La vida del padre Ciril Cus no fue fácil. Desde niño experimentó en sus carnes el sufrimiento y la injusticia, algo que le marcaría según iba creciendo, hasta que un día tras un viaje a Medjugorje, donde viajó por mera curiosidad logró hallar una paz que nunca había sentido. Esto le llevó al perdón, de ahí al amor y más tarde a la vocación al sacerdocio.
Ciril nació en un pequeño pueblo de lo que actualmente es Eslovenia. Pertenecía a una familia católica en la que eran cuatro hermanos, aunque su hermano mayor murió siendo niño. Creció en una granja en el campo, y aunque vivían con estrecheces no les faltaba de nada.
Sin embargo, la vida de la familia cambió cuando su padre, que era albañil, cayó desde una altura de 16 metros. No murió, pero estuvo en coma durante más de un mes. Cuando despertó ya no era el mismo, comenzó a beber hasta convertirse en un alcohólico.
Las palizas constantes de su padre
A la vez, Ciril empezó a recibir las primeras palizas de su padre. Cuenta el ahora sacerdote, tal y como recoge Aleteia y La Nuova Bussola Quotidiana, que “cuando tenía 10 años tenía que usar un gorro incluso durante el caluroso verano para que la gente no pudiera notar mis heridas”, pues le había abierto la cabeza en numerosas ocasiones.
La frecuencia de las palizas era tal que Ciril Cus decidió huir por la ventana y dormir en el establo, donde era asaltado todas aquellas noches por terribles pesadillas. La situación que vivía le hizo plantearse incluso el suicidio, aunque explica que hubo “algo que me detuvo”.
La dura vida que tenía también le afecto al aprendizaje, y empezó a trabajar en el campo. A los 14 quería irse de cada porque “me pegaban muchas veces, todo lo que hacía estaba mal y siempre tenía miedo de mi padre”.
Durmiendo entre ratas
Este joven esloveno consiguió acabar la Secundaria y encontró un trabajo en la ciudad. Así fue como logró por fin escapar de su padre. Trabajaba en una taberna, pero allí también le esperaban malas noticias, pues dormía entre ratas.
Para intentar apaciguar toda la ira que llevaba dentro empezó a practicar karate y kickboxing, disciplina esta última en la que llegó a convertirse en campeón nacional.
La fe no significaba ya nada para él. Aunque venía de una familia católica, el joven Ciril había abandonado la Iglesia. Pero al igual que en estos deportes pudo descargar su furia, también encontró tranquilidad en la biblioteca.
Su viaje a Medjugorje
En ella se topó con una Biblia, y empezó así a leer la Sagrada Escritura. Fue entonces cuando se enteró de la existencia de las supuestas apariciones de la Virgen María en Medjugorje. Movido por la mera curiosidad decidió viajar hacía allí. En este santuaio realizó una buena confesión. Sin embargo, aparentemente nada más había ocurrido en él.
Ya de vuelta empezó a sentir una paz que hasta entonces no tenía. Además, uno de los peregrinos que conoció en Medjugorje lo invitó a un grupo de oración de espiritualidad carismática. “Tenían todos las manos en alto, pensé que estaban drogados, no eran normales”, recuerda el ahora sacerdote, que explica que en aquel momento “no estaba acostumbrado a eso”.
El rezo diario del Rosario
Al ver aquella escena decidió que nunca más volvería, pero la insistencia del peregrino que había conocido hizo que volviera por segunda vez. En aquel segundo encuentro escuchó a una mujer hablar sobre el perdón hacia su esposo, después de que la hubiera agredido. “Por primera vez en mi vida me di cuenta de cuál era mi mayor problema”.
Así fue como comenzó a asistir a este grupo carismático. Cuando rezaban por él lloraba como un niño y experimentaba que las heridas se iban poco a poco curando. El sacerdote que les asistía le recomendó el rezo diario del Rosario como una forma de recibir la gracia del perdón.
El padre Ciril confesando en Medjugorje
Ciril Cus se fió porque “quería que Dios cambiara mi vida. Esta era la única posibilidad que veía”, asegura. Empezó a rezar el Rosario de rodillas bajo la cruz.
Tras un año entendió que era el momento de ir a ver a su padre. Cuenta que “le estreché la mano”, pero nada cambió en su relación, lo que hizo a este joven volver a entrar en crisis.
“¡Te mataré como a un cerdo!”
Lejos de desanimarse se abrazó aún más a Dios y comenzó a rezar dos Rosarios diarios. Año y medio más tarde comprendió que lo que debía hacer era perdonar a su padre y decirle que le quería. Pero no tenía fuerzas para hacer eso.
Al final se animó y acudió a su padre, pero el hombre le recibió sacando un cuchillo: “¡Te mataré como a un cerdo!”, le dijo. Ciril escapó corriendo.
Durante los siguientes meses añadió un nuevo Rosario más al día. Serían tres. Vio claro no sólo que tenía que hablar con él sino que además debía abrazarle. Urgía porque debido a su nivel de alcoholismo los médicos daban a su padre apenas un mes de vida.
El ansiado abrazo
“Fui al encuentro de mi padre cuando regresaba del bosque. Siempre tuve miedo, pero en ese momento estaba en paz. Lo tomé de la mano, lo miré a los ojos y le dije que le perdonaba y que lo sentía por todo, que lo quería. Puse su cabeza cerca de mi corazón. Fue la primera vez en mi vida que abracé a mi padre”, afirma.
A partir de ese momento, el hombre dejó de beber. “Por primera vez vi a mi madre en brazos de mi padre. Lloramos de alegría y nos dijo que nos quería”, añade. Además, pese al pronóstico médico su padre vivió otros 16 años reparando día a día todo el daño que había infringido en el pasado.
“La experiencia del perdón es tan poderosa que trae felicidad, el encuentro con Dios es más fuerte que todo el odio, el infortunio o el sufrimiento”.
Ciril fue al final un instrumento de Dios para mostrar a su padre su misericordia. A la vez este joven sintió una llamada y hoy es sacerdote, que siempre predica que “si no perdonamos, evitamos que la bendición de Dios entre en nuestras vidas y Dios no puede obrar en nosotros”.
Publicado originariamente en Cari Filii News