Francisco reconoció el 20 de febrero un milagro obtenido por la intercesión de Armida Barelli, una laica que marcó la historia de la Acción Católica en Italia durante la primera mitad del siglo XX y será beatificada próximamente. Uno de los hitos de su vida fue el papel decisivo que desempeñó en la fundación, este año hace un siglo, de la Universidad del Sacro Cuore de Milán, con momentos de tensión en el proyecto propios de un thriller. Pero no solo destacó por eso, sino por su profundo impacto social, como cuenta Valerio Pece en Il Timone:
Armida Barelli y el increíble nacimiento de la Universidad Católica del Sagrado Corazón
Armida Barelli (1882-1952) será proclama Beata. El Papa Francisco ha autorizado la promulgación de los decretos que llevarán a los altares a la cofundadora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Milán. La que se convirtió, para muchas mujeres de la primera mitad del siglo XX, en "hermana mayor" [como era denominada], tuvo una vida azarosa, digna de ser relatada.
"Las obras que llevó a cabo son impresionantes por la cantidad y la calidad", ha escrito en Avvenire el obispo Claudio Giuliodori, asistente eclesiástico de la Universidad Católica. "Impresionantes" todas, empezando por la primera de las titánicas empresas de Armida Barelli, a saber: gestionar la recién creada Acción Católica femenina y difundirla hasta llegar a crear 15.700 secciones y tener más de un millón de mujeres inscritas.
"El arzobispo tiene razón"
Todo comenzó una mañana gris de diciembre de 1917 cuando el cardenal de Milán, Andrea Carlo Ferrari, preocupado por la propaganda socialista, cada vez más difundida, llamó a Armida, que entonces tenía 35 años. Sin embargo, cuando el cardenal le propuso ir a las parroquias de la diócesis para crear clubes católicos, Barelli se negó, lo que causó un escándalo.
Un mes después, en uno de esos episodios que la historiografía oficial considera marginales, todo cambió. Ante un profesor ateo que despreciaba la práctica religiosa ("¿Sois conscientes de que quien va a la iglesia es un imbécil?", fue la provocación), algunos jóvenes se levantaron en señal de protesta; en cambio, 32 chicas no se atrevieron a reaccionar.
Chicas formalmente católicas. En sus memorias (La sorella maggiore racconta), Barelli revela sus dudas: "Esa noche no dormí. Un pensamiento me atormentaba: ¿qué será de las madres del mañana si las jóvenes de hoy adoran al Señor en la penumbra del templo y lo niegan a la luz del sol? El arzobispo tenía razón: había que reunirlas, instruirlas, darles el orgullo de la fe".
Un apostolado católico incontenible
Comenzó a trabajar fructíferamente en la diócesis más grande del mundo y, después de organizar en 1917 junto con el padre Agostino Gemelli y con el plácet del Pontífice la consagración de los soldados al Sagrado Corazón de Jesús (ese fue el año más difícil de la Gran Guerra, puesto que empezaba a extenderse una profunda desesperación; de hecho, el objetivo de la consagración al Sagrado Corazón no era apoyar solo a los soldados del frente, sino también a sus familias), en septiembre de 1918 fue llamada urgentemente por el Papa Benedicto XV. Este le confió la presidencia nacional de la Juventud Femenina de Acción Católica con estas palabras: "Su misión es Italia. Obedezca, hija mía, Dios la ayudará, Nos se lo prometemos".
Armida Barelli, en un acto de la Acción Católica en el Coliseo de Roma, en 1942.
A partir de ese momento, Armida Barelli nunca dejó de dedicarse al apostolado, dedicando su vida a escribir artículos, a editar Squilli di Risurrezione [Timbrazos de Resurrección, órgano de animación de la Juventud Femenina], a organizar congresos, a hacer todo lo posible por las Semanas Sociales. Durante treinta años se ocupó de la formación espiritual y el compromiso civil de millones de mujeres, "las mismas -escribe monseñor Giuliodori- que constituyeron el pilar del renacimiento del país en los años 50 y 60 del siglo XX".
Hay incluso quien la ha definido como una "protofeminista". Sin embargo, leyendo lo que los biógrafos han escrito sobre ella (empezando por los escritos de Maria Rosaria del Genio, considerada hoy la más importante estudiosa de la mística cristiana), Armida Barelli nunca "reivindicó" nada para las mujeres como tales. Su misión en la vida -traer el Reino de Dios- fue la que elevó enormemente la figura de las mujeres, especialmente de las más pobres, dándoles una nueva dignidad y una nueva conciencia.
La promesa al Sagrado Corazón
Armida Barelli es recordada por la mayoría como la cofundadora de la Universidad Católica, el viejo sueño del economista y sociólogo Giuseppe Toniolo, uno de los protagonistas del movimiento católico italiano, proclamado beato en 2012. La rocambolesca conclusión de ese admirable proyecto, citado por varias fuentes aunque aún no suficientemente conocido, no solo parece una verdadera historia de detectives protagonizada por la Providencia, sino que es fundamental para entender el temperamento de lo que María Rosaria del Genio ha llamado una "mística con el carisma de gobierno".
La historiadora de Perugia Maria Sticco relata los hechos en su libro Una mujer entre dos siglos, una obra que, ante la inminente beatificación, será reeditada en mayo por la editorial Vita e Pensiero. Sticco cuenta que, una vez encontrado el edificio para la Universidad (en Via San Agnese, en el antiguo convento de las Umiliate [Humilladas]), el padre Gemelli, monseñor Olgiati, Ludovico Necchi y Armida Barelli recurrieron a un banco de las afueras de Milán para obtener el préstamo. Tras un sí inicial, el banco, repentinamente, cambió de opinión y mandó este telegrama: "Financiaremos solo cuando se haya inaugurado la universidad".
Durante un momento pareció que todo se había acabado: el sueño de crear una universidad católica para los italianos parecía desvanecerse para siempre. Pocas horas antes del vencimiento del contrato hubo incluso quienes les aconsejaron, de forma realista, que desistieran para, al menos, no perder las arras. Al ver ese desánimo general, Armida Barelli intuyó una trampa tendida por el enemigo. Y reaccionó tal como solía hacer: "Prometamos dedicar la Universidad Católica al Sagrado Corazón. Necesitamos un milagro para triunfar". Lo prometieron. Y el milagro ocurrió.
"Necesitamos un millón [de liras] antes de las tres de la tarde"
En la biografía de Maria Sticco se lee: "En ese momento, el conde Lombardo entró en el despacho de Vita e Pensiero y nos vio a los cuatro alrededor de una mesita: el padre Gemelli, don Olgiati y Vico Necchi con el rostro cubierto para no demostrar que estaban llorando; y yo, con el telegrama del banco rechazando el préstamo entre las manos".
El conde en cuestión era Ernesto Lombardo, un rico industrial algodonero. (Un inciso: fue en su villa de Varallo Sesia donde, en agosto de 1918, en un momento íntimo y lleno de pathos, tuvo lugar el último encuentro entre ellos cuatro y el ya moribundo Giuseppe Toniolo quien, desde su cama, en un último impulso profético, rogó a sus amigos que crearan un instituto universitario para los católicos italianos).
"Cuando se enteró de cómo estaban yendo las cosas -se lee de nuevo en Una mujer entre dos siglos-, el conde nos dijo: 'Me alegro mucho de que esta utopía de la Universidad Católica esté llegando a su fin. Vengan conmigo al Orologio (un restaurante de la plaza del Duomo). Les invito al almuerzo fúnebre de la Universidad Católica'. Respondí yo porque los demás no podían hablar: 'Señor conde, aceptaremos la cena fúnebre de la Universidad Católica esta noche si antes de las tres de la tarde no hemos sido capaces de conseguir el millón de liras que cuesta la sede. Pero esperaremos hasta las tres. Si el Señor quiere que seamos nosotros los que creemos la Universidad Católica, nos enviará el millón'".
La esperanza contra toda esperanza. La verdadera fuerza de Barelli provenía de la oración: en sus grandes empresas, el objetivo primero y fundamental seguía siendo su propia santificación y la de las personas que le habían sido confiadas.
El conde atormentado
He aquí como Maria Sticco, retomando los diarios de Barelli, relata la conclusión del thriller del nacimiento de la Universidad Católica. "Todavía puedo verle bajando las escaleras y sacudiendo la cabeza, diciendo: '¡La Universidad Católica les ha hecho perder la cabeza a los cuatro! Esperan conseguir un millón en tres horas...". Pero justo cuando bajaba la escalera, una frase cruzó la mente del conde Lombardo con la velocidad de un rayo: "Hemos prometido al Sagrado Corazón ponerle su nombre a la Universidad...".
En un destello de luz vio en letras grandes: "Universidad del Sagrado Corazón". Las palabras Universidad Católica no le decían nada, pero las palabras Universidad del Sagrado Corazón le decían todo. ¿Acaso no se jactaba de ser el cajero del Sagrado Corazón? ¿Cómo podía el cajero rechazar su cargo honorífico?
El conde no pudo resistir a este ataque que venía de su interior y poco después envió a Barelli una nota con estas palabras: "¡Desde hace una hora tu Sagrado Corazón atormenta mi corazón! Quiero recuperar la paz, aquí tienes el millón". La nota iba acompañada de un cheque.
La noche oscura de Barelli
Como a muchos de los hijos más queridos del Cielo, a Armida Barelli también le esperaban días difíciles. En 1931, transgrediendo los acuerdos previamente sancionados, Mussolini ordenó el cierre de los círculos de Acción Católica; en 1939 murió el Papa Pío XI, que tanto la había apoyado (hasta el punto de llamarla "la niña de mis ojos"); el padre Gemelli -su inseparable compañero de aventuras espirituales- fue víctima de un accidente de coche que le dejó en silla de ruedas.
Siguió un periodo de desencuentros con la Acción Católica, su criatura. Por último, la parálisis bulbar progresiva que la afectaba acabó impidiéndole toda comunicación verbal, solo podía hacerlo con algunos signos de la mano. En sus últimos años solía decir: "Cuando tengo un dolor siempre hago lo mismo: lo ofrezco al Sagrado Corazón. Ya no me pertenece, no tengo derecho a acariciarlo".
El milagro para la beatificación
En resumen: no una audaz activista católica, sino una santa. Ni más ni menos.
Tanto es así que el milagro indiscutible atribuido a su intercesión acaba de ser aprobado por la Santa Sede.
El 5 de mayo de 1989, la señora Alice Maggini, de 65 años y natural de Lucca, fue atropellada por un camión. Debido a la conmoción cerebral que sufrió, el equipo médico predijo consecuencias neurológicas muy graves. Fue entonces cuando su familia, implicada desde hacía tiempo en la Acción Católica, invocó a la Sierva de Dios: inexplicablemente, al menos desde el punto de vista científico, Alice Maggini se recuperó perfectamente y volvió a disfrutar hasta su muerte, acaecida 23 años después del accidente, del afecto de sus seres queridos.
Traducción de Elena Faccia Serrano.