Anne-Sophie creció en una familia que define como “bastante clásica” y “más bien normal”… pero solo “en apariencia”: había muchas cosas que no se decían y muchas “mentiras”.

El alcohol y la muerte

Su madre se había casado muy joven y la tuvo con 21 años. Al cabo de un año de nacer ella, su padre abandonó los estudios universitarios y empezó a caer en la bebida. Pasado un tiempo, se divorciaron. Su madre volvió a casarse.

Cuando Anne-Sophie tenía 6 años, su padre murió a consecuencia de enfermedades derivadas de su alcoholismo: “Sorprendentemente, el día de su partida hacia el cielo fue un momento decisivo, mi nacimiento espiritual. Recuerdo verdaderamente ese momento como el momento en el que adquirí conciencia de que la fe era verdadera, de que no era una farsa. Sobre todo, cuando mi madre me dijo: ‘Tu padre está junto a Dios y puedes hablarle’ Yo no sabía lo que era la muerte, pero…”

Su madre había tenido una educación religiosa pero no practicaba la fe, aunque llevaba a sus dos hijos a misa los domingos. Su segundo marido resultó ser también alcohólico.

“Así que crecí en un clima de bastante tensión, de angustia y de temor permanente, porque cuando mi padrastro entraba en casa yo no sabría si vendría violento, sobre todo verbalmente, aunque no físicamente. A mi hermano y a mí, mi padrastro nos daba miedo”, confiesa en Découvrir Dieu.

Bulimia y anorexia

Anne-Sophie empezó entonces a concebir un ideal: “Rezaba para que, si fundaba una familia, el Señor me hiciese encontrar un hombre con quien tener relaciones realmente de confianza, tranquilas, relaciones auténticas”.

A los 16 años, Anne-Sophie cayó en la bulimia y la anorexia: “Fue bastante largo. Durante ocho años, me escondí, nadie lo sabía. Me atiborraba de comida y luego iba a vomitar. No era continuo, hubo periodos de calma y otros de recaída. Me odiaba a mí misma, me detestaba, me culpabilizaba. Le pedía al Señor que me curase y que aquel suplicio finalizara. Era realmente horrible, porque no lo conseguía: lo deseaba con todas mis fuerzas, pero no tenía fuerzas para ello”.

Al cabo de unos años, mientras estudiaba en la Escuela de Comercio, Anne-Sophie, que rezaba para encontrar al hombre de su vida, conoció a un joven de quien quedó convencida de que era el plan de Dios para ella. Cuando él consiguió en Japón su primer trabajo, Anne-Sophie le siguió y también encontró allí un empleo.

“Pero nada pasó como yo había previsto”, lamenta: “Él estaba siempre de viaje. Trabajaba como un loco, no le veía nunca. Estaba sola. Además, en cuanto nos veíamos, no parábamos de discutir. Pero yo me aferraba a esa relación. Me aconsejaron que me replantease las cosas, pero no, yo estaba segura. No era feliz. Empecé a tomar malas decisiones, a hacer estupideces”.

Del abismo, la luz

No especifica cuáles, pero sirvieron para ahondar su problema. “Una tarde en la que estaba sola, me metí en la pequeña habitación que tenía en Tokio, una celda minúscula que daba a una autopista, y me deshice en lágrimas. Me decía: ‘¿Vale la pena vivir? Hay demasiados sufrimientos, demasiadas decepciones, demasiadas decisiones equivocadas…’ Me sentía abrumada. No me soportaba, me detestaba a mí misma, estaba desesperada”.

Sumida en ese torbellino de angustia, en el fondo de ese agujero descubrió un tenue brillo, una suave llamada. Pensó: “Quizá sí hay alguien que no me juzga, alguien que puede perdonarme. Es alguien que, en el fondo de mi corazón, sé quién es. ¡Es Jesús!”

Entonces sintió en el fondo de su corazón, un “susurro”: “¿Quieres seguirme?

“Lancé un grito de liberación, ‘¡Sí, sí, sí! ¡Quiero seguirte!’ Fue la revelación de sentirme amada y no juzgada por Dios”, interpreta: “¡Una prueba de que era Jesús! ¡Era algo extraordinario!”.

A partir de ese momento, Anne-Sophie decidió que sería el Señor quien la conduciría, y que ella dejaría de querer controlarlo todo y tomar decisiones sin Él: “Eso simplificó y facilitó las cosas. Finalmente, con un encadenamiento de circunstancias bastante extraordinarias, sucedió que en los días siguientes conocí a quien se convertiría en mi marido, Frédéric. Cuando le dices al Señor que vas a seguirle y aceptas lo que te suceda, tal vez es la ocasión que esperabas para crecer y recuperarte”.

Confianza y purificación

“Mi vida ha cambiado”, concluye Anne-Sophie: “Intento no dejarme ahogar ni por mis sentimientos, ni por los demás, ni por la cólera, ni por los acontecimientos imprevistos, porque suceden sin cesar, la vida está llena de imprevistos… Intento aceptar con confianza. ¡No es fácil! Es un camino que dura toda la vida. Pero, con el Señor, aprendo todos los días. Eso me ayuda a purificarme, a purificar lo que aún queda por purificar. Me ayuda a decir sí cada día: no porque dijeras que sí una vez hace 27 años está todo ganado. Es algo de todos los días”.

Lo sintetiza a modo de oración: “Sí, Señor, quiero seguirte, quiero amarte y hacer tu voluntad. Y gracias, Señor, sobre todo porque te rebajaste para venir a mí, que pensaba no ser amada, que me creía indigna de amor, y por acompañarme hasta allí donde yo estaba. ¡Amén!”