No hay nada extraordinario en la vida de Filippo Gagliardi, a quien sus allegados llamaban Pippo, un católico de 30 años, ingeniero, casado y que esperaba un hijo a quien no llegó a ver nacer. Él murió el 11 de septiembre a consecuencia de un cáncer fulminante que se lo llevó en menos de un mes. El pequeño Lucca Filippo nació el 6 de octubre.
Ahí concluiría su resumen biográfico, para evocación exclusiva de los suyos, si no fuese porque la fama de su vida ejemplar está empezando a trascender las fronteras del círculo donde la puso en práctica: el Oratorio y Círculo San Vittore de Verbania, una bella ciudad en el Piamonte, a orillas del Lago Mayor y cerca de la frontera suiza.
Los diarios de tirada nacional ya se han hecho eco de la intensidad de la vida espiritual de este joven, a cuyo funeral y entierro acudieron tantas personas que la iglesia se vio totalmente desbordada. "Sólo Pippo podía provocar un escándalo así: jamás vi la basílica tan llena", dijo el sacerdote en la homilía, según refleja La Stampa.
"No lo creí hasta que te vi en el funeral. No podía creer que una persona como tú, fuerte, siempre alegre y dispuesta a escucharte, ya no estaba. Ahora me resulta extraño entrar en el salón del oratorio y ver tu foto. Antes te veía a ti. Pero sé que estás, que siempre has estado, que siempre estarás. Tal vez no te lo dije nunca, pero... ¡gracias!": esto escribió Francesca en el Facebook de San Vittore. Francesca tiene 18 años y fue una de las animadoras del centro instruida por Filippo.
En San Vittore, círculo fundado en 1908 por jóvenes católicos de educación rosminiana, cientos de niños y adolescentes encuentran hoy un lugar donde divertirse, entretenerse y hacer relaciones, y al mismo tiempo formarse como cristianos. Pippo creció en él desde muy pequeño y fue luego uno de los instructores más comprometidos y también más queridos, formado en su diócesis para la Nueva Evangelización como sentinella del mattino [centinela de la mañana].
Una tarea que compartía con Anna Bonisoli, su esposa, quien confiesa ahora que vivió "momentos de terror al perder lo más bello y hermoso que tenía": "Pero quiero ser como Filippo y afrontar lo que sea confiando en el Señor. Y se dirige a su marido, recoge L´Avvenire, para decirle: "Le he rezado a Él, pero también a ti confío la preciosa vida de nuestro pequeñito. Y repito, como tantas veces hiciste tú: El Señor es mi fuerza, en Él confío, no tengo miedo".
Al despacho de Fabrizio Corno, sacerdote muy amigo de Pippo, continúan llegando testimonios sobre la forma sencilla en la que el joven vivía su fe. Como Stefano, que se encontraba con él al ir a trabajar: "Le veía todas las mañanas. Subía al autobús, saludaba a todos y luego abría siempre su librito. Me chocaba, porque no leía, sino que rezaba".
"Su vida era un quinto Evangelio", le dijo Franco Giulio Brambilla, obispo de Novara, a Don Fabrizio en una carta al día siguiente de su muerte. Monseñor Brambilla quiso honrarle celebrando una misa en Verbania al cumplirse un mes de su muerte, dando un primer paso para las reformas en el círculo San Vittore que llevarán el nombre de Filippo Gagliardi.
"Ahora es como si me faltara un pedazo de mí mismo", lamenta Don Fabrizio al evocar la intensa colaboración entre ambos: "No se avergonzaba de su fe, y la vivía de forma limpia".
Hace un año, al terminar un retiro espiritual, Pippo le mandó un SMS a los chicos que lo habían hecho: "¡Habéis sido muy valientes! Él [Jesucristo] ha llamado a nuestra puerta. No hemos podido ser indiferentes: unos ya la han tirado abajo, otros la mantienen entreabierta... ¡Os pido a todos que no os canséis nunca, y mirad y recibid a quien llama a la puerta de nuestra vida!".
Cuando Dios llamó a la suya, Filippo respondió aceptando el sufrimiento y la pérdida. El 26 de agosto, cuando los análisis certificaron que el desenlace era fatal e inminente, le escribió a Don Fabrizio: "Fabri, la puerta se hace cada vez más estrecha, pero he ofrecido este dolor por todos vosotros".
En sus últimos instantes, el sacerdote estuvo junto a él: "Me dijo, con voz débil pero mirada resplandeciente: ´¡Te quiero mucho!´. Y yo le respondí: ´¡Así será para siempre!´. Entonces murió... Gracias, Pippo, por todo, pero sobre todo por estos últimos días intensos en los que me hiciste el regalo más grande: poder estar cerca de ti. Fue un honor. Llevo en el corazón tu última confesión, tu última comunión y tu lema favorito, que quisiste cantar: El Señor es mi fuerza, en Él confío, no tengo miedo. No, no tuviste miedo, tu fe era demasiado luminosa. Pippo, quédate siempre cerca de mí".