Jennifer Meewon es una religiosa estadounidense de origen coreano pero que, sin embargo, tuvo que ser en Europa donde al final tuviera el encuentro con Dios que cambiara para siempre su vida.
Siendo una joven recién salida de la universidad sufría depresión y presentaba distintos trastornos alimenticios que la obligaban a ser tratada por psicólogos. Pero fue en Medjugorje, donde gracias a la Virgen, conoció la Comunidad del Cenáculo que tiene una casa en este lugar. Durante aquella peregrinación acabó dejando todo y en vez de volver a EEUU decidió unirse a la comunidad sanando de sus problemas y convirtiéndose posteriormente en hermana Misionera de la Resurrección, residiendo actualmente en Italia.
Educada en la fe católica
En una entrevista en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie TV, Jennifer recuerda como sus padres la educaron en la fe católica asistiendo también a colegios religiosos. Incluso iban a una parroquia de católicos coreanos. Por eso, aunque vivía en California sentía que tenía una especie de doble vida porque seguía viviendo sus valores familiares y religiosos al más puro estilo de Corea del Sur.
Según relata, “una de las heridas que tenía era que yo era coreana en una sociedad de blancos en aquel entonces, tenía un sentimiento de inferioridad y sentí el impulso por el que tenía que demostrar que yo podía ser alguien en la vida”. Por ello, en su interior se fue fraguando un espíritu competitivo que tenía que mostrar en el instituto o en los equipos deportivos a los que pertenecía. Tenía que ser reconocida.
Jennifer, cuyos padres son coreanos, fue criada en Estados Unidos en la fe católica
Los problemas alimenticios y la posterior depresión
Sin embargo, en aquel momento recuerda experimentar “un gran vacío” que sólo una experiencia con un grupo carismático frenó y le dio “fortaleza”.
Pero esto sólo fue un breve paréntesis en su vida porque rápidamente su búsqueda de ser alguien se transformó en obsesionarse con la comida y su cuerpo. “No quería engordar y tenía una necesidad increíble de ser perfecta”, explica.
Esta obsesión continuó durante la universidad y se agravó mucho convirtiéndose en un problema físico y psicológico de la que necesitó ayuda de profesionales. En la universidad su gran meta era entrar en el equipo de baloncesto porque no había conseguido la beca.
Tocar fondo
“No logré entrar en el equipo y ahí se me derrumbó todo. No lo conseguí y fue como si yo ya no fuese nadie”. En aquel momento de sufrimiento volvió a agarrarse a aquella fe infantil. Iba a misa, y rezaba pero confiesa que “no le sentía verdaderamente”.
De este modo, su estado fue empeorando, sus problemas alimenticios aumentaron y además cayó en depresión. Deambulaba por las calles como una especie de fantasma. Estaba desesperada.
Medjugorje, un punto de inflexión
Cuando peor estaba Dios apareció en su vida a través de la Virgen María. “Descubrí el sentido de mi vida cuando me encontré con Jesús y con su Madre en Medjugorje”, asegura Jennifer.
Tras acabar la universidad quería hacer un año de voluntariado pero debido a sus problemas con la comida y la depresión no encontraba ninguna que quisiera aceptarla. Entonces su madre le propuso el verano previo al que iba a empezar a trabajar que fuera al festival de jóvenes de Medjugorje. “En aquel momento yo no tenía ninguna relación con la Virgen. La idea de ser una mujer que debía servir y ser humilde no era algo que yo quisiera, no quería saber nada de eso”, cuenta la ahora religiosa, que además consideraba rezar el Rosario como algo totalmente aburrido.
Su viaje a Medjugorje –continúa Jennifer- fue una “gracia de Dios” porque había leído acerca de las grandes conversiones que se producían en este lugar mariano. “Jesús si me vas a llevar ahí, cambia mi vida”, pensó ella en aquel momento.
La Comunidad del Cenáculo
Una vez en Medjugorje conoció a una mujer que a su vez tenía una estrecha relación con la madre Elvira, fundadora de la comunidad a la que Jennifer pertenece ahora, así como a la Comunidad del Cenáculo, que tiene un centro en esta aldea bosnia, y que acoge a personas con graves adicciones, de las cuales muchas de ellas salen curadas de cuerpo y alma.
Esta mujer le dijo que esta comunidad podría ayudarla por lo que Jennifer acudió con ella a visitar este centro. Allí quedó impresionada al ver el “brillo en los ojos” de aquellos jóvenes que adictos como ella (cada uno con un problema diferente) rezaban el Rosario e irradiaban paz.
“Fue entonces cuando todas las cosas que había hecho en mi vida empezaron a tener sentido. Mi fe empezó a hacerse realidad. Jesús era real. Y este momento de cambió empezó cuando fui a Medjugorje. Así, en mi desesperación me puse de rodillas y como el leproso dije: ‘¡Jésús, Hijo de David, ten compasión de mí!’”, relata esta estadounidense.
Nunca había gritado así al Señor, y sintió su oración respondida. El siguiente paso fue la necesidad de confesar. Medjugorje, lugar donde la confesión es uno de los elementos característicos, fue el lugar en el que Jennifer acudió a este sacramento. Afirma que lloró tanto que gastó todos sus pañuelos y el propio sacerdote tuvo que dejarle el suyo.
La decisión que tuvo que tomar en Medjugorje
“Me acuerdo de pedir a la Virgen: ‘¡Por favor María, si Jesús y Tú podéis cambiar mi vida, hacedlo, por favor!”.
Tras varios días en Medjugorje, en los cuales su vida había dado un vuelco total tocaba volver a Estados Unidos. Jennifer sentía que este no podía ser el fin así que se fue a la puerta de la casa en la que se alojaba la madre Elvira y empezó a rezar frente a una imagen del Padre Pío.
De repente, la Madre salió de la casa y se encontró con ella. “¿Qué debo hacer?”,preguntó la joven. Y la religiosa le dijo que a la mañana siguiente las hermanas volverían a Italia en furgonetas y que podía ir con ellas.
Jennifer dudó porque debía volver a su casa. Pero al final llamó por teléfono a Estados Unidos y ante la estupefacción de sus padres les dijo que no volvería a Estados Unidos sino que se iba a Italia con las Hermanas Misioneras de la Resurrección. Además, decidió abandonar el trabajo.
En la casa de la comunidad en Italia comenzó lo que ella llama su “camino de resurrección en comunidad”. Poco a poco poniendo su vida delante de Jesús Sacramentado y rezando el Rosario fue venciendo sus miedos, lo que fue “liberador y terapéutico”.
Sus problemas físicos y psicológicos desaparecieron y logró la paz que tanto anhelaba, y entonces ya sin ruidos extraños sintió la llamada a entregarse por completo a Jesucristo a través de la vida consagrada y en la misma congregación que la rescató cuando en Medjugorje buscaba desesperadamente la vida.