El pasado 10 de noviembre Thais Mor y Ana Belén Soriano realizaron su profesión perpetua en la congregación de las Hermanas de Nuestra Señora de la Consolación en la casa madre del instituto situada en Tortosa. Esta dos jóvenes dijeron sí al Señor para siempre en una Eucaristía presidida por el obispo de Tortosa, Enrique Benavent.
A partir de ahora, Thais realizará su misión en Zaragoza y Ana Belén en Villacañas (Toledo). La primera de ellas explica en la publicación Iglesia en Aragón por qué ha decidido en pleno siglo XXI renunciar a todo para entregarse plenamente a Cristo.
Esta joven de 35 años vive en una comunidad en la capital aragonesa con otras ocho hermanas, a través de un carisma centrado en la educación. Sobre su vocación, Thais asegura que “fue un camino de pequeños pasos, de resistencias, de acompañamiento y de dejarme guiar. Tenía la sensación de que a mi vida le faltaba algo, y ese ‘algo’ solo se llenaba en los momentos que dedicaba en la parroquia con los grupos de jóvenes y niños”.
"Vi que ese era mi camino"
Según confiesa, “me costó aceptar que mi futuro podía estar dentro de la vida religiosa. Era algo que no estaba de moda y difícil de encajar para algunas personas. A pesar de eso seguí buscando, hasta que después de muchas resistencias vi que ese era mi camino: ‘vende lo que tienes y sígueme’. A partir de ese momento descubría a Dios en todas las cosas y es así, poco a poco, me dejé llevar por su estilo de vida”.
De este modo, asegura que conoció a las hermanas de la Consolación casi de casualidad. “Me invitaron a una oración, y poco a poco, se convirtieron en un gran ejemplo de vida religiosa para mí. A través de ellas descubrí a personas llenas de vida, entrega y alegría. Veía que reflejaban vitalidad y mucho entusiasmo. Siempre me hacía la misma pregunta ‘¿cómo sería mi vida aquí dentro?’”, explica.
"Quería ese estilo de vida para mí"
Finalmente, esta joven supo que “quería ese estilo de vida para mí y así las fui conociendo con más profundidad y nunca me dejaron de entusiasmar. Era allí, en esa vida dada a los demás sin reservas, sin importar el momento, donde veía que mi vida tenía sentido”.
Estos años antes de realizar la profesión perpetua –asegura- “para afianzar mi vocación y discernir si ese era el camino que tenía que seguir. Unos años en los que he hecho experiencia de vida comunitaria, de apostolado, de oración…. Un tiempo privilegiado que me ha ayudado a fortalecerme como mujer consagrada, para entregarme a los demás con todo lo que soy, fortalezas y fragilidades”.
Por último, no tiene miedo a haber hecho un compromiso para toda la vida. “Una siempre se siente pequeña ante Dios, que es el que ha elegido primero. También los acojo con mucha alegría. Es un día y un tiempo de preparación que se vive con mucha intensidad, recordando los momentos buenos y los más complicados que me han ayudado a fortalecer mi vocación. Momentos necesarios para poder pronunciar este SI para siempre. Los acojo desde lo que soy, con mi verdad, mi sencillez y mi deseo profundo de entregar toda mi vida a los demás, para ser el reflejo de Jesús y también de nuestra fundadora santa María Rosa Molas”, concluye.