En medio de la barbarie y de la guerra aparecen en Siria auténticos héroes anónimos, personas que no temen la muerte si así pueden dar la vida a otros. Mientras los combates continúan, el gran damnificado siguen siendo el pueblo, un pueblo sirio que necesita no sólo ayuda material, sino algo que va más allá…amor, esperanza y reconciliación.
Uno de estos héroes es un joven sacerdote jesuita, el padre Ziad Hilal, que se juega la vida a diario, y ciertamente ha estado muy cerca de ella en varias ocasiones, para llevar el amor al pueblo sirio.
Y con este espíritu está realizando una enorme obra evangelizadora, reconciliadora y humanitaria en la ciudad de Homs, devastada y una de las más afectadas en Siria. Mantiene unida a la comunidad cristiana, da de comer a 3.000 familias, da clase a 900 niños, ha creado un centro para niños discapacitados e incluso ha sido negociador de rehenes mediando entre los leales de Asad y los rebeldes para que entregasen con vida a prisioneros de cada bando, entre ellos varios cristianos. Todo ello uniendo a cristianos y a musulmanes sunitas y alauitas, que han experimentado gracias a este sacerdote que es posible un país en el que todos pueden convivir.
Una auténtica vida de aventura. Aunque quizás una de sus iniciativas haya sido la más importante a la hora de ayudar al pueblo de Siria. En junio, este joven sacerdote fue recibido por el Papa Francisco. Hilal pudo relatarle con detalle la verdadera situación de Homs y la misión que realiza allí. “¿Qué puedo hacer por ti?”, preguntó el Papa. “Necesitamos sus oraciones para Siria”, contestó el padre jesuita. A raíz de aquí surgió la iniciativa de Francisco sobre la jornada de oración y ayuno para Siria, y que probablemente haya ayudado sobremanera a evitar, de momento, un ataque internacional contra el país que habría generado aún más muertes y sufrimientos.
Este jesuita estudió Filosofía y Teología en París y es doctor en Educación y Teología por la Universidad de San José en Beirut. Ahora vive en la frontera existencial y física. Se juega la vida a diario para atender a su grey. Pasa de un bando a otro para visitar a las familias pese a que han intentado matarle en distintas ocasiones.
“Pase lo que pase he decidido quedarme porque es la gente, y especialmente los niños, los que importan. Personalmente no me preocupa mi futuro, vivo cada momento tal y como viene. Ciertamente he rozado la muerte en varias ocasiones pero me he acostumbrado a ella. En todo caso, Dios me ha protegido”, cuenta este sacerdote que fue ordenado en 2010 en Damasco.
Pese a que un porcentaje alto de la población cristiana de Homs se ha marchado, él estará allí mientras quede algún cristiano. “Si mis feligreses salen, yo salgo. Si se quedan, yo me quedo con ellos”. En su opinión, “si no voy a la ayuda de mi hermano, soy cómplice de la barbarie”.
En el barrio donde estaba la casa jesuita no quedaron cristianos por lo que decidió trasladarse a otro en el que sí había. Allí ha creado un gran centro social y gracias a las donaciones que recoge por Europa está salvando a miles de personas, sin importar la religión de los que allí acuden. Además, se juega la vida para llevar ayuda a familias aisladas que hay en poblaciones cercanas a Homs
Sin embargo, su principal preocupación son los niños, que además suponen el futuro del país. Desde que comenzó la guerra los colegios permanecen cerrados y los pequeños están con sus familias todo el tiempo y en muchas ocasiones son testigos de cosas que un niño no tendría que ver.
Por ello, la parroquia que dirige el padre Hilal abrió una escuela en abril de 2012. Al principio eran 20 niños. Un año y medio más tarde son 800 niños entre 6 y 14 años. Para ello, ha conseguido involucrar a distintos profesores, ahora parados, para enseñar en la escuela. “Es un rayo de luz, una gran fuente de esperanza en este infierno. Si son cristianos, sunitas o alauitas, no hacemos ninguna diferencia”., cuenta el sacerdote.
A parte de esto, este jesuita relata que en el colegio también se alimenta a los niños con leche, sándwiches y fruta. “Tenemos que formar una nueva generación con el fin de disminuir la tensión entre los grupos religiosos”.
Sin embargo, su labor social tiene unas consecuencias aún más grandes puesto que “hemos podido mostrar que los cristianos y los musulmanes pueden ayudarse unos a otros”. Ejemplo de ello es otra de las numerosas iniciativas de este joven sacerdote, un centro para personas discapacitadas mentales. Actualmente, tiene cabida para 35 personas pese a las dificultades que viven en Siria.
Sobre esta convivencia cuenta una bonita anécdota: “Organizamos recientemente una fiesta para niños con discapacidad. Sus familias estaban allí. Cristianos, alauitas y sunitas. Fue maravilloso. Una madre se puso a llorar: ‘no es tan duro estar juntos. ¿Por qué los políticos nos llevan a la guerra?’”.
Por ello, con su empeño y su ímpetu Hilal ha conseguido que la vida parezca algo más normal en este infierno. Así lo define él: “el resultado es que hoy, en torno a los centros de los jesuitas, la gente ha regresado a sus hogares mientras que el resto de la ciudad de Homs está en ruinas y en gran parte abandonada por sus habitantes”.
Pero la vida de Ziad Hilal da para mucho más. Si no tuviera bastante con la atención de la comunidad cristiana y los miles de personas necesitadas que tiene en los distintos centros, este sacerdote se ha jugado la vida en varias ocasiones actuando ni más ni menos que como negociador de rehenes en Homs.
La guerra civil entre los rebeldes y los partidarios de Asad ha dejado numerosas víctimas. Ambos bandos han tomado prisioneros y han detenido a personas simplemente por su etnia. Entre ellos están también los cristianos.
Sin importar su propia vida, Hilal ha actuado de mediador para la liberación y el canje de estas personas. En un lado de la habitación, varios líderes rebeldes sunitas, en el otro jefes tribales alauitas y en medio un sacerdote católico, que sólo busca que no haya más muertes. Finalmente, consiguió su objetivo y salvó de una muerte segura a cientos de personas, entre ellos muchos cristianos.
“Yo no tomo partido en este conflicto, estoy a favor de la paz y no me meto en política”. Lo suyo es vivir en la frontera, tal y como predica el Papa Francisco, jesuita como él.