El Réquiem de Mozart, tiene un significado especial para la coreógrafa chilena Ana Luisa Baquedano, porque en la danza da el eco a su propia historia.
Gestada cuando su madre fuere abusada, Ana Luisa defiende el derecho a la vida de los niños por nacer.
La tarde de un miércoles de otoño estaba invadida por el frío y el cielo advertía que pronto la lluvia iba a empapar a los transeúntes que caminaban por avenida Kennedy en Las Condes, Santiago de Chile.
Desde fuera, la ventana de la academia de danza Movimiento Moderno (Mo-Mo) dirigida por Ana Luisa Baquedano trabaja, y el grueso vidrio generosamente deja ver a un grupo de jóvenes que mueven con elasticidad sorprendente sus cuerpos, siguiendo en cada momento las instrucciones de Ana, su maestra y coreógrafa.
Ella no deja de gesticular, mientras de fondo suena una tenue melodía de piano. Entusiasmada, usa un maternal tono de voz para decir “basta por hoy, recuerden ensayar sus pasos, abríguense niños y vayan a casa”.
Cuando la presidenta de su país, Chile, empuja al poder legislativo para que apruebe una ley que despenalice el aborto, Ana regala su testimonio en Portaluz y su voz es la de aquellos que no la tienen para poder defenderse… los miles de embriones que en virtud de ese proyecto de ley serían abortados.
Seres humanos que como ella podrían ser gestados en una situación de abuso y cuyas vidas son sentenciadas.
Pero Ana vivió, su madre tomó la opción del amor que sublima y ella hoy con su más reciente obra -“Misa de Réquiem”- expone con la plástica belleza de la danza el triunfo de la vida.
“Son tres los valores fundamentales que entrega Réquiem: el respeto a Dios, el respeto a la vida, el respeto a la tierra”, sentencia.
Al iniciar, aclara que si accede a contar su historia “no es para promover el morbo”, sino, porque cree que su testimonio ayudará a que otras mujeres “tengan otra visión de lo que es la vida”.
Hace poco más de un año, cuando cumplió 54 abriles, su madre le abrió su corazón confesándole que la había concebido tras ser abusada.
“Era fuerte escucharla, pero a la vez sirvió para encontrarle sentido a muchas cosas”, explica y agrega que tras la revelación solo hubo un estremecedor abrazo que sirvió para “darle las gracias a Dios por vivir… para encontrarle sentido a mis temores, a mis aprehensiones, encontrarle sentido a toda mi vida, en general, de por qué tenía la necesidad de cuidar niños, de cuidar animales. Siempre he cuidado a los infantes, ya sea un perro, un gato, un loro, un canario, un sapo, lo que sea. Y a través de mi arte, he criado niños desde los 3 hasta los 45 años, más o menos”.
Esta maternidad que late en su ser selló la vocación como educadora. Licenciada en Matemáticas, hace unos años decidió enseñar los números a través de la danza, porque “todo tiene un equilibrio perfecto… cada cosa que haces o realizas tiene una numeración y una cuántica, entonces, en mi sala enseño la importancia que tienen las proporciones y las relaciones, tanto numéricamente como emocionalmente. Es importante enseñar a moverse a través del amor, y que amar a alguien no tiene ese contexto, digamos, banal que le dan hoy en día los medios de comunicación. El amar al prójimo es lo importante, y amar intensamente a todos estos alumnos también es importante. Cuando tú enseñas a través del amor, los frutos que tú recibes después, son mucho mejores”.
Tras el relato de su madre, Ana recuerda haber compartido su historia en clases con unas alumnas. “Una de ellas -indica- empezó a insistirme si podría hacer pública mi historia. Ella trabaja en una fundación que se dedica a acompañar a las mujeres que quieren abortar, llamada Fundación Chile Unido (www.chileunido.cl). Luego ella llevó a algunas mamás para que vieran el espectáculo y me dijo que esta obra ayudaría a miles de personas”.
Nunca pensó que la adaptación que hizo durante el 2007 volvería a adquirir un nuevo matiz y que se transformaría, señala, en el “Canto a la Vida de muchos corazones” este año.
“Cuando me dijeron que tenía que presentar una obra en el teatro Municipal de Las Condes y me dije «de todas mis obras, ¿cuál es la mejor que podría llegarle a las mamás?» y escogí Réquiem. Para mí, es una obra magistral, la música es perfecta. Es como si en esa música realmente uno tocara a Dios. No sé si la han escuchado, pero creo que es una obra en la que pones la música desde que empieza hasta que termina, y es perfecto”.
Hoy, siendo madre de dos hijas, asume que dentro de la sala la familia crece y que es madre de “muchos más”.
Sobre si ha habido “daños” atribuibles al modo en que fue gestada, expresa enérgica: “La verdad es que he tenido una vida bastante feliz, he tenido un grupo de apoyo, he podido llegar a la universidad, estudié, pude desarrollarme. Creo que no incidió en nada. Me siento hoy con una fuerza mayor. Quizá fue tan brutal la concepción, que eso te genera un embrión fuerte, sólido y definido. O sea, creo que hay algo, porque tengo una personalidad fuerte y un carácter fuerte para educar a todos estos niños”.
Ana está consciente del valor de su testimonio cuando en Chile planea la despenalización del aborto, pues una de las tres causales propuestas refiere al modo en que fue concebida.
Directa, demanda se reconozca que “cuando un espermio con un óvulo se juntan, ya hay un ADN completo que tiene memoria, que tiene sentido, que tiene futuro y que tiene toda una vida organizada. Esa persona llega a este mundo y se desarrolla con un potencial que ya trae en sus genes. Si no, ¿para qué descubrimos el ADN? Desde el momento de la concepción ya hay un ser que tiene una historia y que trae algo. Ahí es donde voy yo… ¿Qué derecho tenemos nosotros para eliminar o decidir sobre esa vida?, no tenemos ningún derecho. Esa vida es absolutamente independiente y nosotros somos portadores de ese embrión”.
Por eso no comparte la lógica de aprobar la interrupción voluntaria del embarazo en ninguna de las circunstancias.
“Creo que la naturaleza es muy sabia y la naturaleza, los animales y los seres humanos, se va el que se tiene que ir y se queda el que tiene que quedarse. Nosotros estamos ya tomando decisiones a ese nivel, de decidir quién se queda o quién se va, y creo que eso no está en nuestras manos. Creo que no somos nosotros quienes tenemos que definir quién debe estar en la tierra y quién no. Creo que ese concepto la gente no lo tiene bien claro”.