En ella habla de diversos temas: su secuestro, su recuperación, su militancia política en el PP y, al desencantarse de esta formación, en Vox... En ReL seleccionamos a continuación los fragmentos que se refieren a su experiencia espiritual y su fe católica, y también lo que se refiere a la defensa de la vida y la familia.
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-Si hubiera sido una ballena [en vez de un zulo, un agujero], habría sido más generosa en determinados aspectos. Lo digo por Jonás... -dice Ortega Lara.
-¿A qué se refiere?
-A Jonás lo devolvió la ballena a la playa. A mí me tuvo que ir a sacar la Guardia Civil.
-¿Se sintió como Jonás?
-En el sentido de ser un desgraciado, sí. Pero nunca tuve la esperanza de que ellos fueran a escupirme al exterior.
[...]
-El próximo 17 de enero se cumplirán 18 años de aquel día...
-El día de San Antón. A veces me siento como una mascota porque es el día en que se bendice a los animales... Me acuerdo perfectamente. Me abordaron dos personas. Una me puso una pistola en la cabeza. Me dijo: «Necesitamos tu coche, huimos de la Policía...». Yo le di un empujón: «¡Déjame en paz!». Me volvió a apuntar. Le di otro empujón. Volvieron otra vez. A la tercera ya no reaccioné. Pero quisieron ponerme un sedante y no me dejé. Grité. «Bueno, no importa», dijeron. Entonces me ataron las manos a la espalda, me amordazaron, me taparon los ojos y me metieron en el maletero de mi coche. Ahí empezó la pesadilla.
-Cuando le quitaron la venda...
-Ya estaba dentro del zulo, de la ballena, de lo que sea...
-¿Cuál fue su primera sensación?
-De incredulidad. En aquella especie de sarcófago que había en el camión que me trasladó ya fui consciente de que era ETA. Pero luego, allí abajo, entré en una especie de shock, me costó semanas aceptar que quien estaba allí era yo.
-¿Cómo lo superó?
-Me aferré a tres cosas: a mi familia, hablando todos los días en voz alta con mi mujer, a la oración y al sentido del método que me enseñaron los salesianos. Todos los días igual: te levantas, te aseas, haces los estiramientos, lees, rezas, limpias el habitáculo... Aunque tuviera el alma dolorida y el cuerpo destrozado nunca abandoné ese método.
[...]
-Usted contó que les pidió libros de la generación del 98 y le preguntaron que qué era eso.
-Sí, es verdad. Culturalmente no tenían gran nivel. Les habían metido dos o tres ideas en la cabeza y no salían de ahí: «Vosotros habéis invadido Euskal Herria, el Estado es el represor...». Intentar razonar con ellos era como hablar con las paredes.
-¿No intentó usted que entendieran que secuestrar y matar no es moralmente aceptable?
-A ellos les habían inculcado un proceso de cosificación. «Tú no estás aquí porque te llames José Antonio sino porque eres miembro de los cuerpos represores».
-¿Cosificación? ¿Quién era la cosa?
-Yo, yo, yo... Para ellos, yo era la cosa.
Ortega, al ser liberado después de 532 días encerrado
[...]
-Usted ha comentado que se le pasó por la cabeza suicidarse, ¿pero hasta qué punto llegó a madurar la idea?
-Lo programé, lo preparé y lo ensayé.
-¿Cómo que lo «ensayó»?
-Sí, dos veces. La primera cortándome estas venas de la mano, aquí en la parte posterior de la muñeca. Sangré mucho y me desmayé. [...]
-¿Y el segundo «ensayo»?
-Fue el más definitivo, por decirlo así. Pasaron unos 15 días. Se acercaba ya el 27 de junio, que era nuestro aniversario de boda. Era la fecha que me había puesto como límite. Trencé una cuerda con jirones de bolsas de basura de plástico, me la puse al cuello, la colgué del clavo del que pendía la hamaca en la que dormía, apoyé la silla sobre dos patas, me até las manos a la espalda y...
[...]
-¿Si no fuera creyente se habría suicidado?
-Con toda probabilidad. Para un creyente el suicidio es lo más degradante, lo más humillante. Cada vez que me lo planteaba me sentía fatal conmigo mismo. Pero aquel dolor era insoportable.
-Debió ser un conflicto desgarrador.
-Siempre discutía con Dios. Luego me arrepentía, me disculpaba y volvíamos otra vez, así día tras día. Al final le decía: «Hombre, por favor, dame una salida. Si no consideras oportuno que salga de aquí vivo, haz por lo menos que me maten. No hagas que tenga que acabar yo mismo con mi vida».
-Eso mismo es lo que le pedía a Dios uno de los personajes de El Maestro y Margarita de Bulgakov cuando Cristo estaba en la cruz: «Dale una salida».
-¿Pensó en algún momento que lo suyo era como la Pasión...?
-Sí y me enfadaba con Él: «Lo tuyo duró tres días hasta la Resurrección. Pero yo llevo aquí 300, 400, 500 días y no me das ninguna solución». Al día siguiente hacía de tripas corazón y le decía: «Perdona, es que estoy muy enfadado... pero tengo motivos para estar enfadado, ¿no?».
-¿Llegó a compararse con Jesucristo en la cruz?
-Me sentía como el más desgraciado de los hijos de Dios. ¡Pero cómo me voy a comparar con Jesucristo...!
-En el sentido de que la Redención es pagar por los pecados ajenos, sacrificarse por los demás...
-Durante un tiempo me sentí útil. Pensaba que mientras estuviera allí a ningún otro compañero le iba a pasar lo que a mí... Pero todo tiene un límite. Llega un momento en que más que un ser humano eres casi un guiñapo y eso me aterrorizaba...
-Hasta pensar que Dios le había abandonado...
-Había que estar allí, en aquellas circunstancias, en aquel momento, en absoluta soledad, en medio de aquella humedad, con dolores físicos y el alma destrozada. Sufriendo, sufriendo y sufriendo todos los días...
[...]
-Debió ser difícil para usted dejar el PP...
-Fue muy doloroso porque yo quería mucho al PP. Y esto es como en las relaciones de amor: el que más pone es el que más pierde al final.
-¿Pero se puede «querer» a un partido político?
-Cuando entré en el PP estábamos muy ilusionados con lo que hacíamos, con los ideales del partido, la unidad de España, la no intervención del Estado en la esfera privada, la defensa de la vida... Con todas esas cosas llegas a querer al partido de verdad. Cuando poco a poco te vas desenganchando, la decepción se multiplica.
-¿Cuál fue la gota que colmó el vaso?
-Cuando dejaron en la estacada a María San Gil. María se jugó la vida durante muchos años, luego superó lo del cáncer y cuando vi que, después de todo lo que había luchado, la tachaban de loca, me dije: «Madre mía...». Aquello era insoportable. «Hasta aquí hemos llegado». Y di por terminada esa etapa.
[...]
Bolinaga, uno de los que mantuvo encerrado a Ortega, hoy en libertad domiciliaria por "razones de salud"
-Ahora Bolinaga [uno de sus captores] está en arresto... domiciliario.
-Sí, a mí también me decían: «Estás arrestado por ser un miembro del aparato represor». Pero a mí me tenían allí, en aquel agujero, claro.
-¿Cómo sabe que Bolinaga era uno de ellos si iban encapuchados?
-Por la voz. Se hacían llamar Patxi, Jon, Mikel e Iñaki. Bolinaga era Iñaki.
-¿Y cómo se comportó personalmente con usted?
-Tenía días, yo también... Los días malos yo les llamaba «terroristas» y el resultado final era que me quitaban horas de luz o me retiraban el periódico. A veces Iñaki me traía para cenar higos secos. Me decía: «Cómetelos que son muy afrodisíacos». Para lo que me podía servir ahí... Cuando los desairaba eran un poco crueles...
-¿A qué se refiere?
-Cuando me negaba a que entraran en el habitáculo, me reducían por la fuerza. Bajaban dos, se ponía uno encima de mí y me esposaban. Reducían mis horas con luz.
-También me dejaban sin periódico.
-Sin información, claro.
-Y sin papel para secar la humedad de las paredes. Por eso estaban negras. Por la tinta del periódico. Yo las frotaba una y otra vez pero la humedad reaparecía... y se metía en mis huesos.
-¿Y le parece normal que alguien condenado por todo eso esté en libertad desde hace más tiempo que los 532 días que pasó usted allí, alegando una enfermedad terminal?
-La de Bolinaga fue una excarcelación política. Yo siempre la he visto así. Como parte de la hoja de ruta que nació de la negociación política del Gobierno socialista con ETA y que el actual ha asumido como propia.
-¿Y qué siente al verlo ahora por la calle o en su casa?
-Intento vivir sin miedo, sin odio, sin olvido y perdonando. Yo a él ya le he perdonado. Me ha costado mucho pero al final el perdón es positivo porque te quitas una carga de encima. El otro ni siquiera sabe si le odias, le da igual, sólo te haces daño a ti mismo.... Que Dios le conserve la vida y espero que le sirva para darse cuenta del mucho daño que ha hecho y de lo afortunado que es porque en las cárceles hay muchos reclusos con peor salud que la suya.
-¿Y el Estado debe perdonarle?
-No. La acción de la Justicia debe continuar de oficio. El perdón incumbe solamente al victimario y a la víctima. Focalizar todo en el perdón es una maniobra de despiste.
-¿Sería capaz de hablar con Bolinaga?
-Después de todo aquel suplicio... No me lo he planteado. No puedo decir ni que sí ni que no... Me costaría mucho.
[...]
-¿Cuáles considera usted que son las otras propuestas clave que defiende su partido? [Vox]
-Cambiar la Ley Orgánica del Poder Judicial para que la Justicia sea independiente. Y apoyar a la familia para fomentar el relevo generacional mediante la natalidad y la defensa de la vida porque el aborto supone la eliminación de un ser humano ya concebido y con vocación de nacer. Ah, y yo también digo siempre que hay que dedicar una semanita de las vacaciones a visitar a los abuelos.
-¿Eso es un punto del programa electoral?
-No, je, je... pero lo digo en todos los mítines porque a ellos les encanta ver a los nietos. El día que les llevan a los niños están esperándoles desde la salida del sol. Y cuando el sol se pone están agotados. Pero se pasan la semana siguiente contándoles a los vecinos lo maravillosos que son sus nietos...
[...]
-¿Cuántos hermanos eran?
-Éramos siete... Bueno y mi hermana melliza que murió al nacer... y a la que me hubiera gustado tanto conocer.
-No sabía que su parto hubiera sido de mellizos. ¿Qué pasó?
-Yo nací primero. Ella murió de asfixia. No llegó a nacer.
-Su hermana melliza nació muerta...
-Sí, mi madre siempre me decía: «Tú, como eras tan pequeño que no valías un comino, te colaste el primero; y ella, que era más hermosa, se asfixió».
-¿Durante el secuestro hablaba alguna vez con su madre?
-Sí. A mis padres les rezaba mucho. Les decía: «Oye, a ver si podéis echarme una manita desde donde estáis para que esto se solucione...».
-¿Y con su hermana melliza?
-Sí, también hablaba con ella. Me imaginaba cómo sería con mi edad. Más guapa, más inteligente. Por lo que siempre me decía mi madre: «Ella valía más que tú, ella pesaba más que tú, ella era hermosa, tú eras pequeñito, flaco...». Sí, sí... pero bueno, el que estaba allí abajo, haciendo de tripas corazón, era yo. Yo le decía a ella: «Mira dónde estoy yo ahora...».
[...]
-¿Por qué me ha dicho usted dos veces eso de que allí en el zulo hacía «de tripas corazón»?
-Es que los humanos no somos sólo un trozo de carne. Allá el que no quiera creer en Dios pero tenemos inteligencia, razón... y una dimensión espiritual que nos hace trascender a la muerte. Hacemos camino al andar para que nuestros hijos nos recuerden cuando ya no estemos por algo bueno que hayamos hecho. Yo tengo unos recuerdos estupendos de mis padres y mis abuelos y así es como me gustaría que mis hijos me recordaran también a mí.
-¿Qué oraciones rezaba usted en el zulo?
-Muchos rosarios y a veces el Padrenuestro en euskera...
-¿En euskera?
-Sí, lo había aprendido en los salesianos.
-¿Y lo rezaba en euskera para ver si conmovía a los que estaban arriba?
-No, seguro que ellos eran ateos. Lo rezaba en euskera sobre todo por cambiar después de las avemarías.
-¿Y sigue recordándolo entero?
-Sí, claro: «Gure Aita zeruetan zarena, santu izan bedi zure izena...».
[Ortega Lara -escribre Pedro J. Ramírez-, el único ser humano enterrado en vida durante 532 días por dictado expreso de alguien de su misma especie, el único torturado hasta ese paroxismo en nombre de la «liberación nacional de Euskal Herria», el único superviviente que superó año y medio en aquel «campo de exterminio», continúa hasta el final sin balbucear, invocando a Dios en el idioma de sus verdugos. Mentalmente voy imaginando, sobrecogido, la traducción de sus palabras. Cuando llega la última línea -«baina atera gaitzazu gaitzetik... ("mas líbranos del mal...") amén»- suena como un réquiem por todos nosotros -¿cómo hemos podido consentirlo, cómo podemos seguir consintiéndolo?- y ahora soy yo el que siente ganas de llorar.]