Su conversión al catolicismo le trajo dificultades. Pero él tiene claro que parte de su vocación es ser puente entre tres mundos: el cristianismo, el Islam y África. Y que su llamado, su vocación, viene del mismo Cristo, algo que vivió clarísimamente.
“Soy el hijo mayor de un musulmán de Burkina Fasso. Mi padre, El Hadj Sawadogo, es muy respetado en la comunidad musulmana, por su profunda fe en Dios, su práctica religiosa, la vida de la caridad hacia los más pobres de la sociedad, su discreción y su constante búsqueda de la justicia y la reconciliación. Él me educó en la fe musulmana que recibió a su vez. Yo era musulmán ya desde el vientre de mi madre, cuando recibí la ceremonia del nombre y me llamaron Mamadou, el mismo nombre que Mahoma”.
El hoy Padre Adrien recuerda que en su juventud y adolescencia musulmana realizaba disciplinadamente sus 5 oraciones al día y ponía la ayuda a los más pobres en el centro de su actividad, siempre atento a las familias más necesitadas de su comunidad y su escuela.
En las oraciones y predicaciones de su mezquita los viernes aprendió cosas que a él aún le sirven: que sólo la fe en Dios da sentido a la vida del hombre y que Dios está en la compasión y la misericordia.
En el colegio, en la adolescencia, tenía compañeros de clase cristianos, que se reían de él por realizar sus 5 momentos de oración al día. Pero el joven Mamadou no se sentía especialmente ofendido: ¿cómo iban a entender la importancia de la oración, si no eran musulmanes?, pensaba. ¡Claro que eran ignorantes y estaban equivocados!
El padre Adrien con una de las religiosas de su misión en Zambia
Mamadou no se hizo cristiano porque pensase que el Islam que él conocía estuviese equivocado o fuese dañino: no era esa su vivencia ni la de su familia ni su comunidad.
Mamadou se hizo cristiano porque tuvo un encuentro con Jesucristo.
“Una noche, después de mis ejercicios de taekwondo, me fui a casa en bicicleta. De repente, una voz me llamó por mi nombre, justo por encima de mi cabeza. Escuché: "¡Mamadou!" Levanté instintivamente los ojos. Vi como un ser humano, que vestía algo de color blanco brillante, un brillo similar a una luz brillante sobre una ropa de lino blanco. Había algo en los ojos en esta persona. Yo no era consciente de nada: sólo de mí y de ella. No me di cuenta de mi movimiento en bicicleta o cualquier otro movimiento a mi alrededor. Había pasado a unos cinco kilómetros de mi casa, y cuando desapareció de mi vista, vi que mi bicicleta estaba en su lugar habitual en el garaje”.
“¿Quién será, qué significa esto?”, se preguntó Mamadou. “Inmediatamente, traté de negar lo que acababa de experimentar. No lo hablé con nadie. Me dirían que estaba loco. Pero la evidencia era irrefutable. Porque durante dos semanas esa experiencia regresó a mí: de día y de noche. Por la noche, la presencia de esta persona era tan real, como la primera vez, que le pregunté directamente: ¿Quién eres? ¿Y qué es lo que quieres?” Pero no hubo respuesta.
Un día, iba por la calle junto a un compañero de clase que era cristiano, cuando de nuevo escuchó la voz que le llamaba como la primera vez: “¡Mamadou!” Le pareció que venía de una lateral, miró hacia allí, y vio que en un patio había un hombre que acariciaba tiernamente un mendigo, aunque no era él el que había hablado. “No puedo explicar la belleza que emanaba de esa caricia”, recuerda.
- ¿Quién es ese? –preguntó a su amigo cristiano
- Es el padre Gilles.
- ¿Por qué es tan hermoso ese gesto?
- Hace lo que Jesús le envió a hacer.
- ¿Quién es Jesús?
- ¡Haces demasiadas preguntas!
“De repente, inesperadamente, en respuesta a mi pregunta, la persona que me había llamado vino a mi mente de modo tan real que volví a vivir nuestro primer encuentro. Y su presencia me sumió en un profundo silencio. Una vez más, no existía nada más que su presencia y la mía. En medio de este silencio la voz dijo: "Serás como él." Me senté en silencio, preguntándose qué significaba. Viendo que yo estaba parado allí, mi amigo se volvió, preguntándose qué estaba haciendo en medio de la carretera. Yo repetí lo que había oído”.
- Tengo que ser como él- dijo Mamadou señalando al padre Gilles.
- No puedes ser como él –dijo entre risas su amigo. –Ellos son cristianos y tú eres musulmán.
- Pues entonces seré cristiano para ser como él. ¿Cómo se hace uno cristiano? – respondió Mamadou.
Se acercaron al padre Gilles, hablaron un rato con él, y cuando se fue el amigo, se quedó Mamadou con el sacerdote con más y más preguntas.
“Cuando hablamos de Jesús Resucitado, entendí que era la persona que me había llamado. Lo reconocí de la lectura de los Evangelios y de las explicaciones que me daba el padre Gilles”.
“Desde ese día, empecé a seguir en secreto la catequesis. Dada mi reputación y la de mi padre y mi familia en la comunidad musulmana, mi conversión a la fe cristiana se vería como una locura inconcebible y severa. Para mí y para mi familia, sería una confusión total. Para mi padre era vital que el primogénito mantuviera la fe que hay que transmitir a los más jóvenes. Muchos de ellos llegaron a la conclusión de que me estaba volviendo loco: incluso me llamaban “crazy”.
Llegó el momento en 1992 que se supo que Mamadou, con 22 años, se preparaba para ser cristiano. Su padre le miró a los ojos, llorando. El joven tenía que elegir entre su familia o la fe cristiana. “Eso fue lo que más me dolió; mi madre me suplicaba y luchaba para mantener unida la familia. Todos sabían que mi madre era mi punto débil, que la quiero mucho. Además, yo entendía que si uno de mis hermanos o hermanas hubiera estado en mi lugar, yo habría reaccionado exactamente como mi padre y mi comunidad estaban haciendo”.
Durante casi 15 años, su familia le repudió.
Mamadou, ya religioso de los Padres Blancos, visitó en 2005 a su padre y su familia empezó a reconciliarse con él
Aceptaron su cristianismo sólo en 2005, cuando fue ordenado diácono en los Padres Blancos. De alguna manera entendían que seguía siendo un hombre de Dios. Y tres años después, pudiendo ya hablar con serenidad con su padre, Mamadou (ahora “Padre Adrien”), le contó su experiencia mística del llamado de Cristo.
- ¡Ah! Así que te encontraste con el profeta Isá [Jesús]… -asimiló entonces su padre.
Esa noche, pudieron comer por primera vez juntos, del mismo plato, como hacían siempre antes del conflicto. Después Mamadou Sawadogo, el padre Adrien, iría a la lejana Zambia como misionero con los Padres Blancos.
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