Los obispos franceses han dado el visto bueno a la apertura de la causa de beatificación de Anne Gabrielle Caron, una niña de ocho años que falleció en 2010 debido a un agresivo cáncer de huesos. Pese a su corta vida dio un impresionante testimonio de fe y las gracias llevan tiempo llegando a la familia y a la diócesis de Fréjus-Toulon, cuyo obispo es Dominique Rey.
El 12 de septiembre, festividad del Dulce Nombre de María, será la apertura oficial de esta causa de beatificación de Anne en la iglesia de San Francisco de Paula de Toulon. Para monseñor Rey esta niña es “una figura de santidad para los niños enfermos y sus familias”.
Su forma de afrontar la enfermedad desde el amor a Jesús, su intención de parecerse a Santa Teresita de Lisieux y el anhelo por recibir la Comunión marcaron la vida de esta pequeña niña, que irradió luz a todo su entorno y mucho más allá.
Sensibilidad por el sufrimiento de los demás
Anne Gabrielle era la mayor de tres hermanos. Desde que aprendió a hablar y a tener uso de razón llamaba la atención por la sensibilidad que tenía por el sufrimiento de los demás. Con apenas dos años le gustaba consolar a Cristo crucificado. Siendo más mayor sorprendió a sus profesores por querer siempre ir al encuentro de los niños que estaban solos en el patio.
Este sufrimiento sería más tarde el que marcaría el resto de su vida. A los seis años empezó a sentir un fuerte dolor en una pierna. A los siete le diagnosticaron cáncer con metástasis. Los tratamientos, el avance y el retroceso de la enfermedad fueron marcando sus días en el que Jesús era el centro. Su fe y discernimiento no parecían propios de su edad.
El duro tratamiento que recibió al inicio de la enfermedad recién cumplidos los siete años le hizo a esta niña preguntarse por qué Dios la había elegido para esa prueba. El padre Dubrule la acompañó en todo este proceso y le hizo entender que no había respuesta para esta pregunta pero que sí podía dar sentido a sus sufrimientos ofreciéndolo por distintas intenciones. Esta conversación marcó profundamente a la pequeña Anne que lo integró muy rápido en su día a día. Para este sacerdote, ella inició su propio camino de santidad.
"¿Por qué me ha elegido a mí?"
“Mi hija me mostró el camino al cielo”, relataba en el pasado Marie-Dauphine Caron, explicando que “la pérdida de un hijo es terrible, ver el sufrimiento de un niño es también terrible porque te sientes impotente”. Pero a pesar de ello, tenía claro que su sufrimiento se ha convertido en una obra de amor en medio de un mundo hedonista.
“¿Por qué Dios me ha elegido a mí para esto?”, se preguntaba la pequeña cuando el dolor arreciaba. Pero rápidamente ella decía: “estoy dispuesto a aceptarlo”. Ella misma afirmaba que ofrecía todo aquel sufrimiento de la quimioterapia que la consumía por el resto de niños del hospital y por los médicos.
Su madre ha relatado numerosos momentos durante la enfermedad de su hija que atisbaban esta fama de santidad que se ha extendido una vez fallecida. “Aunque no me gusta estar enferma tengo suerte porque puedo ayudar al buen Dios a llevarle a la gente de nuevo a Él. Quiero ayudar a los que sufren”, decía Anne.
De hecho, cinco meses antes morir confesó una cosa a su madre que la dejó completamente estupefacta. “Le he pedido a Dios que me dé todos los sufrimientos de los niños del hospital”. Y Dios se los dio porque en ocasiones decía: ‘y estoy sufriendo tanto…’”, le dijo su hija.
Para la pequeña Anne Gabrielle su ejemplo era santa Teresa de Lisieux, a la que quería imitar en su vida. Una santa que, por otro lado, también sufrió mucho durante su corta vida. Y tenía tal confianza con Dios que ella alegremente, pese al sufrimiento, decía claramente: “seré santa”.
Otra confesión que hizo Anne emocionó profundamente a su madre: “Sabes mamá, creo de vez en cuando que cuando esté muerta no va a ser difícil para mí portarme bien. No será difícil ser agradable con la gente, pensar en los demás, obedecer y pintar con los hermanos”.
Pero en esta lucha no todo fue una aceptación total sino que el dolor provocado por este cáncer le hizo a la pequeña cuestionarse todo. “Necesito que alguien me diga que Dios es realmente bueno”, llegó a afirmar o “cuando veo que tan pocas personas creen en Dios, me pregunto si realmente existe”. Pero rápidamente volvía a abrazarse a su querido Jesús.
Su amor por la Eucaristía
Pero si algo marcó la parte final de la vida de Anne Gabrielle Caron fue su enorme deseo por la Eucaristía, marcado además por su Primera Comunión, un auténtico acontecimiento dadas las circunstancias.
Durante meses, ya enferma, la pequeña se preparó para recibir a Jesús. En marzo de 2009 decía: “me gustaría hacer mi primera comunión para poder hacer aún más sacrificios”. Unas semanas después ya sólo hablaba de su comunión, y no por la fiesta o los regalos. En mayo decía a su madre: “quiero recibir a Jesús. Te das cuenta que Él va a entrar en mi corazón, no puedo esperar”.
Su madre luego le preguntó si estaba así por llevar un vestido blanco y una bonita corona de flores. Pero Anne-Gabrielle respondió: “Oh mamá, por supuesto que me hará feliz. Pero lo que realmente me gusta es que voy a recibir a Jesús”.
La prueba de su Primera Comunión
Sin embargo, también aquí vivió una dura prueba. Su comunión sería el 7 de junio pero dos días antes su estado de salud empeoró por la enfermedad por lo que tuvo que ser trasladada al hospital. Sabía que no saldría de allí por su comunión. "¿Por qué, por qué el buen Señor permite esto? Le había pedido a la Virgen que no volviera al hospital. ¿Por qué? ¡Tenía tantas ganas de hacer mi primera comunión!”, decía entre lágrimas.
Una cosa pidió a su madre, que rezara a la Virgen para que le diera a tiempo a salir del hospital para hacer su comunión. Ella estaba hospitalizada en Marsella. Con todo el que se cruzaba le pedían que rezara por esta intención.
Finalmente, como si fuera un milagro todas las pruebas médicas se fueron realizando rápidamente y su propio estado de salud fue mejorando. El domingo por la mañana le dieron el alta, pero era casi imposible llegar a la iglesia de Toulon.
Cuando llegaron a la autopista eran las 11 de la mañana y la misa ya había comenzado. Su padre condujo lo más rápido que pudo y juntos rezaron a la Santísima Virgen para que los ayudase a llegar a tiempo. A medida que avanzaban, también recitaron las oraciones para prepararse para la comunión. Creían que llegarían, esperando contra toda esperanza.
Pero al llegar a Toulon quedaron atrapados en un atasco. Su padre empezó a mentalizar a Anne de que no podría hacer la primera comunión. Pero aún así lo intentó y 20 minutos más tarde llegaron a la iglesia. La misa acababa de terminar y los niños estaban preparados para hacer la procesión de salida.
Anne, el día de su comunión, que recibió una vez acabada la misa.
"Ver a Anne Gabrielle fue ver a Dios"
Anne-Gabrielle entró llorando a la iglesia con su vestido blanco. De repente, el coro dejó de cantar y el sacerdote decidió que Anne-Gabrielle hiciera su primera en ese momento y en presencia de toda la parroquia. Cumplió el gran deseo de su vida.
Cuando recibió a Jesús se hizo un gran silencio en toda la iglesia. Los fieles quedaron fascinados por la meditación de esta pequeña niña y conmovidos por este encuentro entre Dios y esta alma que tanto le amaba. El sacerdote mismo daría más tarde testimonio de su emoción: “Nunca he visto a nadie como ella. Para mi corazón sacerdotal, este sigue siendo un momento muy conmovedor".
Una vez que su salud empeoró y la muerte se aproximaba hasta el propio obispo Rey acudió a su casa a dar la comunión a la pequeña. En estas últimas semanas vivió su propia Pasión hasta que tras 30 horas de agonía fallecía el 23 de julio de 2010. “Ver a Anne-Gabrielle fue ver a Dios”, diría el sacerdote durante el funeral.
Años después de su muerte su madre lo ve claro: “Todo es gracia”. Ella enseñó a su familia y a su entorno a vivir el presente, “el día de Dios” y a ser feliz aun con las cosas más sencillas.
Desde entonces son numerosas las gracias en todo el mundo las que ha recibido la familia y los sacerdotes que llevan la causa. Su testimonio ha recorrido el mundo y su ejemplo ha ayudado a numerosas familias a las que ha golpeado la enfermedad, tanto a los propios niños como a sus padres.