El padre Ramón Lázaro Esnaola es un zaragozano de 46 años, misionero de la Consolata en Costa de Marfil, país al que llegó en 2001, un año antes de empezar la llamada "Primera Guerra Civil de Costa de Marfil", que causó unos 3.000 muertos y más de 700.000 desplazados. 

En este país le dieron el nombre que usa cotidianamente, Koroná, que en lengua senufó significa "Quédate".


"Vivo en un radio de unos 60 km entre Marandallah y Dianra Village, en la diócesis de Odienné, a unos 525 km de la capital económica de Costa de Marfil, en el noroeste de Costa de Marfil. El 70% de nuestra zona es musulmán, el 25% sigue la religión tradicional y un 5% es cristiano. Y dentro de este grupo el número de
baptistas es ligeramente superior al número de católicos".

"Por eso, nuestras parroquias y comunidades cristianas son pequeñas. El número de bautizados de Marandallah no creo que llegue a 100. Y los catecúmenos serán otros 100. Luego están los simpatizantes, los que prueban, que serán quizá también unos 100. En Dianra Village, los números son un poco más altos porque la zona está más poblada pero no creo que lleguen a 1000 todos los grupos sumados", explica a ReL.


El trabajo de los misioneros de la Consolata en esta zona del norte del país tiene 7 ámbitos:

- el diálogo con las personas de otras religiones;
- la salud, a través dos centros sanitarios, que administra Ramón, separados a 2 horas de Land Cruiser
- la alfabetización y el apoyo escolar;
- la promoción de la mujer a través los microcréditos;
- las visitas a las aldeas donde nadie todavía ha compartido la fe cristiana,
- la pastoral parroquial ordinaria
- y la promoción de la juventud a través la formación de apicultores.

Mucho trabajo para los misioneros, pero muy gratificante, dicen ellos.




"Ser misionero para toda la vida es muy bonito si uno siente que es su lugar en el mundo; pero si uno quiere sólo hacer algo por los demás es mejor que entre en una ONG o en algún organismo de cooperación", puntualiza el padre Ramón.

"Yo me apoyo en tres pilares: Dios, la comunidad y los pobres. Si falla uno, el trípode se cae. El misionero vive cierta soledad, aunque se trate con mucha gente, porque hay muchos sentimientos que uno vive que son difíciles de comunicar cuando partimos de horizontes culturales distintos. Sí, yo ya llevo más de doce años por acá, hablo la lengua local... pero hay distancias que no se pueden salvar. Por otra parte, la misión no son hazañas de superhombres, sino una vida cotidiana como la de cualquier español".

La cotidianidad a veces se ve alterada, por ejemplo por la guerra.

Ramón llegó a Costa de Marfil en 2001. "El golpe de calor al salir del avión fue brutal. Parecía que me faltaba el aire para respirar. Estuve tres meses en una misión de los Misioneros de África para aprender el senufó y llegué después a Dianra, donde me quedé hasta julio de 2008. Allí tuve la inmensa fortuna de empezar una nueva misión junto a Flavio, un misionero italiano, y Michael, keniata. Dos verdaderos hermanos, amigos y hombres de Dios".


"En septiembre de 2002 empezó la rebelión y allá aguantamos el temporal, con miedo en el cuerpo y mucha confianza en Dios. Allá escuche el ruido de las balas reales. Aprendí a dormir escuchando esos tiros. Y descubrí que ser misionero valía la pena: descubrí que sólo mi mera presencia ya daba consuelo a la gente".

Fueron meses muy duros: "Durante cuatro meses Michael y yo vivimos completamente aislados. Ni nuestras familias, ni los misioneros de la Consolata, ni la embajada sabían nada de nosotros durante ese tiempo. Y estuvimos nueve meses sin poder salir de la parroquia. Fue un tiempo de gracia en el que toqué de cerca mis límites, mis debilidades, mis miedos. Pero, al mismo tiempo, el Buen Dios me hizo profundizar mi fe, mi esperanza y mi amor por este pueblo".

De hecho, ya antes de empezar las hostilidades, Ramón había vivido ya la que sería su experiencia "de más miedo" en su vida misionera.


"Fue en 2001, antes del incio de la guerra. Llevaba unos diez meses en Dianra y en un viaje, unos asalteadores nos pusieron a tierra durante más de tres horas. Yo no sabía si todo se iba a acabar allí o qué iba a pasar. Parece mentira pero esta experiencia me ayudó mucho a vivir el tiempo de la guerra y a saber hablar y comportarme con los rebeldes. Hubo muchos momentos de tensión porque decidimos no dar dinero en los controles que ponían los rebeldes y eso implicaba discusiones sin fin, mientras Michael y yo recorríamos las aldeas en bicicleta porque no teníamos dinero para la gasolina de la moto".

Las cosas se normalizaron ("un poco más") a partir de 2007. "Que yo sepa, fuimos la única misión del norte de Costa de Marfil donde los rebeldes no entraron y, según lo que yo sé, el mérito hay que atribuírselo a la población local que vino a decir que "tocar a los misioneros es como tocarnos a nosotros". Vivimos una comunión con el pueblo que aún hoy recuerdan y valoran".


Cuando a un misionero en un país pobre se le pide que señale un momento triste de su vida misional, la mayoría recuerda la muerte de niños. "Recuerdo especialmente los dos niños que perdió Jacqueline en un espacio de menos de cuatro meses en Dianra en 2003, en plena guerra. Fue muy difícil ser consuelo en medio de esa situación. También el fallecimiento de Maitane, una joven que acompañé en Madrid y que falleció al poco tiempo que yo llegase a Costa de Marfil me marcó. Me hizo crecer en resistencia y esperanza".


No es tan frecuente encontrar un misionero que haya vivido el asesinato de un feligrés por su fe, por haberse convertido a Cristo. Pero en Costa de Marfil sucede.

"El asesinato de Joseph Kolo fue uno de los momentos más tristes de mis primeros años. Fue en 2003. Joseph fue uno de los primeros cristianos de Dianra junto con su mujer y toda su familia. En ese tiempo era el presidente de la comunidad y teníamos mucha relación. Joseph no quería que sus hijos hicieran el "poro", el rito de iniciación de los senufo, que dura 7 años, porque ya eran cristianos. Pero su propia familia no le perdono esa actitud y contrató un tirador para asesinarle. Y así murió dejando a su mujer viuda y al cargo de 7 hijos".

"Esa noche no dormí nada. Estaba sólo en la misión porque mi compañero Michael estaba en Kenya de vacaciones con su familia. Pasé toda la noche al lado de Odette, intentando consolarla. Al día siguiente, la iglesia estaba llena de gente de todas las religiones y confesiones porque querían dar el último adiós a un mártir de la fe".


En África, dicen los misioneros, Dios está omnipresente. Ramón lo "ve" por doquier: "en la sonrisa de una mujer que está cargada de leña en la cabeza y con
un niño en la espalda. Esa sonrisa viene de Dios, viene de una esperanza y de una resistencia increíbles. O veo a Dios en la fuerza de una familia para sobreponerse al fallecimiento de un hijo o una hija. Es impresionante la fuerza de la fe, el agradecimiento al que viene a darte el pésame quedándose toda la noche bailando en torno al cuerpo que yace y preside al mismo tiempo".



Pero hay momentos en que Dios parece dar un toque especial.


"Ciertamente, durante la guerra hubo momentos muy singulares. Uno de ellos fue cuando Michael me dijo que nos quedaba dinero para un mes y medio y que después nos tendríamos que ver obligados a huir por Malí porque no tendríamos para llegar hasta Abidjan. A la semana siguiente, yo me fui en bicicleta a una aldea situada a 50 km de Dianra por una pista de tierra. A la vuelta, casi exhausto, vi que tres misioneros de la Consolata del sur habían venido para ver si "estábamos". Fue providencial porque su visita nos permitió quedarnos al lado de nuestro pueblo"


"Otra historia pasó en la Pascua de 2003, cuando yo volvía en bicicleta de una aldea situada a unos 27 km después de haber pasado toda una semana allá, casi exhausto de las celebraciones, bautismos, danzas, vigilias, etc. En ese tiempo, todos los cristianos aprovechan para dar su aportación anual a la iglesia. Así que volvía con los carnets de bautismo de todo el mundo y con bastante dinero teniendo en cuenta que estábamos en plena guerra y que todo era muy complicado"

"Pues bien, cuando ya estaba a unos 5 km de Dianra, me di cuenta que el saco en el que llevaba todo eso se había desatado y se había caído por el camino. Así que me vi obligado a dar marcha atrás y regresar a la aldea de donde venía para ver si veía el saco. La búsqueda fue en vano. No vi nada. Llegué a la aldea y yo no podía ni con mi alma y todos estaban desanimados ante lo sucedido porque yo había perdido también el misal que había traducido en senufó. Me eché a dormir exhausto y, al día siguiente, me puse de nuevo en camino hacia Dianra. Cuando llegué a la misión y conté todo a Michael. Cuando terminé, me enseñó mi saco con todo lo que llevaba dentro. Me dijo que ¡un musulmán lo había encontrado por el suelo! Como vio mi alba, supo que era mío, así que se lo dio a una cristiana de la aldea que lo hizo venir antes de que yo llegara."




Por otra parte, es curioso que en un país pobre como Costa de Marfil, Ramón llegue a la conclusión de que "quizá el pecado capital en esta zona sea la envidia. Parece que a uno le siente mal que el otro progrese en la vida y le vaya bien. Esto está muy enraizado por acá y, la verdad, a mí me molesta mucho. Mi padre siempre me enseñó que su mayor alegría era que yo pudiera llegar un poco más lejos que él. Incluso etimológicamente la palabra senufó para "envidia" significa "me fastidia que te vaya bien". ¡Es muy fuerte!"


Si en muchos países africanos la venganza es algo bien visto y muchas culturas la exigen y alientan, en Costa de Marfil pasa algo bastante distinto: hay mucha retórica del perdón, a veces vacía.

"El perdón es una palabra demasiado utilizada en Costa de Marfil", señala el misionero, exigente. "Para ser sinceros, me gustaría proclamar un año de no utilización de esta palabra para que encontráramos otras formas de ir a la raíz del perdón y la reconciliación. El II Sínodo de los Obispos de África nos ha pedido que profundicemos las formas tradicionales de perdón y reconciliación. Entre los senufó esto se hace sobre todo a través de la palabra, la exteriorización de lo vivido en presencia de la comunidad, el respeto y la escucha de los mayores de la comunidad y desde la aceptación pública de los males causados. Puede haber situaciones en las que se exige que una comida sea organizada entre las partes en litigio para alcanzar la reconciliación. Estas acciones recuerdan a las comidas de Jesús con "pecadores y publicanos" que tanto escandalizaron a los "miembros de la pureza judía". Podrían actualizarse plenamente en una visión y acción eucarística donde la comunión de la comunidad-familia de Dios, tiene una plaza singular".


A Ramón le empieza a resultar lejano aquel joven de 16 años que era cuando sintió el primer llamado de Dios a la vida misionera. "Un jesuita que conocía se fue a Ecuador y me puso en contacto con otros jóvenes de allá, y a partir de ahí, el gusanillo de la misión empezó a ´molestarme´. Cuando hice COU (no sé como se llama ahora) estuve en mis primeros Ejercicios Espirituales en Sant Cugat del Valles, durante la Pascua de 1985, también con un jesuita.. Está experiencia me marcó y vi de una forma "clara y distinta" que quería orientar mi vida a partir de la misión. El texto de la llamada de los cuatro primeros discípulos y el texto de las Bienaventuranzas me sugirieron que todo eso iba para mí".


Poco después empezó a salir con una chica que se llamaba Mª Mar y que también tenía interés por "el Sur" y la lucha contra la pobreza en otros países. Con ella, por ejemplo, fue su primer contacto con África: una visita a Marruecos en 1986, a Meknés, para llevar un electrocardiograma de Manos Unidas a un
misionero franciscano.

"Colaborar en Acción Solidaria Aragonesa, una ONG que nació en Zaragoza en 1984, me ayudó a ver la cooperación con otros ojos. Y, desde luego, el estilo de los misioneros de la Consolata en Zaragoza me llamó mucho la atención: muy cercanos a nosotros, con unas visiones eclesiales muy parecidas a lo que yo sentía en mi corazón y, sobre todo, muy cerca de los pobres, en pleno barrio de la Magdalena. Formé parte de la primera comunidad de laicos de la Consolata de Zaragoza. Fueron dos años preciosos en los que la vida comunitaria me pareció la forma a la que el Buen Dios me llamaba. Me gustaba orar en la cripta de Sta. Engracia de Zaragoza, al lado de la turba de mártires. La oración me interpelaba".

"Sentía que el Buen Dios me abría un sendero que para ser sinceros yo no tenía muchas ganas de recorrer. Con Mª Mar estuvimos juntos unos dos años pero vimos que teníamos estilos diferentes y decidimos dejarlo, no sin dolor. Y llegó el día en el que decidí dar el salto en el vacío. Me gusta decir que mi vocación fue un pulso entre Dios y yo y... ¡ganó Dios! Tenía 22 años".

Para conocer más sobre la vida de Ramón en Costa de Marfil:
www.koronacotedivoire.blogspot.com
En Twitter: @koronacote

Para apoyar a los misioneros: www.domund.org