Era 1951. El río Morava estaba inundado, el plan para escapar del país por esa frontera había fallado, y él y otros 20 seminaristas, sacerdotes y novicios que intentaban salir del país fueron atrapados y juzgados por "intento de salida ilegal del país" y, detalla Anton, "por haber asistido a cursos de teología".
El régimen comunista checoslovaco fue el más concienzudo de los sistemas de Europa del Este en su persecución a la Iglesia católica. A Anton le cayeron 12 años de privación de libertad, de los que cumplió realmente 10, "la mayoría en las minas de uranio de Jáchymov", señala.
Aún no era sacerdote (no lo sería hasta 1970), sólo era un joven preso, pero en las minas logró cumplir su sueño: evangelizar y hacer presente a Dios. Lo contaría en su libro "La luz en el fondo del campo de Jáchymov", que se publicaría en eslovaco, esloveno, alemán e inglés.
Anton había nacido en 1929 en la ciudad de Skalica, en la región de Záhorie, una región de católicos devotos, protestantes devotos y judíos devotos que habían coexistido en paz durante muchos años, en la antigua frontera entre la parte húngara y austríaca del Imperio Austrohúngaro.
Sus padres eran campesinos, y él tenía siete hermanos. Les educaron en el trabajo honesto, el respeto a las personas y la "reverencia a Dios y su Santo Nombre", con oración breve cada mañana, ayunos los viernes y misa los domingos y fiestas.
Anton tuvo una experiencia mística a los 13 años. Era el día de Todos los Santos. Con el profesor de lengua y otros alumnos, recitó un poema patriótico ante el cementerio, en un día en que muchos visitaban a sus difuntos. "Era un día soleado y frío. Soplaba viento del norte", recuerda. Se visitaban iglesias para rezar por los fallecidos.
"Entré en una iglesia franciscana. Estaba más o menos cerca de la segunda fila a la derecha de la entrada. En la iglesia se estaba caliente. Todo era silencio. En la oración experimenté algo parecido a una iluminación. Era como si me perdiese. Era como luz, bendición, una sensación de felicidad. Me llenó por dentro. Cuando me levanté, todo estaba como antes, pero yo había cambiado. Empecé a rezar más que antes. Me hice un buen monaguillo. Iba a misa con gran alegría. Leía libros y revistas religiosas. Supe exactamente lo que quería ser: sacerdote".
Así se concentró en sus estudios y entró en el noviciado de los salesianos, siempre pensando en ser misionero en un país lejano, llevando Cristo "a las pobres almas paganas". Con la eliminación de las órdenes religiosas (y confiscación de sus bienes) en 1950, su sueño misionero parecía alejarse.
Como tantos otros jóvenes, fue transferido por las autoridades comunistas a programas de reeducación comunista. "Nos prometían muchos beneficios y privilegios si abandonábamos nuestro propósito de extender el Reino de Dios y nos dedicábamos a construir el sistema comunista", recuerda. Fue entonces, en 1951, cuando decidió salir del país, y cuando le atraparon.
Las minas de uranio y la prisión fueron su misión. "Las condiciones eran muy duras y crueles. Había miles de detenidos. Algunos eran prisioneros políticos, otros eran castigados por delitos morales. Si quieres ser apóstol, has de dar buen ejemplo. Trabajo, humildad, objeciones prudentes, y sobre todo, fe. La fe es necesaria cuando vives en el Purgatorio. Vivía con amor, sin odio. Ayudaba a otros, tomaba su carga, para que recibiesen menos castigos. Estar con ellos, sin cansarse, mostrarles, simplemente con la presencia, que Dios está entre nosotros..."
Tras la cárcel, el trabajo como un obrero más: almacenista, fabricación de hormigón, altos hornos de acero... Y, mientras trabajaba, estudiaba inglés y alemán.
No fue hasta 1969, durante la Primavera de Praga, que consiguió permiso para salir a Italia, en teoría para tres meses. En realidad se quedó un año, se graduó en teología en la Universidad salesiana de Turín y en 1970, en Roma, con jóvenes de otras naciones, teniendo él ya 41 años, Pablo VI le ordenaba sacerdote. Y decidió volver a la Checoslovaquia que los tanques soviéticos habían reafirmado en el comunismo ortodoxo.
En la parroquia de Blumental, en Bratislava, llamó demasiado la atención de la policía: sus sermones y actividades atraían a demasiados jóvenes.
El obispo lo trasladó como párroco a un pueblo para protegerle. Pero también allí fueron a buscarle. Una noche de 1975 llamaron a la puerta de la parroquia; decían que querían bautizar un niño a escondidas, como se solía hacer. Cuando abrió la puerta, unos desconocidos -con toda seguridad agentes del régimen- entraron y le dieron una violenta paliza. Sólo se salvó porque los vecinos lo encontraron y atendieron con rapidez.
Incluso en 1985 la policía tenía un informe sobre sus actividades educativas y juveniles, "no conformes" a los ideales del partido.
En 1989 cayó el Muro de Berlín y el padre Srholec empezó a trabajar en dos campos que le apasionaban: el ecuménico y el trabajo con los necesitados.
Para el país y los cristianos de Europa Oriental ya era un referente, y en 1992 fue invitado a presidir el desayuno de oración del presidente de Estados Unidos, que entonces era Bill Clinton.
Ese mismo año abrió la casa Resoty para personas sin hogar (www.resoty.sk) que ha ayudado a la reinserción social de más de 800 personas.
Él, que había sido considerado un enemigo del pueblo y un criminal por los comunistas, recibió la ciudadanía de honor de Skalica en 1999, el premio Cardenal König por su trabajo "a favor de la fe y la liberatd", un premio estatal presidencial en 2003 y la Medalla de Cirilo y Metodio de 2004 de la asociación de intelectuales cristianos.
"Jesús es el protagonista", insiste él cuando habla de su itinerario en 2013, ya con 84 años. "Sin Él, todos mis esfuerzos habrían sido vanos, e inútiles".