A Mélanie la bautizaron "porque era la tradición", pero en su familia no se creía en Dios ni se practicaba la religión. Pero sí celebraban la Navidad y ella conservó ese apego y la costumbre de poner el belén bajo el árbol al acercarse la fecha. Cuando tenía 18 años se fue a estudiar a París.
Una "primera" misa
En la Nochebuena de 2013, su madrina le propuso ir a misa. Dudó, porque llevaba diez años sin hacerlo, pero luego le dijo que sí porque era "lo propio" de la fiesta. "La acompañé. Me impresionó el sacerdote. Lo que dijo me hizo comprender que la Iglesia y yo teníamos valores comunes, como la preocupación por los demás o no ser materialista", cuenta a Découvrir Dieu.
Tras lo que ella denomina "esa pequeña toma de conciencia" durante las vacaciones navideñas, regresó a su piso de estudiante.
O dormir o ir a la iglesia...
Empezó a pasarle que los domingos, en los que reservaba la mañana para dormir más, se despertaba muy pronto y ya no podía volver a conciliar el sueño: "Interiormente deseaba ir a misa... ¡pero yo no quería desear ir a misa! Estaba confusa y eso me irritaba". Al final, la cama ganaba la partida.
"Un día, paseando cerca de mi casa", recuerda, "me di cuenta de que detrás de unos edificios había una iglesia muy cercana... ¡y la hora de misa era justo la hora a la que yo me había despertado todos aquellos domingos! Empecé a pensar que era demasiada coincidencia".
Al domingo siguiente sí se levantó para ir. Y al otro, y al otro...: "Pero no entendía nada. Así que busqué en internet por qué uno se ponía de pie o se sentaba, por qué cambiaban los colores [litúrgicos], etc."
Un retiro y una peregrinación
Antes de llegar la Pascua, Mélanie hizo un retiro con las dominicas de Lille: "Empecé a rezar". Y como estaba en Cuaresma, quiso confesarse: "Fue muy duro, lloré mucho. Tenía 22 o 23 años y muchas cosas que decir. Al mismo tiempo, me sentí verdaderamente liberada de un peso y quedé muy tranquila".
"Fui a ver al sacerdote más veces para que respondiese a mis preguntas", cuenta Mélanie, pero como no conocía amigos católicos con quienes hacer su camino de fe, él le propuso una peregrinación a Vézelay, localidad en el Camino de Santiago francés donde es visita obligada la basílica de Santa María Magdalena y donde las Fraternidades de Jerusalén congregan numerosos grupos de jóvenes.
"Era para gente de 18 a 30 años y conocí mucha gente estupenda", recuerda, pero lo que de verdad cambió su vida fue "la Adoración, un momento de oración y de cantos al Espíritu Santo".
"Ahora voy por Él"
Así explica su transformación: "Quedé tan llena de alegría, que me desbordaba, realmente lloré de alegría. Sentí que Dios estaba allí, que Él era Alguien, que yo tenía todo un camino que recorrer en mi vida y que Dios era una relación que mantener. Antes iba a misa porque me sentía bien, pero ahora voy por Él, y cuando rezo es para hablarle".
La percepción del amor de Dios dio una vuelta a lo que era su vida antes de descubrirle, cuando "no iba muy bien moralmente": "No creía tener un valor personal, así que multiplicaba las relaciones. Esperaba encontrar algo estable en mi vida, pero si no estaba en pareja me sentía profundamente sola: no me sentía valiosa, por así decirlo. Lo que descubrí en Dios es que Él era mi padre y me amaba infinitamente y que no tenía necesidad de estar con nadie más o ser de otra persona para tener un valor".
Y aunque su vida "no se ha convertido en color de rosa", vive las pruebas "con mayor serenidad, con una gran alegría interior y una paz enorme que no había conocido antes".
¿Quién es ahora Jesús para ella? "Es difícil decirlo en una palabra, porque lo es todo: mi hermano, mi amigo, ¡mi amor! Me sugiere muchas cosas, siempre está ahí. Es Dios y está a mi lado".
Publicado en ReL el 11 de diciembre de 2020.