De los 15 a los 25 años, Joseph Pearce fue una máquina inteligente y apasionada dedicada a la producción de odio racial y nacional.
Odio contra los negros, los pakistaníes, los inmigrantes extranjeros en Inglaterra, los irlandeses republicanos, los comunistas y hasta los americanos.
Pearce, que hoy es un famoso biógrafo y profesor de Literatura, ha esperado a que murieran sus padres para escribir la historia de su conversión, de su viaje “del odio racial al amor racional”, de la raza a la razón.
Gran parte de lo que vivió tiene que ver con lo que su padre le enseñó: un hombre que hablaba pestes de “negros e irlandeses”… pero que en su vida cotidiana tenía compañeros negros e irlandeses y se tomaba cervezas con ellos. Su ideología no ensuciaba toda su vida.
Pearce fue bautizado anglicano, pero no recibió ninguna formación cristiana. En casa sólo celebraban la Navidad como una fiesta hogareña, sin ir a la iglesia.
“No me enseñaron a amar a mis enemigos”, resume Pearce. “Incluso en política… si rechazas el amor de Dios, acaba llegando el odio anti-cristiano”.
"Sé fiel a ti mismo"
Como Tolkien, creció parte de su infancia en el campo, una Arcadia, la Comarca de los hobbits… para luego ser arrojado a Londres y una escuela “moderna y socialista”, relativista. El lema de la escuela se leía en un lugar relevante: “Sobre todo, sé fiel a ti mismo. William Shakespeare”.
“Nos estaban engañando. En realidad, eso no lo propone Shakespeare, sino uno de sus personajes negativos en Hamlet, Polonio, un relativista y hedonista que da consejos egoístas… y todos los que le siguen, y él mismo, acaban mal. Shakespeare nos dice así que ese es el lema que lleva a la cultura de la muerte”, explica Pearce.
Pero él quiso “ser fiel a sí mismo”: si los profesores eran marxistas, él sería lo opuesto, es decir, un “patriota”, fascista y racista.
Insultar jugadores en el fútbol
Entró en el Frente Nacional con 15 años y empezó a escribir y difundir panfletos racistas cada vez más elaborados. Los repartían, por ejemplo, a la entrada de los partidos de fútbol invitando a insultar con groserías a los jugadores de color. Acudía a las manifestaciones del Frente Nacional que acababan en altercados con los punks anarquistas o con juventudes comunistas.
En Irlanda del Norte se hizo miembro de la Orden de Orange, anti-católica, y contactó con asociaciones terroristas, aunque sin llegar a concretar nada. Rompió, quemó, pegó, se emborrachó y fue a la cárcel 2 veces por sus escritos de incitación al odio.
Lo que acabaría salvando a Pearce fueron 3 cosas:
1) Le gustaba leer y escribir, buscaba lecturas anticomunistas para usar en sus revistas… y eso le llevó a “1984” de George Orwell y su desconfianza por el Gran Hermano. Y buscando una economía o cultura no centralizada en un gran hermano, le dieron a leer a Chesterton. Y de ahí a C.S.Lewis y J.R.R.Tolkien.
2) Nunca fue un verdadero nihilista, porque el nihilista no siente el bien, la belleza y la verdad al mirar las estrellas, la naturaleza… y Pearce siempre sintió gratitud por la belleza. Leyendo a Chesterton entendió que si sentimos gratitud por la belleza, es para dar gracias a Alguien… al Autor de esa belleza.
3) Varios ejemplos de “enemigos” que le trataron con amor descolocaron su ideología… Un odiado policía que le dejó entrar en un partido de fútbol por compasión; un abogado judío de izquierdas que quiso de verdad llevar honradamente un caso de abusos policiales contra ancianos del Frente Nacional, un radical irlandés que le invitó a una cerveza…
En su testimonio de conversión, Mi carrera con el diablo (Ed. Palabra) da muchos detalles de su viaje espiritual, con sus caídas y recaídas. Es una lectura que atrapa y asombra por su finura y sinceridad.
La primera confesión
Finalmente a los 28 años se confesó por primera vez, preparándose para entrar en la Iglesia Católica. “No fue una confesión larga, no más de 20 minutos; dije ‘hice tal cosa muchas veces’”, explica Pearce a ReL.
“Para mí no había una especial seducción en la violencia. Era algo que cabía esperar en la política, no había que buscarla. Nunca fui un nazi, ni estuve cómodo con nada nietzschiano… Lo que me movía en la política tenía una belleza: el amor a mi país, pero desproporcionado y distorsionado”, explica a ReL el escritor.
“En mi caso, fui sustituyendo mi nacionalismo británico, imperialista, por un amor a Inglaterra. Un patriotismo no debería ser imperialismo, porque es imponer tu nación a otras naciones. Y el peligro del nacionalismo es que tiende a ser idolatría y a convertirse en un dios”, añade. Si se le suma la falta de “amor a los enemigos”, es explosivo.
La experiencia de la violencia
No hay muchos biógrafos con experiencia en violencia callejera, borrachera y peleas con puños. Quizá por eso Pearce siente cierta afinidad con el poeta Roy Campbell, de quien ha escrito una biografía apasionante (en LibrosLibres, España salvó mi alma), un hombre pasional y radical que se convirtió al catolicismo viviendo con los campesinos de Altea (Alicante, España).
“Yo nunca vi a amigos monjes ser tiroteados en la calle como vio Campbell en Toledo al empezar la Guerra Civil”, matiza Pearce. “He tenido amigos que fueron asesinados… pero no ante mis ojos. También he visto mucha gente pegándose con palos y puños o quemando cosas, pero no matándose. Lo que viera Campbell en la Guerra Civil española fue peor que cualquier cosa que yo haya visto”.
Sociedades secretas
Al recordar su paso por la anticatólica Orden de Orange, con sus rituales y secretismos, Pearce recuerda la enseñanza de la Iglesia contra las sociedades secretas.
Una cosa son sociedades católicas legítimas, aunque tengan sus ritos y símbolos, como los Caballeros de Colón, afirma, y otra la entidades que usan medios ilícitos. “Exigirte que mantengas secretos a tus padres o a tus confesores sería un medio ilícito”, detalla.
Hoy la política de partido ocupa un lugar muy secundario en la vida de Pearce, entre otras cosas porque vive en EEUU, pero respecto a las elecciones europeas propone a los católicos “que voten a quien debilite la UE, que es un monolito de fundamentalismo secularista, mala como institución; una cosa es la UE y otra la auténtica Europa. Lo que nos hará trascender el nacionalismo no serán las políticas, sino la fe”.
¿Qué tiene que decir sobre la libertad de expresión y publicación un hombre que se arrepiente de haber difundido decenas o cientos de miles de copias de textos animando al odio y al racismo?
¿No es la violencia escrita el preludio de la violencia física, como dice Paul Johnson en su “Historia de los Judíos”, al comentar las permisivas leyes alemanas de los años 20 y 30 que alimentaron con odio el nazismo?
“A mí me parece que hoy estamos más cerca de lo que leemos en Orwell, el Gran Hermano, y de la URSS, que de la Alemania de los años 20 y 30. Tengo miedo de que el mundo avance hacia ese totalitarismo. Vemos que cuando un cristiano habla de algunas doctrinas del Evangelio, como que los actos homosexuales son pecado, hay sitios donde puede ser acusado de ‘delito de odio’. Sí, la libertad de expresión ha de tener límites -la pornografía, por ejemplo- pero en general me pongo en el lado de que haya más libertad. Necesitamos libertad para predicar el Evangelio.”
¿Te gusta la política? Lee "Esbozo de sensatez"
Para todo aquel que tenga inquietudes políticas, no importa de qué sensibilidad parta, Pearce recomienda que se acerque a Chesterton leyendo su libro “Esbozo de Sensatez” (The Outline of Sanity): “todo el que genuinamente busque alternativas a un globalismo monolítico encontrará ese libro liberador”.
En cuanto a las reacciones a su libro sobre su conversión (en la que menciona por su nombre a dos eurodiputados británicos radicales, antiguos compañeros del Frente Nacional), Pearce explica que “se han enfadado con el libro algunos antiguos camaradas de la extrema derecha; pero otros antiguos camaradas que también encontraron a Cristo me han contactado muy agradecidos, y personas que aún están en el movimiento nacionalista lo han visto como “justo y equilibrado”; eso me alegra. Quizá están avanzando hacia algo mejor”.
Evangelizar en la postmodernidad
Forjado en los fuegos de la modernidad ideológica, en las ortodoxias de partido con sus purgas y peleas doctrinales, Pearce sabe que hoy lo que viven los jóvenes es más bien el pensamiento líquido (o gaseoso) de la post-modernidad. Por eso, después de haber escrito sobre el camino de fe de grandes literatos, saca una conclusión para nuestros días.
“Lo cierto es que en nuestros días no funciona mucho la apologética sobre Dios, o la razón y la verdad. E incluso sobre el amor, porque lo han reconvertido en un mero sentimiento. Creo por lo tanto que es mejor implicarse en la evangelización de la belleza. Sí, tenemos a Gollum [en El Señor de los Anillos], que es un nihilista que ya no puede ni apreciar la belleza ni mirar las estrellas. Pero casi todos los demás cuando vemos una puesta de sol sentimos gratitud. Y la siguiente pregunta es “dar gracias a Quién”.