en EEUU y un teólogo franciscano del concilio de Trento que luego fue ermitaño. Todos serán ahora reconocidos como Venerables por la Iglesia, y si se reconociera algún milagro atribuible a su intercesión celestial podrán ser declarados beatos.
La vidente de Fátima que vivió hasta 2005
La noticia sobre Lucia de Fátima ha hecho que sonaran las campanas en la mañana de este jueves en el santuario portugués, por encargo del rector, el padre Carlos Cabecinhas. El santuario ha querido recordar que ella vivió en armonía la espiritualidad del Carmelo y la del Mensaje de Fátima, y desde su convento carmelita recibió miles de cartas que le pedían oración.
Lucia dos Santos nació en Aljustrel (Portugal, cerca de Fátima) el 28 de marzo de 1907. Tenía 10 años cuando a partir de 1917 fue testigo de una serie de apariciones de la Virgen María en la Cova de Iria, en Fátima, junto con sus dos primos Francisco y Jacinta Marto, hoy ya santos, canonizados por el Papa Francisco en 2017. Mientras que a veces ellos sólo veían o bien oían a la Virgen (y nadie más), ella podía verla y oirla.
Sus primos, los hermanos Marto, murieron muy jóvenes (Francisco con 11 años en 1919, Jacinta con 10 en 1920) a causa de la gripe. El 13 de octubre de 1930, trece años después del llamado Milagro del Sol, el obispo de Leiria confirmó que las apariciones eran dignas de crédito y las peregrinaciones a Fátima se multiplicaron.
Lucia quedó como voz y memoria viva del mensaje de la Virgen, incluyendo los llamados "secretos", que transcribió por encargo del obispo de Leiria, José Alves Correia da Silvia en cuatro documentos entre 1935 y 1941. El llamado "tercer secreto", fechado en 1944, lo envió a Roma. San Juan XXIII lo leyó en 1960 pero no lo divulgó. San Juan Pablo II lo divulgó en el año 2000: un mensaje de conversión y la visión de un obispo vestido de blanco que caía.
La joven Lucia vivió unos años en la Quinta da Formigueira en Frossos, Braga, propiedad del obispo de Leiria. En 1921, con 14 años, el obispo facilitó su entrada en el colegio de las Hermanas Doroteas en Vilar, cerca de Oporto.
La etapa española de la Hermana Lucia
En 1925, con 18 años, Lucia se trasladó a la provincia de Pontevedra, en España, donde fue primero novicia y luego profesó como monja dorotea. El 10 de diciembre de 1925, en Pontevedra, tuvo una visión del Niño Jesús que señalaba el Inmaculado Corazón de María cercado por espinas, y se le pidió extender la devoción de realizar actos de piedad en reparación los primeros sábados de los cinco primeros meses del año. El 15 de febrero de 1926, encontrándose en el patio del convento, se le apareció de nuevo el Niño Jesús. Este edificio en Pontevedra es ahora conocido como el Santuario de las Apariciones.
Además, en 1929, en el convento de las doroteas de Tuy, en la calle Martínez Padín, la hermana Lucía tuvo una visión de la Santísima Trinidad y del Inmaculado Corazón de María, durante la cual la Virgen le comunicó que había llegado el momento de que el papa realizase la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón en unión con todos los obispos del mundo.
Carmelita, memorias y encuentros con Juan Pablo II
En 1946 regresó a Portugal y en 1948 entró en el Carmelo de Santa Teresa en Coímbra. Allí escribió dos volúmenes con sus Memorias y los Llamamientos del Mensaje de Fátima. En 1967, Lucía viajó a Fátima para celebrar los cincuenta años de las apariciones de la Virgen y entrevistarse con el papa Pablo VI.
La Hermana Lucia de Fátima con Pablo VI en el santuario portugués en 1967.
También en Fátima, hace 40 años, en 1982, se reunió con San Juan Pablo II en una conversación de 12 minutos. En ese viaje el Papa entregó a la imagen de la Virgen una de las balas del atentado que había sufrido el año anterior. Lucia repitió el encuentro con este Papa en Fátima en el año 2000, durante la beatificación de sus primos Francisco y Jacinta. Murió el 13 de febrero de 2005, a los 97 años, en el Carmelo de Santa Teresa, en Coímbra. Por decisión del Gobierno portugués, fue día de luto nacional. En 2006 su cuerpo fue trasladado al Santuario de Fátima, donde descansa con sus primos.
Es significativo que Francisco apruebe estas virtudes heroicas 40 días antes de viajar a Fátima y Lisboa para la Jornada Mundial de la Juventud, y coincidiendo con un vídeo que dirige a los jóvenes portugueses.
Otros Venerables: de Cuba a Baltimore...
Otra nueva Venerable es Mary Elizabeth Lange, fundadora de las Hermanas Oblatas de Providencia. Era mulata, nacida en Haití o Santo Domingo hacia 1789. Se dice que su padre era un esclavo de una plantación y su madre la hija del dueño. Huyeron a Santiago de Cuba (territorio español), durante la revolución haitiana a inicios de los 90. Allí la niña recibió una excelente educación.
Madre Elizabeth Lange, vista por el pintor portugués Rubén Ferreira; educada en Santiago de Chile, hacia 1800 emigró a EEUU y fue impulsora de la educación de niñas negras.
Después, al empezar el nuevo siglo, ella emigró a Estados Unidos, donde había bastantes afrocaribeños de lengua francesa en Baltimore. Lange abrió una escuela para niños negros, y luego, con el sacerdote sulpiciano francés James Nicholas Joubert, lanzó una congregación femenina de religiosas de raza negra, las Oblatas, que nació en 1829 dedicada a la educación, especialmente de las niñas. Su primera escuela, St. Frances Academy, aún funciona en Baltimore. Esto sucedió 30 años antes de la abolición de la esclavitud en EEUU.
Un arzobispo salesiano social en Brasil
Antonio de Almeida Lustosa, al que la Iglesia reconoce ahora sus virtudes heroicas, nació en 1886 en una familia burguesa campesina en Minas Gerais (Brasil). Ingresó en una escuela salesiana a los 16 años, a los 18 años entró en la congregación y a los 26 era ordenado sacerdote. En 1925,con 39 años, fue nombrado obispo de Uberaba, diócesis de trabajadores y mineros. Encontró el seminario casi vacío pero un año después tenía unos 30 seminaristas.
Fue 10 años arzobispo de Belém do Parà y desde 1941, durante 22 años, arzobispo de Fortaleza. Se le considera un obispo promotor de la justicia social y la dignidad en el trabajo. Impulsó clínicas, un hospital, escuelas populares gratuitas y clubes de trabajadores. Para ayudar a las familias rurales fundó la congregación de los Josefines, presentes hoy en varias zonas de Brasil. Fue prolífico escritor en los más variados campos: teología, filosofía, espiritualidad, hagiografía, literatura, geología, botánica... Se retiró en 1963 y murió 15 años después, en 1974.
Un abogado que se hizo franciscano, teólogo en el Concilio de Trento
Antonio Pagani (1526–1589) fue el fundador de la Compañía de Hermanos de la Santa Cruz y de la Compañía de las Abandonadas de la Virgen, de laicos de espiritualidad franciscana. A los 19 años era abogado por la Universidad de Padua, empezó a trabajar en la Nunciatura vaticana ante Venecia, y decidió entrar en vida religiosa, primero como sacerdote barnabita en 1550 y como franciscano desde 1558. Fue predicador y formador, y participó como teólogo en el Concilio de Trento. Ayudó a reformar la diócesis de Vicenza. En sus últimos años combinaba la predicación con la vida ermitaña y escribía mucho de ascética y mística.
La vicenciana Anna Cantalupo, con huérfanos y soldados en guerras mundiales
Por último, el Papa reconoce como Venerable a Sor Anna Cantalupo, de las vicencianas o Hijas de la Caridad. Nació en 1888 en Nápoles, hija de abogada, niña amiga de halagos pero también de la oración. A los 14 años prometió a Jesús consagrarse a Él. Ingresó como vicenciana con 20 años.
En la Primera Guerra Mundial ayudó a rehabilitar mutilados de guerra, a los que cantaba himnos para animarles. También organizó muchas tareas con huérfanos de esa guerra. En su Casa de la Caridad hubo muchas conversiones entre pobres y enfermos. En la Segunda Guerra Mundial repartía la Medalla Milagrosa a los soldados de Catania y recogía cartas y mensajes para sus familias. Apoyó contra las epidemias de tuberculosis. Recibió muchos premios y la confianza del arzobispo para organizar, por ejemplo, el Congreso Eucarístico de Catania 1959. Murió en 1983, con 95 años.