José Cuperstein se siente un hijo del poder de la Gracia. Este sacerdote nunca hubiera podido imaginar que sería sacerdote, pues no era católico, ni siquiera cristiano. Nació y creció siendo judío y fue precisamente la Virgen María, judía como él, la que de una manera formidable le fue guiando en primer lugar hacia la Iglesia Católica y más adelante hasta su actual vocación sacerdotal.
Natural de Lima este sacerdote está incardinado en la diócesis de Carabayllo, una de las sufragáneos de la capital peruana. En la revista Hágase estar, editada por la Milicia de Santa María relata este testimonio de conversión que transformó por completo su vida.
“El año 1984, un 24 de septiembre que fui con mis dos hijos (yo estaba divorciado y con carta de repudio a la esposa) a cenar al restaurante de la Familia Misionera Donum Dei, L`Eau Vive, se manifiesta a mi persona la Santísima Virgen María. Al entrar, le pedí a Ella por la salud de mi padre que sufría un cáncer; me escuchó, pues al día siguiente los resultados de la biopsia salieron negativos, pudiendo celebrar con mucha alegría sus cuarenta años de casados. Como agradecimiento todos los meses le llevaba flores a la Virgen”, relata Cuperstein.
Así fue como comenzó esta historia con la Virgen María. Fue poco después cuando José Cuperstein asegura que tuvo un extraño sueño: “tenía que correr porque dos personas me perseguían para hacerme daño. Traté de evitarlas ingresando a una casona y, por una puerta pequeña, a una habitación donde un Cristo, que sobrepasaba las dimensiones naturales de la construcción me recibió. Yo caí de rodillas y las dos personas desaparecieron. En el suelo había una persona doliente cuyo rostro nebuloso me transmitía tristeza; es el mismo sentimiento que experimenté cuando mi padre contrajo cáncer en la columna vertebral”.
“No podía vivir sin María”
De nuevo la Virgen María entró en acción. José tuvo un serio conflicto con su padre y el ahora sacerdote asegura: “yo recurrí a la Santísima Virgen y le pedí que solucione el problema, prometiéndole que iría a rezarle a la iglesia de María Auxiliadora”.
Finalmente, cumplió con su promesa pero allí confiesa que se dio cuenta “que no podía ya vivir sin la presencia de María en mi vida”.
De hecho, afirma que esta presencia de María, aún siendo todavía judío, le acompañó a él y a su padre durante el resto de la enfermedad y hasta muerte. “Los doctores no entendían el extraño desenvolvimiento de la enfermedad sin dolores, y los exámenes de laboratorio eran los de una persona sana. Yo sí lo sabía, mi Madre celestial no nos abandona. Y pudo morir pidiendo perdón a Dios.
“Mi padre se llevó mi parte judía”
Pero algo le preocupaba a José. “Mi papá tuvo que ser enterrado con mi talid (manto para rezar en la sinagoga), entendí que mi padre se llevó mi parte judía y tenía que bautizarme”, explica.
De este modo, agrega que “tal experiencia con el Señor, me obligaba a agradecerle todos los días el don de la fe; también a la Virgen María que me enseñó a conocer y llegar a su Hijo. Era un cambio radical, pues Ella, antes, cuando leía la Biblia no representaba para mí nada”.
El camino estaba iniciado pero el cambio definitivo en José Cuperstein se produjo cuando el sacerdote jesuita José Antonio Eguilior le explicó la misa y le dijo que era “la actualización del sacrificio de Jesús en la Cruz, que en cada misa se vivía verdaderamente el misterio salvífico de la Cruz; encontré el nexo que me faltaba para que las palabras del Señor llegaran a mi corazón y no se quedaran a mis espaldas”.
“El día que recibí los sacramentos de iniciación cristiana sentí una comunión espiritual muy grande con los que asistieron. Mi vida cambió totalmente. Había dificultad, pero no angustia; adversidades y problemas, pero yo sentía la fuerza del Señor y la ayuda del Espíritu Santo para superar todo y decir como San Pablo ‘todo lo puedo en aquel que me conforta’”.
Un tiempo después sintió la llamada al sacerdocio y se presentó al seminario de Santo Toribio. Al llegar el rector le recibió diciéndole: “Te estamos esperando”.
Pero aún tenía que resolver un importante escollo. José se había casado por la religión judía, y éste era un matrimonio válido para la Iglesia. Así que la única forma de poder ser sacerdote era con la nulidad matrimonial.
“Recuerdo que mi director espiritual me decía que no me preocupara, que si Dios quería que yo fuera sacerdote, aquí en la tierra nadie lo podrá impedir. De este modo, el 7 de octubre de 1993 fui ordenado sacerdote en la capilla de la penitenciaría de la iglesia de San Pedro de Lima”.
José Cuperstein asegura que su conversión y vocación le llenan de “estupor y gratitud” y no tiene palabras para agradecer a la Virgen todo aquello que hizo por él. “En toda Eucaristía, después de consagrar el pan, le rezo una avemaría a la Santísima Virgen María como agradecimiento de su protección y amor maternal”.