Este domingo Francisco canonizará a Carlos de Foucauld (1858-1916), un santo espiritualmente tan fecundo tras su muerte como fracasado en vida. Nos explica esta paradoja Margarita Saldaña, licenciada en Periodismo y en Teología Dogmática y autora de diversos libros: San José: los ojos de las entrañas, Tierra de Dios: una espiritualidad para la vida cotidiana o Rutina habitada: vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente.
A los que se suma uno muy reciente: El hermano inacabado. Carlos de Foucauld (Sal Terrae).
-¿Desde dónde te acercas a su figura?
-Pertenezco a la familia espiritual de Carlos de Foucauld, como laica consagrada en la primera rama femenina, fundada en 1933, las Hermanitas del Sagrado Corazón. Además, tengo la suerte de formar parte de un equipo de investigación que lleva más de veinte años profundizando en la vida y los escritos de Carlos de Foucauld, particularmente a través de textos inéditos.
Margarita Saldaña (Madrid, 1972) es laica consagrada. Trabaja en una clínica de cuidados paliativos, labor que compagina con el acompañamiento espiritual, los retiros y la formación.
»Esta doble perspectiva, una más carismática y otra más intelectual, me abre un gran horizonte de comprensión de un personaje muy complejo, cuya trayectoria existencial alberga un mensaje de gran actualidad para el creyente de hoy.
-¿No se encuentra lejos del creyente contemporáneo un santo francés que vivió a caballo entre los siglos XIX y XX?
-Los santos tienen una actualidad permanente, que consiste en su capacidad de haberse dejado trabajar por la gracia. En este sentido, Carlos de Foucauld nos resulta extraordinariamente cercano. A partir de sus caminos siempre abiertos y de sus sombras nunca resueltas, nos indica que es posible ir creciendo cada día en una relación auténtica con Dios y con los demás. Él, que quería ser "hermano universal", descubre y muestra que la vía para llegar a ser hermanos de todos no consiste en la perfección moral, sino en la apertura sostenida de nuestra fragilidad al trabajo de Dios en nuestra pequeñez.
-A Carlos de Foucauld se le conoce como "hermano universal", y así le propone el Papa Francisco al final de la encíclica Fratelli tutti. ¿No está este "título" en contradicción con la imagen de "hermano inacabado" que tú utilizas?
-Más que en contradicción, estas dos imágenes se hallan en profunda continuidad. Cuando en 1901 llega al desierto ordenado sacerdote, Carlos de Foucauld comienza a sentir el deseo de ser hermano de todos, pero progresivamente va descubriendo que la clave de esta relación no la posee él, sino que son los demás quienes le reconocen o no como hermano. La fraternidad universal será un proyecto vital que tirará de él cada vez más lejos, que le llevará a buscar a la gente más abandonada. Y, al mismo tiempo, será un proyecto que nunca llegará a término, porque Carlos experimenta en sí mismo límites que dificultan esta relación, y también porque sus ideas fundacionales no tienen éxito y muere sin compañeros. En cierto sentido, las intuiciones de Carlos de Foucauld van realizándose después de su muerte, a través de su gran familia espiritual y también de ese espíritu de "salida" que el Papa Francisco desea inyectar en toda la Iglesia.
-En tu libro utilizas los términos de "exploración" e "irradiación" para referirte a la vida de Carlos de Foucauld. ¿Qué expresan dichos términos?
-La vida de Carlos de Foucauld puede leerse a partir de estas dos claves, que son también complementarias. Por una parte, su itinerario va a transcurrir por muchísimos paisajes diferentes: de origen noble, educado con cariño por una familia extensa tras la muerte de sus padres, deja de creer, ingresa en el ejército y pasa enseguida a la reserva, hace un viaje científico por Marruecos, recupera la fe cristiana, pasa siete años en la Trapa, busca la radicalidad de los márgenes en Nazaret, es ordenado sacerdote y, en los últimos años, se instala en en norte de África y va al encuentro de los tuaregs.
Charles de Foucauld, con uno de los niños a quienes liberó de la esclavitud. Foto: @FondsFoucauld - Diócesis de Viviers.
»Por otra parte, estas etapas tan diferentes le llevan a explorar otros paisajes interiores e inéditos: sus propios deseos y límites, los secretos de la relación, el sentido de la eucaristía, el valor de la presencia como espacio de misión, etc. En esos lugares, su vida va siendo sencillamente "irradiación" de Jesús, anuncio del Evangelio más por el testimonio que por la palabra.
-Carlos de Foucauld murió sin haber fundado nada y sin realizar prácticamente ninguna conversión. Este aparente fracaso, ¿tiene algo que decirnos hoy?
-Este "aparente fracaso" está directamente conectado con dos misterios de la vida de Cristo que arden en el corazón de Carlos de Foucauld. El primero de ellos es la ineficacia de Nazaret, donde el Hijo de Dios pasa la mayor parte de su existencia humana sumergido en la banalidad de lo cotidiano. En Nazaret no sucede nada extraordinario y, sin embargo, Jesús está ya salvando el mundo por medio de la íntima comunión con el ser humano. Esta vida nazarena no es un fracaso, ni una fase inútil, sino un lugar de revelación.
»Algo semejante sucede con el misterio pascual: Jesús muere solo. La cruz es otro lugar de revelación. Estos dos misterios dotan de sentido la existencia de Carlos de Foucauld y la nuestra: aunque nuestra vida no dé los "resultados" que nos gustaría, puede ser espacio de salvación si nos dejamos habitar y trabajar por Dios.
-¿Qué mensaje tiene Carlos de Foucauld para la Iglesia contemporánea?
-Un santo es un testigo, un compañero de camino, un hermano mayor. San Carlos de Foucauld nos llama insistentemente a volver al Evangelio, a fijar los ojos en Jesús y a dejarnos arrastrar por la pasión de su Corazón: este mundo fisurado por la injusticia, este mundo sediento de salvación, este mundo que Dios ha amado tanto.
»Carlos de Foucauld nos invita a no vivir pendientes de las cifras ni de los resultados, y a no tener miedo de gastar la vida a fondo perdido, porque la auténtica eficacia es aquella del grano de trigo y del puñado de levadura. El testimonio de Carlos de Foucauld es una buena noticia para toda la Iglesia, para todos los bautizados. Su canonización, más que "subirle a los altares" le baja aún más a la tierra para caminar con nosotros tras las huellas de Jesús.