Miguel Ángel Manzano es un profesor español de 40 años nacido en una familia religiosa en un país de gran tradición católica. Pero lejos de abrazarse a esta fe en España se introdujo en la Nueva Era y tuvo que ser en Escocia, un país donde los católicos son apenas el 14%, donde tuvo este encuentro con Dios que le cambió la vida. En estos momentos está casado, es padre de tres hijos, ejerce como maestro en la Diócesis de Alcalá y vive su fe en grupo carismático de la Comunidad de Emmanuel.
Este madrileño relata en el programa Cambio de Agujas de Euk Mamie todo el proceso de su conversión empezando en cómo tras la comunión se alejó, como tantos niños, de la Iglesia. “Dejé de ir a misa y así hasta que llegué a 3º de BUP (actualmente 1º de Bachillerato). Ahí empezamos con Filosofía y descubrí a Nietzsche, y cómo la religión era la moral del verdugo, que quitaba la libertad y había que superar esa moral para crecer en libertad”, recuerda.
El momento en el que se hizo ateo
En ese momento, Miguel decidió que era ateo, que no creería en Dios. Y así pasó hasta que llegó a la universidad, donde vivió un tiempo “difícil y de sufrimiento”. Esta situación le abrió de nuevo la puerta a la existencia de Dios.
Empezó a buscar, pero no recurrió al Dios que conocía y del que le habían hablado sus padres y sus catequistas siendo niño. Él buscaba una experiencia de amor sanador, pero confiesa que “no creía que esto estuviera en la Iglesia”.
Su exploración de la Nueva Era
¿Qué camino siguió? Miguel Ángel optó por buscar y consumir temas de meditación, imposición de manos, energías o las chakras, es decir, se introdujo completamente en el mundo de la Nueva Era.
“Buscaba una paz y una libertad interior, y aunque no directamente buscaba la verdad. Por aquel entonces no creía que estuviera en la Iglesia”, explica Miguel Ángel. Y muy inmerso en este mundo estuvo casi dos años.
De profesor en España a vivir en Escocia
Después “misteriosamente se abrió una puerta”. Gracias a personas del colegio católico al que fue de niño le entrevistaron para trabajar en otro centro religioso como profesor. “Me llamaron para la entrevista y me preguntaron si era católico dije que ‘católico, católico no era pero que sí creía que Dios es amor’”. Le contrataron pero al segundo año, justo en el día de su cumpleaños, le dijeron que no seguiría.
Lejos de hundirse confirmó algo que sentía en su interior, “una fuerza que me invitaba a marcharme, a cortar con mi entorno para descubrir quién era yo” y esto fue “el empujoncito que Dios me daba para salir”.
Y con 26 años acabó en Escocia, concretamente en Edimburgo. Este joven estaba en búsqueda y empezó a ver signos de cómo Dios quería que se le acercara. Relata una anécdota para explicar esto: “Me encantan los coros de niños y el primer día que llegué iba por la calle hacia mi hostal y vi bajando hacia una catedral a ese coro impresionante de niños. Entré y sentí ese primer guiño”.
El gran encuentro con Dios en una iglesia
El segundo y más importante se produjo unos domingos después dando un paseo por la ciudad escocesa. En la puerta de una iglesia había un hombre que le llamó poderosamente la atención: era enorme, afroamericano, con rastas… Entonces fingió que iba a entrar en la iglesia para verle más de cerca. Así fue como acabó en el interior del templo.
Estaban celebrando misa y según recuerda Miguel “fue ahí donde mi corazón se llenó de un sentimiento de estar profundamente en casa. Empezaron a llegarme recuerdos de cuando iba a misa de pequeño y un gran deseo de arrodillarme sabiendo ante quien me arrodillaba”.
La necesidad de ir a misa
Se puso a llorar y así estuvo un gran rato mientras “tenía la certeza –agrega- de que Dios había provocado ese momento para mí, que me quería”. Cuando la iglesia se vacío sólo quedaba una señora arreglando el altar y se acercó a ella emocionado dándola un abrazo.
Esta mujer le dio el teléfono de un sacerdote español que estaba en la ciudad, aunque esta experiencia no fue buena para este joven que quedó asombrado en la misa. Aún así siguió yendo a misa cada domingo porque “experimentaba ese ratito a la semana una paz que me oxigenaba. Y vi que era bueno para mí”.
El encuentro con las religiosas de la Madre Teresa
Así se mantuvo dos años en los que asistía a misa cada domingo pero no recibía la comunión. Entonces empezó a buscar cómo otros vivían su fe y comenzó a asistir a un grupo de oración que se desarrollaba en la casa que las Misioneras de la Caridad tenían en Edimburgo.
“Al principio me impresionó mucho porque lo de la Adoración al Santísimo yo no lo había visto, pero allí había algo que me hacía ir cada miércoles. Éramos unos 7, gente de diferentes edades, pero había una paz y un amor que no sabía explicar”.
Tras un tiempo en el que también fue descubriendo poco a poco a la Virgen María, el responsable de este grupo de oración le invitó a un retiro de fin de semana. Dos cosas muy especiales le marcaron ese día.
La confesión, la Adoración y por fin la comunión
La primera –explica Miguel Ángel- “fue la invitación a confesar porque era la primera vez que iba desde la primera comunión y la recuerdo como un encuentro precioso”. La segunda fue la de adorar al Santísimo por la noche, “levantarme por la noche y encontrarme con el Señor en la intimidad. Ese tiempo fue muy especial. Esto me marcó hasta tal punto que ahora en la diócesis de Alcalá tenemos una capilla de adoración perpetua y quise coger el turno de noche por el recuerdo de aquella noche y esa intimidad con el Señor”.
Y por fin se sintió preparado para recibir al Señor en la comunión. Nunca olvidará aquel momento. “Cuando comulgué al volver a mi sitio sentía como un vacío y al principio pensé que había metido la pata”, recuerda. Pero después de la misa, al charlar fuera con el resto de feligreses se dio cuenta de que se sentía “más ligero” y “cuando hablaba con la gente me daba cuenta de que de que tenía una libertad para ser yo mismo reconociendo en ese momento que algo se había sanado en mi corazón y que había sido en la Eucaristía”.