Cyril Boucaud fue bautizado siendo niño, pero no recibió una educación religiosa. Creció incluso con "fobia a los lugares de culto": "Mi imagen de Dios era de alguien que juzga y castiga, y en el que no creía", explica a Découvrir Dieu. Tenía además una "mala imagen" de los católicos: "Pensaba que con todo lo que nos enseña la ciencia, había que tener muy poca inteligencia para creer en todo eso".
Una providencial elección de estudios
Cuando llegó la hora de ir a la universidad, Cyril decidió estudiar Arquitectura, y esa opción fue la causa de que empezase a replantearse las cuestiones de fe. La razón es que parte de sus prácticas consistían en dibujar iglesias antiguas por dentro o por fuera.
"Tuve que vencer una resistencia para entrar en ellas", confiesa, pero se encontró con una "sorpresa": "Aquellos lugares me impactaron. En primer lugar, por su belleza. Luego, por la forma en la que entraba la luz. Todo aquello hablaba de algo más grande, y durante mis estudios de arquitectura esta cuestión fue avanzando a medida que iba visitando más templos".
Cyril Boucaud ha emprendido en los últimos años trabajos como la reforma del coro de la catedral de Bayeux y trabaja en restauraciones arquitectónicas en la región de Reims.
Tanto, que para su proyecto de final de carrera escogió un trabajo sobre un monasterio femenino cerca de Reims. Allí su contacto con la fe se amplió, pasando de la estética de las construcciones o los interiores a la propia liturgia: "Me sumergí en sus celebraciones y su belleza me cautivó. Hablaba a mi corazón, pero en realidad a todo mi cuerpo".
En la cama del hospital
Pasaron diez años, y un día, dirigiéndose al trabajo en bicicleta, Cyril tuvo un accidente al ser arrollado por un camión. De repente se vio en la cama del hospital con una lesión de vértebras de pronóstico incierto: no podía ponerse de pie e ignoraba si podría volver a caminar.
"Pero ése fue el lugar que escogió el Señor para visitarme", explica: "Experimenté Su presencia, la presencia de Cristo vencedor de la muerte que vino a hacérseme presente". En su relato, Cyril no ofrece muchos detalles sobre las circunstancias de ese encuentro, pero queda claro que resultó transformador. Esa "presencia" estaba "llena de amor y de delicadeza y suscitaba una auténtica confianza, así como una alegría profunda más allá del dolor".
"Lo curioso", dice, "es que había intentado con todas mis fuerzas penetrar en el misterio de Dios yo solo, por mi cuenta, y sin embargo fue en un momento en el que yo no podía hacer nada, tumbado en la cama de un hospital, cuando el Señor se me hizo presente".
Durante su estancia hospitalaria, las monjas del monasterio que había conocido una década antes, como estudiante, rezaron por él "de forma muy intensa", pues había mantenido el contacto con una de ellas y supieron de sus dramáticas circunstancias. Pero él no valora tanto esa oración por su recuperación física, como el efecto que tuvo en su conversión espiritual: "Estoy convencido de que la visita del Señor aquel día en la habitación del hospital fue suscitada por la oración de esta comunidad".
En compañía del Señor
Cyril se curó y recuperó y volvió a la normalidad, pero con unos propósitos muy definidos: "Me dije que jamás volvería a vivir como vivía antes. Con todo, las cosas no son tan sencillas, porque yo vivía en un medio que no era cristiano ni creyente, donde me costaba hablar de lo que me había sucedido".
"Al cabo de tres años me decidí a llamar a las puertas de mi parroquia para pedir hacer el camino junto a los cristianos", explica, "y al poco de mi regreso a la Iglesia sentí la necesidad de formarme y de comprometerme, porque sentía realmente el deseo de anunciar a Cristo a todo el mundo".
A Cyril, por entonces a mitad de la treintena, le confiaron la evangelización de jóvenes: "Fueron años muy bonitos para mí. Yo les decía: 'Creer no es un seguro a todo riesgo, no suprime las dificultades de la vida. Las pruebas no faltan'".
Tampoco para él, que pasó "una prueba familiar muy dolorosa": "Lo que había cambiado es que durante esa prueba tuve la certeza de que el Señor estaba presente. Aunque en la superficie había una tempestad, en lo profundo había una corriente de alegría: la confianza de que el Señor está ahí y no me deja caer".
"La vida con el Señor es una aventura", concluye: "No es lo que había imaginado, pero el Señor abre otro camino inesperado e increíble y que deseo vivir".