«Soy una simple mujer de 41 años que cree en la vida».
Así es como se define Cristina Acquistapace, vencedora del premio «Una vida por la vida» que concede anualmente la facultad de bioética del Ateneo Pontificio Regina Apostolorum (www.uprait.org) en Roma.
Entrevistada tras concedérsele el reconocimiento, el 3 de mayo de 2014, Cristina afirma haber sido «afortunada porque mi familia no ha reducido mi persona a mi enfermedad sino que ha creído en el maravilloso don de Dios».
Y añade: «He vivido junto a mi familia una vida difícil, amarga, dolorosa, pero esto no nos ha impedido vivirla como un don, aceptando los propios límites y aprovechando los talentos que el Señor nos ha dado. Cada uno de nosotros tiene los medios para superar las dificultades. Debemos ir adelante aunque cueste trabajo. Yo pienso continuamente en el dolor de nuestro Señor Jesucristo y esto me da valor para ir adelante en mi camino, teniendo los ojos fijos sobre el horizonte que debo alcanzar. En definitiva, la vida es un viaje al cual todos somos llamados, es un camino para todos y de todos, independientemente de cómo se nace o viene al mundo».
No obstante las dificultades, Cristina intenta ir adelante: vive con su familia y aunque tuvo que dejar su trabajo de medio tiempo en una escuela materna debido a problemas de salud está planeando abrir en su casa una guardería para perros. No pierde de vista que su misión, como ella sostiene, es «vivir la vida no obstante los problemas».
Cuando el entrevistador le interroga sobre qué le diría a las mujeres que quieren abortar, porque saben que su hijo viene con síndrome de down, responde Cristina: «Dios no ha creado la discapacidad como algo que pudiese hacernos mal, sino que ha querido dar a algunos la posibilidad de comprender el verdadero sentido y el verdadero valor de la vida a través de personas muy especiales a las cuales ha dado la tarea de ser luz para el mundo […] Todos tienen derecho a nacer, de venir al mundo, de hacerse conocer y hacer ver qué son capaces de hacer».
Cristina nació con síndrome de down pero la enfermedad no fue obstáculo para donarse y hacer apostolado. Fue gracias a una experiencia de misión en África que Cristina maduró su vocación.
Así, en 2006, a los 33 años, se consagró en la Orden de las Vírgenes ante el obispo de Como. Tras casi una década consagrada a Dios, ¿es feliz?
«Sí, soy una mujer feliz, realizada y contenta, con una misión particular», responde. Y precisa inmediatamente: «Con esto no quiero decir que no haya sufrido pero los sufrimientos son parte de la vida. En 2008 fui atacada por un virus en mi sistema inmunológico. Desde entonces tengo graves problemas para caminar y no tengo control de mis pies».
Ciertamente su entrega a Dios le da un plus a su existencia, por eso dice que con su consagración su «vida no ha cambiado, soy yo quien ha cambiado. Mi corazón y mi fe han cambiado. Mi yo interior ha cambiado, el resto permanece igual».