Este lunes se han cumplido veinte años del fallecimiento del conocido por miles de niños como el “padre Chinchachoma”, un escolapio español que llegó a México en 1971 y que rescató a miles de pequeños de la calle dándoles un futuro que les había sido robado.
Y le llamaban padre no sólo porque fuera sacerdote, sino porque para los que salvó era como un verdadero padre. Hasta 18 albergues para niños llegó a crear Chinchachoma.
De Barcelona a México
Su nombre real era Alejandro García-Durán de Lara y nació en Barcelona en 1935. En México fue donde el Señor le mostró definitivamente su vocación dentro de su vocación: dedicar su vida a los más olvidados. Se fue a convivir con estos niños de la calle hasta que se ganó su confianza y un día le pidieron que los llevara con él.
En un reportaje en el semanario Desde la Fe de la Archidiócesis de México se cuenta la vida de este religioso español de nacimiento pero mexicano de adopción. Alejandro quería ser médico hasta que una noche frente al mar en Barcelona, sentado junto a la chica que le gustaba, sintió que Dios le llamaba al sacerdocio.
Su hermano Adolfo, también escolapio y actualmente responsable del santuario de San Pompilio María Pirrotti (Italia), explica que “sintió que sólo Dios podía llenar su vida”.
"Ocuparme de los niños pobres"
“Me dijo: ‘quisiera hacerme escolapio y ocuparme de los niños pobres, ¿qué dices?’. Yo le dije: ‘hazte escolapio y pídele mucho a Dios que te deje dedicarte a los niños pobres’”. Y finalmente pudo cumplir el deseo que ansiaba su corazón.
En 1962 tras ordenarse fue destinado al barrio de Las Arenes, en Tarrasa (Barcelona). Este lugar había quedado arrasado por unas inundaciones y su población tenía muchas necesidades materiales. Su trabajo en este lugar es a día de hoy todavía recordado e incluso tiene una plaza con su nombre.
El hermano Ferrán Sans, que trabajó con el padre Alejandro en aquella época, recuerda que en este barrio era visto “casi como el fundador, el padre de todos”.
Los niños sin hogar que cambiaron su vida
En 1972 llegó a México para trabajar en las escuelas que los escolapios tenían en el país. Primero estuvo en Tlaxcala, luego en Veracruz y más tarde en Puebla. En uno de los viajes a Ciudad de México conoció a un grupo de niños sin hogar, y se los llevó temporalmente a vivir con él. Él no tenía medios para mantenerlos pero confiaba en la providencia de Dios.
Fue en ese momento cuando los niños le pusieron el apodo de Chinchachoma (sin pelo). Pero ante la situación que se iba generando los superiores enviaron en 1975 a este religioso de vuelta a España porque la orden se dedicaba entonces a la educación y no los niños sin hogar.
Recuerda su hermano que “en el fondo la preocupación era económica (…) como no tienes dinero, ni medios para realizar tu proyecto, te pedimos obediencia en España”. Alejandro obedeció y volvió a Les Arenes.
Allí volvió a encontrarse con Ferrán. “Ese ‘hombre de Dios’ cuando regresó de México por primera vez era ya un hombre ‘poseído por Dios’”, recuerda sobre el padre Alejandro.
"Él me lo ha pedido"
Pero una noche, este sacerdote despertó a Ferrán y le dijo: “Me voy a México. Él me lo ha pedido. Los niños me necesitan”. Aunque no tenía permiso de sus superiores, “la Providencia hizo –cuenta Ferrán- que ese día un amigo suyo, adinerado, viajara a México. Le pagó el billete y se fueron juntos”.
Aunque su obra en México ya había comenzado en su primera estancia, los Hogares Providencia por lo que es ahora recordado empezaron a funcionar en 1979. Recibió para esta gran obra el apoyo de muchas personas, entre ellos muchos sacerdotes y numerosos jóvenes voluntarios.
Los escolapios acabaron también reconociendo el gran bien que hacía este sacerdote y en 1983, bajo la orientación del padre Alejandro, fundaron los Hogares Calasanz, un total de diez casas en Ciudad de México, Puebla, Veracruz, Tijuana y Mexicali.
Un apóstol de la "providencia"
Gracias a este empeño de Chinchachoma y su radical confianza en la Providencia miles de niños pudieron salir adelante. Son muchas las anécdotas que recuerdan sus “hijos” sobre aquellos momentos.
Desde la Fe recoge algunas de ellas. Cuando no había qué comer a veces se llevaba a los niños a un restaurante aunque no tenía dinero para pagar la cuenta, pero de repente a la hora de pedirla el dueño le informaba que alguien ya la había abonado.
En otras ocasiones, cuando faltaban los medios o no se podía pagar a los trabajadores siempre aparecía algún bienhechor y ofrecía un donativo que cubría todos esos gastos. El padre Luis Manuel Acosta, recuerda a Chinchachoma como “un conducto de la providencia” pues siempre conseguía los recursos necesarios para los niños necesitados de sus casas.
Muy vivo 20 años después de su muerte
“Nunca trabajé con él en sus casas, lo que yo hacía era visitar a los ‘chavos’ en las zonas de Observatorio, Tacubaya y Candelaria, y se los llevaba al Chincha”, recuerda este religioso, que confiesa que conocerle le cambió su vida tanto que ahora es el responsable de la pastoral de jóvenes en situaciones críticas de la diócesis de Nezanhualcóyotl.
Además, afirma que “todavía, cuando tengo alguna bronca con mis jóvenes, temas como suicidios y otras situaciones que no sé cómo abordar, pasó a visitarlo en su iglesia, donde está enterrado”.