Además de la medicina, su fe está siendo otra ayuda en su hospital de Madrid
Ana, la joven médico que ofreció a Dios su miedo al Covid-19 y se entregó como «instrumento» suyo
Ana Grau es médico residente en el Hospital Gregorio Marañón de Madrid, pero en estos meses en los que la pandemia de coronavirus está asolando el mundo ha experimentado en sus carnes todo el sufrimiento que ha provocado tanto en los pacientes como en los propios sanitarios que están siendo llevados hasta el límite en esta lucha.
Esta joven a sus 26 años ha ganado una experiencia en unos meses que en otra situación podría no haber tenido en toda su carrera. Y lo ha vivido desde la fe, aplicando también las obras de misericordia en los cientos de pacientes que han pasado por sus manos, muchos de ellos mayores.
No por casualidad había elegido geriatría como especialidad, pues fue una respuesta de Dios y de la Virgen que recibió en Covadonga. Ana ha contado su experiencia en REC (Razón en Cristo), y para ello ha tenido que remontarse hasta el momento en el que se alejó de Dios para posteriormente volver a Él.
“Cuando tenía 13 años mis padres se divorciaron. Frente a ese dolor vi que si existía un Dios tan cruel como para permitir que me pasara eso no merecía la pena creer en Él. Y así fui poco a poco encerrándome en mi misma, para no sentir ese dolor”, cuenta esta joven médico.
Una experiencia única en Covadonga
Un tiempo después –explica Ana- su madre la llevó ‘engañada’ a un campamento católico que consistía en recorrer Picos de Europa durmiendo bajo las estrellas y realizar largas marchas durante varios días hasta llegar a los pies de la Virgen en Covadonga.
Fue en este santuario mariano donde se encontró con Dios y le cambió la vida. “Cuando llegué a los pies de la Virgen y le ofrecí todo el dolor y daño que había en mi vida, Ella me curó. Y todo ese dolor que llevaba dentro se transformó en una paz y alegría inmensa”, cuenta.
Desde aquel momento, Ana asegura que la Virgen le ha ido acompañando en su camino y no le ha soltado de la mano. En aquel campamento dice que aprendió una importante lección: “en la vida estamos la mayor parte del tiempo subiendo la montaña y muy poco tiempo en la cima, y que hay que aprender también a disfrutar cuando uno sube la montaña con el macuto y el peso del mundo sobre los hombros”.
“Aprendí también –agrega- que muchas veces en la vida nos frustramos con los porqués, y no vemos que detrás Dios está tejiendo un tapiz precioso”.
Desde niña, Ana Grau tenía el anhelo de ser médico. Finalmente, lo logró y el momento de elegir especialidad le pilló de nuevo en Covadonga. “Estaba en un retiro y dudaba si hacer Pediatría o Geriatría, porque me gustaban los niños y los ancianos. Entonces le dije a la Virgen que eligiera por mí y me diera una respuesta clara porque tenía muchas dudas”, recuerda.
Ocurrió algo que la convenció rápidamente. Minutos después de haber hecho esta petición a la Virgen entró en la iglesia y vio que en todos los bancos había un periódico en el que hablaba de la soledad de los mayores. Ya había recibido respuesta: haría Geriatría.
Una vocación médica y por los mayores
“Las dos voces del alma para elegir la geriatría para mi fueron la Virgen María que me iluminó y mi abuelito Paco, que desde pequeña nos ha cuidado y nos ha enseñado los valores más importantes: trabajo, esfuerzo, que una persona vale por lo que es…”, explica Ana.
Pero entonces, ya como médico residente en uno de los hospitales más importantes de España llegó el coronavirus como un sublime bofetón. Lo que debía ser un tiempo tranquilo de aprendizaje final se convirtió en un hospital de campaña donde todas manos eran pocas.
Recuerda como un día en el hospital les reunieron “para decirnos que se iba a saturar en los próximos días y que no habría ventiladores para todos. Iba a ser muy duro y que muchos de nosotros nos íbamos a contagiar”. Poco después fallecía por el virus una doctora con 28 años, poco mayor que ella.
Ana creía que cuando llegara el momento de enfrentarse al virus tendría “una actitud superheroica” pero la realidad es que estaba en casa aterrorizada.
La lucha contra el coronavirus
En esta actitud fue como miró a la cruz y leyó una frase que alivió su corazón: “yo nunca te dejo sola porque lo que haces es de mi agrado”. Sintió que “ya no estaba sola y que Dios estaba conmigo”.
Ese fue el momento en el que esta joven se iba a enfrentar a una pandemia histórica ofreció a la Virgen todos sus “miedos e inseguridades para ayudar al mayor número de personas posibles, no tener miedo, y poder ser su instrumento”.
Su primera guardia fue una pesadilla, “horrible”. Había pacientes por el suelo, ahogándose sin oxígeno mientras se hacían una enorme cantidad de certificados de defunción. Era como la guerra. “Recuerdo llegar a casa y llorar, pero Dios siempre ha estado ahí. Nunca me ha dejado sola, como me lo prometió”, afirma.
“Si algo he aprendido de esto es que hay cosas mucho más importantes que el miedo, como cogerle la mano a una persona que se está muriendo, rezar un último Padrenuestro con ellos y que no se sientan solos en el último momento de su vida”, asegura esta joven doctora.
Esta es la forma en la que Jesús le ha acompañado en esta dura lucha porque afirma que “al final la cruz forma parte de la vida. Pero puedes pedir a Jesús que te ayude a llevarla”.
“Ahora que en España las cosas se han vuelto a poner mal pido a Jesús que me ayude todos los días: ‘ayúdame a ayudarte a ti a llevar almas al cielo porque es lo más importante’”.