Sin embargo, en él se cumple aquello de que Dios tiene especial predilección por los más pecadores. Sí, mucho pecado trajo luego el don del amor.
Lo bautizaron en la Iglesia Presbiteriana. Pero la gracia decidió relacionarlo desde pequeño con la fe católica. “Mis padres se divorciaron antes de que yo caminase, pero mi madre, por la gracia de Dios, conoció a un hombre, mi segundo padre, él era católico”.
El año 2002, durante un campamento de verano en Cherry Lake, siendo apenas un púber, fue consciente de que Dios lo amaba. “Por primera vez en mi vida la confesión era algo más que hablar con el sacerdote, sentí el arrepentimiento y la paz por el perdón de mis pecados”.
Pero pronto olvidó aquél regalo y estrenó la adolescencia “abrazando los placeres del mundo, la popularidad, las chicas, drogas, bebida y todo lo que pudiese caer en mis manos para llenar el agujero que no me daba cuenta que sólo podía llenarse con Dios”.
Aquel hartazgo que ningún apego hedonista satisfacía continuó luego mientras realizaba los estudios de Psicología en la Universidad Florida Norte. Necesitaba más y aumentó la ingesta de alcohol viviendo absolutamente “borracho de jueves a sábado”.
Finalmente lo suspendieron en la universidad, le quitaron la beca, contrajo deudas. “La solución que opté -señala- fue comenzar a vender drogas”.
Este encrucijada que tenía trastocada su alma y su vida cambiaría drásticamente durante una salida con amigos, tres días antes de año nuevo. Brian aún recuerda aquel extraordinario momento: “En la ventanilla del auto pude ver una visión de mí mismo, en oscuridad. Lo único visible eran los rasgos de mi rostro y una mano estirada hacia una nube blanca, y otra mano saliendo de ella hacia abajo. ¡Pero las dos manos no se encontraban! Dios me habló claro en ese momento y escuché… «te quedas corto en la gracia de Dios». Supe allí mismo que de seguir viviendo como lo hacía, ardería en el infierno por toda la eternidad.”
Horrorizado, Brian no comentó a nadie aquella visión. Regresó a casa y pasado el primero de enero, vivió un nuevo remezón de conciencia, que – según dice- “me obligó a poner a Jesús crucificado como fondo de pantalla de mi computador portátil”.
Estos hechos lo transformaron y en los días siguientes lloró amargamente por sus pecados. “Estaban todos en mi mente, pero pude hundirme en el vasto océano de la misericordia de Dios. Experimenté la gracia y el dolor al mismo tiempo. Lloré por mi familia, y por lo que yo sabía que estaba produciendo con mi pobre ejemplo”.
Con el tiempo, la felicidad de Brian fue vista como una “locura” por algunas personas de su círculo de amistades.
Se sintió “llamado” a proclamar el Evangelio en la ciudad, pero su falta de cultura –dice- le llevó a vincularse con la iglesia protestante. “No había momento en el que pudiese estar sin el Espíritu Santo. La cumbre de este espíritu evangélico llegó siete días después de mi conversión, cuando casi me arrestan por ir predicando en un autobús escolar. En aquél estado de euforia y sin una sólida formación fui arrastrado por la Iglesia Cristiana Evangélica. Me re-bauticé con ellos dejando a un lado mi vida católica”.
Las diferencias de la fe católica y protestante se hacían palpables en el hogar de Brian. No obstante, su hermana menor, Emily, le tenía preparada una peculiar invitación, que sacó a la luz el verdadero sentido religioso del joven. “Mi hermana de catorce años, junto a quien es hoy mi líder de estudio de la Biblia Católica, Keegan, me convencieron para rezar sobre mi situación. Así asistía a los cultos evangélicos, pero también a la Misa todos los domingo”.
Brian no olvida su segunda conversión. A sus manos llegó un libro del estadounidense Peter Kreft, uno de los escritores católicos más destacados del último tiempo. Fue el texto “Jesús Shock” -que expone en profundidad el milagro de Cristo a través de la Eucaristía- lo que guió y dio argumentos al muchacho al punto que enfrentó al pastor evangélico de su culto.
“Si no experimentas que ésta es la Iglesia para ti- me dijo, recuerda Brian-, entonces ve a la que sientes que es tu casa”.
Dejó entonces hablar al corazón y hoy cursa el tercer año de seminario en los Siervos del Hogar de la Madre, en Estados Unidos. “Ahora mi fe me consume y pongo a Cristo y a su bella Iglesia por encima de todo. Le debo todas estas cosas al Espíritu Santo, y a las gracias derramadas en mí, a través de nuestra madre, cuyas oraciones constantes me han ayudado a volver a casa”.