La vida de Yolanda Serna y su familia no ha sido fácil, pero hoy es una luz de ánimo para muchas personas, y por eso la recoge El Pueblo Católico, la revista de la diócesis de Denver.

Dios regaló Yolanda 4 hijos a quienes ama con todo su corazón; pero los tres primeros nacieron con discapacidades serias, que la llevaron a vivir entre terapias, visitas médicas y tratamientos durante mucho tiempo. En un momento, llegó a tener 5 terapias semanales por hijo.

Parar algunos, estos problemas serían razón suficiente para pelearse con Dios.

Sin embargo, Yolanda dice: “Sin Dios yo no sería nada. Él es el que me ayuda. Sin Él y sin la fe yo no sería nadie”.


Junto con su esposo, Efrén Vázquez, Yolanda llegó de Aguascalientes (México) a California hace varios años. Allí tuvo a su primer hijo Jonathan.

“Los doctores me dijeron que no iba a aprender a leer ni a escribir. Que era un niño con discapacidad y no llegaría a ser independiente”. Gracias a Dios y a la tenacidad de sus padres, Jonathan salió adelante.

“Hoy [en octubre de 2013] tiene 19 años y es un muchacho que se vale por sí sólo, puede platicar, tiene amigos, y desde los 17 años trabaja como voluntario en el Acuario de Denver. Además, está a punto de graduarse en Biología Marina”, cuenta Yolanda.


Christopher, su segundo hijo, también tuvo dificultades. Nació con un serio problema en el corazón por el que fue operado a los 3 meses de vida. La cirugía, sin embargo, no lo libró de otros males.

“No pudo caminar hasta los 2 años, usó un tubo gástrico para alimentarse hasta los 5, y se enfermaba de neumonía cada mes”, dice su madre. Él también recibió distintas terapias para recuperarse.


Michael nació en Denver y tiene hoy 13 años. Llegó al mundo con problemas de lenguaje, y con asperger y autismo, pero en grado leve. Los tratamientos, por supuesto, no se hicieron esperar. “Pero gracias a Dios –dice Yolanda- ahora él está mucho mejor”.

La cuarta hija, se llama Monserrat y a diferencia de sus 3 hermanos, nació sin dificultades. Hoy cursa el segundo grado en el colegio, y quiere mucho a sus hermanos.


Yolanda y su esposo han tenido momentos muy duros.

“Cuando llegamos a Estados Unidos, había días en que no teníamos ni para comer; mi esposo se quedó sin trabajo y se enfermó. Se nos juntó todo, no teníamos ni para pañales cuando nació mi primer hijo”.

Pero Dios nunca dejó de proveer. “En un momento llegaron donaciones. La gente llegó a nuestra casa con muchas cosas que nos cayeron del cielo”.


Eso los motivó a iniciar, años más tarde, el proyecto Padres ayudando a Padres, que canaliza donaciones de equipo médicos a familias con necesidades.

Contactan a otras familias que usaron sillas de ruedas, camas eléctricas, muletas, etc., pero ya no las necesitan y las donan.

Según Yolanda, criar y educar a sus hijos no ha sido fácil y ha traído varias pruebas. Pero añade que “gracias a las terapias de mis hijos, conocí a otras mamás, que pasaban por lo mismo que yo”. Esa experiencia fue muy valiosa porque experimentaron el espíritu de familia y solidaridad.


Junto con esas familias, “surgió la idea de hacer una primera misa de acción de gracias a Dios por los logros que habían tenido nuestros niños”.

Y así lo hicieron. Celebraron la Eucaristía en su parroquia St. Cajetan, en Denver, y desde entonces, comenzó una gran amistad, que perdura hasta la fecha.

En una cultura de lo “descartable”, en la que se desecha a las personas más frágiles, o con discapacidad, la historia de Yolanda es edificante. Ella ve en todo la mano de Dios y sabe que “Él no le manda niños especiales a quien no los va a poder cuidar”.

Cuando uno tiene un hijo con discapacidad –dice Yolanda- realmente conoce a Dios. ¡Quién sería yo sin mis hijos! Sin ellos yo no hubiera sabido lo que es el amor, la compasión, la necesidad, la humildad”.