Hace algunos años dos jóvenes artistas españoles hicieron famosa una canción cuyo estribillo decía:
“A veces en la vida se pasa mal,
deseos y sentimientos sin controlar,
yo en tu lugar,
lo intentaría olvidar,
el tiempo calmará el dolor, ese dolor...”
Inmaculada Cobos seguramente habrá escuchado este estribillo varias veces en la radio, o incluso en la televisión. Pero, al contrario de lo que dice la letra, no le ha hecho falta olvidar el dolor para ser feliz y hablar de agradecimiento. Como ella misma dice “el que lo ha curado todo ha sido Dios”.
Inmaculada Cobos nació en Huelva hace 40 años. Es la mayor de 9 hermanos, nacidos en una familia cristiana en la que sus padres les quisieron transmitir la fe a través de su ejemplo y de enseñarles a rezar, así como de inculcarles su pertenencia a Dios.
“En nuestra familia no han faltado sufrimientos, enfermedades precariedades…, pero todos han sido regalos de nuestro Padre, por lo que siempre he vivido cada acontecimiento en la confianza puesta en que Dios cuida y provee”, relata Inmaculada.
Desde pequeña la enfermedad llegó para quedarse en la vida de esta feliz familia y, sobre todo, de Inmaculada. “Ha sido la cruz que Dios puso en mi vida para hacer una historia preciosa de salvación, a través del sufrimiento, del dolor”.
Todo comenzó con menos de 2 años de edad: “me quejaba de dolor de piernas, y me sentaba en cuanto podía, porque me cansaba de forma constante.
“A veces mi abuelo me llevaba a dar paseos y al llegar siempre le decía a mi madre que me dolían las piernas y que me paraba mucho, así que me llevaron al médico”.
Sería entonces cuando, después de realizarle varias pruebas, le diagnosticaron reúma… ¡con tan sólo 2 años!
“Ahí comenzaron las inyecciones de penicilina, Bencetacil y otros medicamentos. “¡Cómo dolían!”, recuerda.“Estuve pinchándome hasta los 25 años”.
Pero la cosa no quedó ahí porque “con 3 años me operaron de amígdalas y vegetaciones”.
Los dolores eran fuertes y le imposibilitaron hacer la vida normal de cualquier niña de su edad: no pudo hacer ejercicio físico o participar con sus amigos en algunos juegos, no obstante “siempre fui una niña muy alegre”, apunta.
Uno de los días más importantes para Inmaculada fue su Primera Comunión, que la recibió a los siete años, dos antes de lo que la hubiera correspondido, porque como ella misma cuenta a ReL, “mi abuela materna había fallecido, y mi abuela paterna estaba enferma y decía que iba a morir sin verme hacer la Comunión” así que “mis padres hablaron con el párroco y este accedió porque pensaba que estaba preparada”.
Pero las cosas se volvieron a torcer con la aparición de nuevos problemas de salud. A los nueve años descubrieron que tenía problemas en los riñones, subidas y bajadas de tensión, fiebre, y muchos dolores. “los médicos y enfermeras decían que era muy buena paciente porque apenas me quejaba” y desde entonces no le funcionan bien.
Inmaculada continuaba inmersa en su vida cristiana, asistiendo a los sacramentos, a catecismo, rezando cada día y sobre todo viviendo con alegría sus enfermedades.
“Recibí la Confirmación también muy pronto, a los 11 años y a los 13 hice otras catequesis y entré en el Camino Neocatecumenal”.
Pero, un año más tarde a los dolores que ya tenía se sumaron algunos nuevos en las manos y en los pies, lo que finalmente diagnosticaron como artritis reactiva que “me provocó meses después un ataque de reuma muy fuerte por el que casi no podía moverme, con dolores insoportables”, dice.
Fueron momentos de zozobra, de un sufrimiento profundo porque “el demonio en ese momento me metió en la cabeza la pregunta de para qué vivir si el propio médico decía que tenía una analítica de una mujer de 80 años, cuando realmente tenía 15. ¿Qué vida me esperaba entonces? Aunque tuve momentos de desesperación, de angustia, gracias a la oración Dios me fue rescatando de ese engaño y volví a tener la alegría de ser hija de Dios, de sentirme amada en la cruz".
De nuevo, a los 17 años llegaron más problemas: le diagnosticaron fibromialgia y se vio en la necesidad de hacer ejercicio por indicación del doctor consiguiendo durante este tiempo los títulos de Monitora y Técnico en Aeróbic y Fitness e incluso el de Monitora de Bailes de Salón con el que comenzó a dar clases “porque así podía ayudar a más gente”, dice esta onubense.
Fue maestra de baile hasta los 25 años y al mismo tiempo estudiaba inglés.
“Tenía un novio, proyectos de formar una familia y vivía de forma activa mi fe en la parroquia, con la catequesis de niños y con el coro, donde comencé a cantar con 10 años —y dónde aún sigo—, hasta que me tuvieron que ingresar en el hospital”.
(Bajo estas líneas, Inma con su madre y sus hermanas)
“Me ingresaron con una tetraparesia (problemas de movilidad en las cuatro extremidades) por lo que los planes de tener mi propia casa se terminaban y los planes de boda se esfumaban, sin embargo, en todo momento me sentía tan amada por Cristo….es algo inexplicable…pero me sentía una con Él, en la Cruz, tenía mi corazón en paz, no me entristecía todo lo que estaba pasando, tenía a Jesucristo conmigo, Él era mi Todo y no necesitaba más”, relata esta mujer coraje.
“Pasé un mes en el hospital, mientras a mi abuelo, al que tanto quería y con el que me unía una relación especial, —porque yo le había cuidado siempre—, le ingresaron también en otro hospital. Los médicos dijeron que le quedaban días y a mí me dejaron ir a verlo. Murió en nuestra casa pocos días después”, recuerda inmaculada con tristeza.
Desde de ese año Inmaculada sufre una polineuropatía, o lo que es lo mismo, una disminución en la capacidad para moverse o sentir debido a un daño neurológico.
Esta enfermedad se ha ido complicando con asma, crisis de broncoespasmos y mala circulación sanguínea entre otras cosas, aunque nada la hacía presagiar que la carrera de obstáculos continuaría todavía un largo tiempo.
Diez años después, el que fuera su novio con 16 años y cuya relación tuvieron que dejar porque él llevaba una vida desordenada, le pidió ayuda para salir de la droga y del alcoholismo.
“Yo a accedí —relata Inmaculada— porque Dios me perdonaba a mí, siendo yo una pecadora; Dios me perdonaba, me amaba, así que, ¿quién era yo para juzgarle y negarle un poco de ayuda?”.
Acudieron a Proyecto Hombre y durante el tratamiento “surgió de nuevo el amor”, destaca. “Al final se curó, entró en la Iglesia y en 2001 nos casamos”.
Inmaculada y su esposo han tenido cinco hijos de los que dice que son “cinco dones de Dios” y dos ángeles “que perdí en el cuarto y sexto embarazo”.
Todos fueron difíciles, también los partos, pero asegura que “nunca tuve miedo porque tenía la certeza de que Dios no me abandonaba; es mi Padre y me ha cuidado siempre, y si tenía que llevarme, sería de la forma y el momento que Él tenía preparado para mí. Sin embargo, de todos salí bien, y el último —que era de riesgo muy elevado— fue el mejor de todos. Me encomendaba siempre a la Virgen, ella es Madre, mi Madre que cuidaba y sostenía en esos momentos”.
“Tenemos 5 milagros, y el seguir abiertos a la vida viene de la confianza en que Dios sabe mejor que nosotros lo que necesitamos, Él hace todo bien”.
Inmaculada quiere destacar algo más. Y es que además de todas estas dificultades “Dios me dio otra cruz en los cuerpos de mis hijos, la posibilidad de hacerme cada día una con Cristo en la cruz a través de las enfermedades de mis hijos, pero todos han salido adelante y son felices”.
Después de todo esto su enfermedad ha ido empeorando. “Estaba tan agotada entonces”, recuerda.
“Me ingresaron dos meses después del cuarto hijo, no tenía fuerzas para mantenerme sentada siquiera, pero como siempre, tenía la certeza puesta por el Espíritu Santo en mi corazón de que todo era por amor de Dios hacia mí; era el rescate que Dios hacía a mi vida, un rescate llamado dolor por lo que la paz y la alegría seguían en mi vida, recibía a Cristo eucaristía cada día, salud del alma”.
Hace pocos días Inmaculada volvió al médico y le diagnosticaron artrosis nodular degenerativa en las manos y artrosis en las rodillas y los pies, además de osteoporosis. “Dios sigue dándome posibilidades de ofrecer todos los sufrimientos; con Cristo puedo decir que soy feliz en la cruz. La fuerza y la alegría que tengo las recibo de Él, en la oración constante, en pasar de rodillas todos los días un rato rezando ante el crucifijo, sintiéndome amada por Él. Acudo a la eucaristía diaria siempre que puedo, sedienta siempre del Amor de Cristo. De esta forma puedo vivir para Él, dándome en mi familia, en mi comunidad, en mi parroquia y a quien sea. Se puede ser feliz, vivir llena de alegría en medio de los sufrimientos con Jesucristo”, subraya llena de entusiasmo.