“A los 17 años escogí mal los caminos y conviví con la delincuencia. Fui jefe de una banda y tuve muchos problemas. Yo era un peligro, robaba y con los amigos que tenía, hicimos bastantes maldades. La verdad es que no me enorgullezco, estoy muy arrepentido de haber hecho tanto daño, de lo equivocado que estaba”.
Nacido en la andina ciudad de Itaguí, cercana a Medellín, Nalo recuerda que el punto de quiebre con la familia y la sociedad ocurrió en su adolescencia.
Dejó su afición al futbol y se dejó arrastrar por algunos de sus hermanos hacia el mundo de la delincuencia pandillera.
“Cada vez que asaltaba, me drogaba y tenía el aliciente de sentir la adrenalina para conseguir los fondos. No me importaba lo que me tocara hacer, siempre pensé en conseguir dinero”.
El vagar por las calles y sembrar miedo se tornó en un nuevo pasatiempo para el precoz delincuente que ignoraba, adicto a su nuevo estatus de hombre con arma, todas las enseñanzas de sus padres.
“Mi familia era muy humilde, muy pobre, ellos me enseñaron valores, a respetar, a trabajar, a ganarme las cosas honradamente, a no dañar a nadie. Éramos pobres y no podíamos tener buenas cosas, y aun así, nunca recibieron lo que yo me robaba. Me lo gastaba todo con los amigos, lo invertía en armas, para seguir haciendo daño, para seguir molestando”.
Avergonzado y aunque han transcurrido años, se emociona al contarnos que durante un atraco,“llegué a quitarle la vida a otro ser humano; ¡y no me siento orgulloso de eso, vivo muy arrepentido!”
Cruzar este límite lo disparó hacia un camino de violencias e inmoralidad que incluso hoy, por respeto a la salud espiritual que le ha sido regalada, evita siquiera mencionar.
Dice que en tiempos donde brillaban las mafias de los carteles narcotraficantes en Colombia, desechó todas las propuestas que le hicieron para trabajar al servicio de Pablo Escobar, Rodríguez Gacha o los hermanos Ochoa.
“A mí me gustaba robar”, sentencia. Arriesgando la vida propia y de otros, siempre al límite, disputando territorios con otras pandillas, sus hermanos fueron asesinados y Nalo juró vengar sus muertes. Vengar a los que se ama es una cuestión de honor, una regla de oro en el hampa delictiva, nos dice.
No temía matar con sus propias manos y arriesgar su vida, el dolor, el honor y la rabia pesaban más.
Sin embargo, fue capturado por la policía, frustrando todo el plan urdido para eliminar a los asesinos de sus hermanos. “Cuando entré a la cárcel andaba muy arrebatado, día y noche, de un sitio a otro, angustiado, ansiaba salir. Pero salió la sentencia y estaba ya cerrado el camino… me condenaron por un robo y por porte ilegal de armas blancas”.
Decir que los días, pero en especial las noches, eran un infierno en aquél lugar es un tópico que Nalo también padeció.
“Aislado me sentía entonces destinado para el olvido”. Y se quebró.
El pandillero fiero estaba sólo… repasando una y otra vez en su mente, dice, el sin sentido de su historia.
“Dios no me dejaba tranquilo y comenzó a cambiar mi forma de vida, y yo, a dejar los vicios; lloraba mucho y le pedía arrepentido, de corazón, que llenara mi vida, me transformara. No quería seguir siendo esclavo de la droga y con ese odio que mantenía. El Señor pudo aparecer y cambiarme. Me dio esa paz interior, esa fortaleza. No fue fácil, fue una lucha constante, de mucho tiempo, de días, meses para dejar mis adicciones, pidiéndole a Dios”.
Nalo se alegra cuando recuerda la etapa de su vida iniciada con la Fundación católica “Caminos de Libertad” (www.caminosdelibertad.org).
Debido a sus méritos, optó a la rebaja de condena y pudo obtener la libertad condicional en febrero de 2010.
Fue entonces que los conoció, porque -por exigencia y ayuda del sistema judicial colombiano- Nalo fue también apoyado con un acompañamiento integral a la reinserción social desde la entidad católica.
“La ayuda de la Fundación fue cuando yo salí, con esa libertad condicional, a empezar de nuevo en la calle. La verdad hubo muchas pruebas, había numerosos conocidos que sabían quién era yo, y que me ofrecían nuevamente armas y cosas para seguir en la maldad. Todas eran malas propuestas, las aparté, y no les hice caso. Yo tenía otro pensamiento, protegido por Dios”.
Hoy, con 42 años, para este hombre…“es un orgullo decir que pude salir de la droga y de elementos bien adictivos”.
Se capacitó, trabaja y“aunque tengo mis añitos”, dice, sigue jugando fútbol.
Al finalizar su diálogo y casi como un legado, Nalo vuelve a recordar aquello que hizo de él un hombre nuevo:“La ayuda que yo recibí vino de Dios, pues fue el Señor quien me dio el amor a la oración del Padre Nuestro, que repetido sin descanso me regaló la gracia, la fuerza, la capacidad de cambiar, de retroceder y volver al camino que era cuando Él me creó, junto a mis seres queridos, disfrutar de la vida sanamente”.