Es un sacerdote con “olor a oveja”. Uno de tantos miles de sacerdotes que han cumplido una misión atendiendo a los más pobres, a los más vulnerables y olvidados. Este es el caso del padre Renato Chiera, un italiano que se introdujo en las favelas de Brasil y creó una obra que ha salvado la vida a miles de niños y ha acercado a Dios a otros tantos.
En este sentido, el padre Chiera comparte con el Papa Francisco ese amor especial por los marginados en la sociedad y que quedó acreditado con las numerosas visitas del entonces cardenal Bergoglio a las villas miseria de Buenos Aires, donde sirvió y se conmovió con este estrato de la sociedad olvidado, entre ellos muchos niños.
Por ello, no sorprende la atención y el cariño que el Papa expresó con el padre Chiera el pasado 18 de noviembre. Este sacerdote estuvo presente en la misa diaria de Francisco en Santa Marta y luego pudo conversar con él sobre la importante misión que desempeña. Pese a todo los sufrimientos y las adversidades que ha pasado en estos años, don Chiera dijo sentirse “muy emocionado” y confirmado por el Papa para continuar con su misión, “él siempre habla de ir en camino, yendo a las periferias”. “Un gran trabajo, un gran trabajo”, le dijo Francisco.
De este modo, vuelve con más energías si cabe para seguir rescatando niños de las mafias, de las drogas y sobre todo de las calles. Conocido como el “ángel de la guarda de los meninos do rua”, de la Baixada Fluminense a las afueras de Río de Janeiro.
La vida de Renato Chiera no tiene nada que envidiar a las superproducciones de Hollywood. Sufrimientos, asesinatos, mucha muerte pero sobre todo un triunfo constante sostenido en Cristo.
Este italiano de 71 años fue enviado a Brasil por su obispo en 1978. Lleva prácticamente toda su vida sacerdotal allí. Nunca dudó en adentrarse en esta aventura: “yo había desarrollado desde hace mucho tiempo una sensibilidad con los marginados y me llamó la atención la pobreza de la gente y las violencia en las favelas, especialmente con los más jóvenes. Una vez que se percató de esta realidad, escribió un papel a máquina y fue casa a casa diciendo que era un sacerdote católico y que estaba dispuesto a hacerse cargo de los pequeños.
Fue de esta experiencia como surgió la llamada Casa do Menor de San Miguel Árcangel, una institución creada por el padre Chiera que comenzó con un niño alojado en su casa y que actualmente cuida a más de 4.000 niños de las favelas en cinco estados brasileños.
Sin embargo, los inicios no fueron nada fáciles ni exentos de un sufrimiento enorme. El punto de inflexión de esta obra se produjo tras un triste suceso. Ocurrió con Carlos, su primer menino do rua. “Era un niño que robaba y tomaba drogas porque estaba solo. Desde que lo había acogido en mi casa había cambiado, pero una noche llegué a casa y le encontré muerto. Los escuadrones de la muerte le habían disparado. Para mí era como un hijo”.
Pero este fue sólo el inicio de una escalada de violencia. “En sólo un mes mataron a 36 niños de la parroquia”, recuerda. De hecho, relata este sacerdote, “yo ya había sido amenazado de muerte en varias ocasiones y me dijeron que me olvidara de los asuntos sociales. Hasta mi obispo había sido secuestrado.”
A renglón seguido un adolescente llegó gritando al padre Chiera: “estoy en la lista de los que quieren matar, ayúdeme”. En la lista había 40 niños. “Había una atmósfera de terror y también tuve preocupaciones pero pensé en las palabras de Jesús: cada ve que dejasteis de hacerlo con unos de estos mis pequeños….”.
“No sabía qué hacer, pero un montón de chicos de las favelas ya estaban en la puerta de mi casa para dormir. Me pidieron poder quedarse conmigo. Pero no tenía espacio”, recuerda. Durmieron hasta en el garaje y en la furgoneta.
Fue en ese momento cuando decidió pedir ayuda a sus amigos en Italia. Le enviaron algo de dinero y así montó una pequeña estancia. Surgía así la Casa do Menor, una obra que casi treinta años después ha dado una respuesta a una necesidad enorme.
“A menudo he tenido miedo y me he tenido que cortar la barba para poder escapar. No estoy en las favelas porque me encante la miseria sino porque veo en los niños pobres la mirada de Cristo Crucificado”, confiesa este sacerdote.
La realidad ha ido evolucionando y de los escuadrones de la muerte han pasado a los narcotraficantes. Son éstos los que utilizan a los niños y no pueden soportar que sean rescatados por la Iglesia.
“Ahora están entrando chicos con más de diez años que han estado implicados en el narcotráfico. En estos días han venido tres. Tienen una historia terrible. Hemos abierto una nueva casa precisamente para acoger a estos chicos, pero es una realidad aún más compleja la que tenemos que afrontar. Es difícil escaparse de las organizaciones y a menudo están marcados a muerte. Tenemos que poner mucha atención para protegerlos. Hace cinco meses esta casa pudo saltar por los aires a causa de un atentado cometido por un traficante. Seguimos teniendo muchos problemas y recibiendo amenazas. Pero nuestra casa, siempre gracias a Dios, ha ido creciendo”, contaba el padre en una reciente entrevista.
Igualmente, esta casa ha experimentado otra realidad pues muchos de los niños que les llegan son casi recién nacidos. “Un hecho que se explica a las claras por el hundimiento de la familia. En mi parroquia no llega al diez por ciento las familias donde viven juntos los dos padres, y es un dato que refleja la periferia de Rio”. De hecho, han triplicado el número de casas destinadas a los niños más pequeños.
4.000 niños, decenas de casas y también cientos de trabajadores conforman esta obra. Dice Renato Chiera que “su mayor grito no es ser pobre, para ellos lo importante es que se sientan amados, significa que hay alguien que les ama”.