El 15 de agosto de 2012 Angela Pustelnik cortó las pulseras hechas por ella misma, las dobló ordenadamente y las depositó en un baúl.
Cada una de estas pulseras simbolizaba un éxito, como por ejemplo el examen de conducir o la selectividad. Fue el día en el que la joven de veinte años escondió sus largos cabellos rubios bajo un velo, sustituyó sus tejanos y camisetas de colores con el hábito, abandonó su vida en la pequeña ciudad de Bad Salzuflen en el norte de Alemania y se trasladó al convento de las hermanas capuchinas Leiden Christi en Jakobsbad, cerca de Appenzell. Ese día Angela Pustelnik se convirtió en Sor Elisabeth.
Angela, con 20 años, cuando entró como novicia
Dice que no quiere olvidar su pasado, pero que lo que ahora cuenta para ella es el aquí y el ahora. Por esta razón sólo ha quedado una pulsera azul decorada con encaje blanco bajo el hábito negro: “Representa mi entrada en el convento. El convento es mi vida y ese lazo azul representa precisamente esto”.
A final de abril, Sor Elisabeth, la monja capuchina más joven de Suiza, ha celebrado su profesión temporal junto a Sor Chiara: ambas han sustituido el velo blanco de novicia con el negro de monja. Un gran día para el convento Leiden Christi. Hacía años que no sucedía que se celebrara más de una profesión a la vez.
Gracias a Sor Elisabeth y Sor Chiara, de 43 años, ahora las monjas en el convento de Appenzell son diez y la edad media ha bajado a los 60 años.
La joven de 22 años no está atormentada por ninguna duda. El lugar predilecto de Sor Elisabeth dentro del convento es el Coro, donde las mujeres rezan cinco veces al día. En su mesita hay una piedra con la imagen pintada de un ángel.
Cuando Elisabeth da vueltas al pequeño ángel entre sus dedos y está feliz por el hecho de que él reza con ella, cuando sonríe o se ríe, da la impresión de que nos encontramos ante una chiquilla. Y por fuerza nos preguntamos: ¿cuánta reflexión se ha necesitado para entrar en el convento? ¿Es posible que la joven religiosa se transforme un día en una universitaria? Pero la joven no tiene ninguna duda. Duda un instante y después prosigue con cautela.
Dice que la oración forma parte de su vida diaria desde su infancia, pues hablaba a menudo con Dios desde que era una niña. “No importaba si estaba triste o había hecho algo bonito; en mis pensamientos tenía que contárselo a Dios. Él era y sigue siendo mi mejor amigo”.
Con sus padres leía la Biblia todos los días por la noche; rezaba siempre antes de las comidas e iba a misa todos los domingos. Pero a medida que crecía, también crecía en ella el deseo de vivir con Dios.
“Deseaba dedicar mis jornadas al dialogo con Dios, darle las gracias por todo”.
Mientas sus compañeros de clase intentaban ser admitidos en la Universidad, Angela buscaba un convento. Los otros le hacían entender que su gran fe y su deseo de estar cerca de Dios lo más posible eran cosas poco comunes.
La mayor parte de sus compañeros no conseguía entender porqué quería “desperdiciar así su vida”. Los profesores se reían de ella, estaban convencidos de que antes o después cambiaría de opinión. Pero ella siguió imperterrita su camino: “Sabía que estaba haciendo lo correcto”.
La joven encontró la página web del convento Leiden Christi. Después de un intercambio de correspondencia con la madre superiora del convento que duró un año, ésta la invitó a participar durante tres días a la vida diaria, hecha de oración y de trabajo.
Su padre la acompañó a Jakobsbad, situado a los pies del Monte Kronenberg, donde el pequeño convento está inmerso entre colinas y bosques.
“No había estado nunca en Suiza; no había estado nunca dentro de un convento; no había hablado nunca con una monja. Pero al llegar intuí enseguida: Estoy en el lugar donde Dios me quiere”.
Tres meses después hizo las maletas con lo estrictamente necesario y se despidió de su padre, de su madre y de su hermana, más joven que ella.
Leiden Christi es un convento de clausura; las monjas capuchinas salen en contadísimas ocasiones.
Cada monja tiene un día al mes a su libre disposición y tres semanas de vacaciones al año.
El resto de los días se levantan a las 5 de la mañana. En el tiempo que transcurre entre cada una de las oraciones diarias trabajan en la farmacia del convento, se ocupan de los enfermos y hacen los trabajos de casa. Se van a dormir a las 21 horas.
Cuando una hermana necesita algo, habla de ello con la Madre; el dinero para pagarlo procede de la “cassaper”, de la caja para los gastos domésticos.
Un gran paso para una mujer joven, que antes amaba ir de compras con sus amigas y vestirse bien.
“Todo esto no representa un problema», nos asegura Sor Elisabeth, como hace a menudo durante nuestro coloquio. Dice que es feliz con su nuevo, y restringido, vestuario: “Cuando me miro en el espejo y veo a una monja, es una sensación increíblemente bella, algo maravilloso”.
Es muy raro que sienta nostalgia de su casa: “Existe Skype y el email para comunicarse con la familia”.
Angela, a la derecha, con Hedwig, la otra novicia,
muy nerviosas en el día de su profesión religiosa
Las monjas se han convertido en su segunda familia. Se siente especialmente cercana a Sor Chiara, que ha sido novicia y se ha convertido en monja al mismo tiempo que ella. Las dos “nuevas” se han preparado juntas para el gran día: ambas estaban nerviosas cuando tuvieron que pedir, durante la misa, la profesión temporal al vicario general y a otros siete sacerdotes.
“Es bonito poder compartir estas sensaciones con alguien tan nuevo como tú en todo esto”, nos dice Hedwig Eicher, de Wattwil, ahora Sor Chiara. Se necesita tiempo para acostumbrarse a la comunidad monacal.
“Yo tenía un trabajo, una casa, era autónoma e independiente; está claro que se necesita tiempo para acostumbrarse al cambio”, nos explica la ex-florista.
Y cuando hay diez caracteres juntos no siempre se está de acuerdo y se pueden crear pequeños desacuerdos. «Somos personas absolutamente normales. La única diferencia es que perdonamos más deprisa que otras personas”.
Hedwig Eicher, la más joven de 13 hijos, creció cerca de un convento de monjas capuchinas. “Mis padres eran muy creyentes, la fe siempre ha formado parte de mi vida”, recuerda. No obstante, decidió aprender el oficio de florista. Tras diez años de dedicación al trabajo de sus sueños, se vio obligada a cambiar de trabajo por razones de salud. Después de un curso de perfeccionamiento como comercial encontró trabajo como secretaria parroquial en el convento de Wattwil.
En el pasado ya había sentido el deseo de la vida monástica, pero siempre lo había dejado aparcado, hasta que ya no consiguió apartar este pensamiento.
Muchas personas reaccionaron con incomprensión. “Acepto su opinión, pero pretendo que también acepten mi decisión, como yo he aceptado las suyas”, dice Sor Chiara.
A las dos religiosas les quedan aún tres años para tomar la decisión de permanecer para siempre en la orden y hacer la profesión perpetua. Si decidieran cambiar de opinión, ¿qué harán? ¿Ir a la universidad, trabajar, descubrir el mundo? La joven Sor Elisabeth sonríe ampliamente y dice: “No consigo imaginar que llegue un día en que yo no quiera vivir en el convento. Pero si tuviera que suceder, Dios tendrá de todas formas un proyecto para mi”.
(Traducción del alemán al italiano de Susanne Siegl-Mocavini; del italiano al español de Helena Faccia Serrano)