¿Está inspirando el escritor jesuita Leonardo Castellani (18991981) algunas de las líneas directrices del pontificado de Francisco? La hipótesis es fuerte y riesgosa, pero en modo alguno descabellada. Y se la planteará con naturalidad, al menos como ejercicio intelectual, quien se acerque a su novela Juan XXIII (XXIV), una "fantasía" (como se autodefine) publicada en 1964. En algunas de sus páginas -leídas en el contexto de la vida de su autor-, las semejanzas entre el protagonista, Ducadelia, y el Papa Jorge Mario Bergoglio resultan incluso desconcertantes.
Bergoglio conoce la figura de Castellani. Ambos son compatriotas y compañeros de religión. Bergoglio ya era jesuita, pero aún no sacerdote, cuando en 1966 a Castellani se le restituyó el ejercicio del sacerdocio, una noticia que no pasó desapercibida para nadie en el ámbito de la Iglesia argentina, y menos aún en el seno de la Compañía de Jesús, de la que había sido expulsado en 1949.
En 1971 le es ofrecido a Castellani el reingreso en la orden, que rechaza por razones de salud, y en 1973 el padre Bergoglio, quien había sido ordenado en 1969, se convierte en el provincial de los jesuitas en Argentina, cargo que desempeñará durante seis años, dejándolo en 1979. Dos años después muere Castellani.
Y un punto fundamental: Castellani no fue peronista, pero sí uno de los autores de referencia del nacionalismo católico argentino... y Bergoglio se formó y colaboró en su juventud y como sacerdote con la derecha peronista, que bebe de la tradición intelectual del nacionalismo católico argentino aunque incorpore elementos ajenos a ella.
Conclusión: Bergoglio conoció y valoró la peripecia vital de Castellani. Pero ¿y sus libros?
“Me consta que leyó algunas de sus obras, como Su Majestad Dulcinea y San Agustín y nosotros. Y probablemente varias o muchas otras”, nos explica Carlos Biestro, sacerdote que desde hace años coordina la edición o reedición de la obra castellaniana. Es cierto que Bergoglio no promovió la edición de los libros de Castellani. Pero el padre Biestro apunta un dato: “Sé que el actual Papa quiso que Castellani volviera a la Compañía. Sabía que era un gran escritor, y que antes o después fracasaría la conspiración del silencio de la que la Iglesia argentina le había hecho objeto, y convendría mostrar a un Castellani reconciliado con la orden ignaciana”.
Es difícil saber si esa admiración por la grandeza de Castellani –grandeza que sólo los muy mediocres o los muy sectarios han negado- se tradujo en simpatía por sus ideas. Pero es aquí donde hay que empezar a considerar los elementos del pensamiento de Francisco como Papa que “saben” a Castellani, y que desbordan en la novela antedicha.
El padre Biestro nos recuerda, por ejemplo, dos ideas muy de Francisco: el olor a oveja y las periferias.
El 28 de marzo, en la misa crismal, el Papa pronunció una frase que copó todos los titulares: "Sed pastores con olor a oveja", pidió a los sacerdotes. La alusión es tan gráfica que no exige explicación. Pues bien, en El Evangelio de Jesucristo, en el comentario al domingo segundo de Pascua, Castellani explica que Cristo dijo que los malos pastores “son como lobos disfrazados de ovejas (o de carneros); aludiendo a la costumbre de los pastores palestinos de ponerse una chaqueta de piel de oveja (zamarra) para hacerse seguir por el olor. Él se puso la zamarra de nuestra carne para que lo siguiéramos; pero en Él no era disfraz, era realidad”.
Del mismo modo, el 19 de mayo, en la misa de Pentecostés, Francisco alertó del peligro de una "Iglesia autorreferencial" e insistió en su vieja idea, que reiteraba también como arzobispo de Buenos Aires, de que hay que ir "a las periferias existenciales para anunciar la vida de Jesucristo". El padre Biestro se pregunta “si, cuando el Papa dice que la Iglesia no debe ser autorreferencial, sino que debe salir a la periferia de la existencia, no hay un eco de esta reflexión de Castellani”.
Y nos lee este pasaje de Castellani por Castellani: “Santa Teresa buscó amistades en todas partes, porque las necesitaba. Uno de los reproches más vehementes que contra ella concibieron era que buscaba amistades no monjiles, y hasta ¡masculinas! El creer que el claustro, la clase o el clan a que pertenezco es un mundo completo, agota la creación y en él se halla todo cuanto un hombre puede necesitar es una de las vanidades más ridículas y siniestras. Según la palabra de Cristo, la misma Iglesia Católica es una cosa abierta y fuera de sus recintos se encuentran almas que le pertenecen sin saberlo”.
Ahora bien, más allá de estas ideas u otras que pululan por las obras de Castellani y pululan también por las predicaciones de Francisco, donde realmente las semejanzas rozan lo profético es en la novela Juan XXIII (XXIV). Una fantasía, escrita por Leonardo Castellani en 1964.
Acudimos a Juan Manuel de Prada para que nos enmarque esa obra. El autor del reciente best seller Me hallará la muerte (Destino) fue quien, con sus artículos de 2007-2008, descubrió para los españoles la figura del genial escritor argentino. Y luego ha preparado, prologado y anotado cuantos libros suyos se han publicado en España desde entonces: Cómo sobrevivir intelectualmente al siglo XXI (LibrosLibres, 2008), El Apokalypsis de San Juan (Homo Legens, 2010), Pluma en ristre (LibrosLibres, 2010), El Evangelio de Jesucristo (Cristiandad, 2011) y Los papeles de Benjamín Benavides (Homo Legens, 2013).
“Juan XXIII (XXIV) es una de las obras más peregrinas de Castellani; y, al mismo tiempo, una de las más características de su personalísima concepción de la literatura, del mundo y de la Iglesia”, nos explica Prada, recordando que Castellani no fue del todo original, sino que se inspiró en el Adriano VII escrito en 1904 por Frederick Rolfe (18601913), más conocido literariamente como Barón Corvo: “Es una maravillosa fantasía papal que Corvo escribe, a modo de desahogo personal, imaginando que él mismo (bajo el trasunto de un tal Rose) alcanza el Papado, después de haber sido rehabilitado y ordenado sacerdote (Corvo, que quiso ser sacerdote en la juventud, fue expulsado del seminario por su probada homesexualidad), y tras un cónclave lleno de divertidas peripecias”.
Es más, “inevitablemente, Castellani -que también había sido apartado del ministerio sacerdotal en una fase durísima de su vida, tras su expulsión de la Compañía de Jesús- debió sentirse hermanado con el protagonista de la novela de Corvo, que aunque ferozmente sarcástica (y por momentos irreverente) denota un conocimiento en verdad apabullante de los procedimientos que se siguen para la elección de un Papa y una adhesión plena al dogma católico”, añade Prada.
“La novela de Castellani sigue casi al dedillo la premisa de la de Corvo: también su protagonista es un sacerdote que ha sido preterido (evidentemente, un trasunto del propio Castellani), a quien se nos presenta como traductor al español de Adriano VII. Incluso algunas peripecias de la novela de Castellani están directamente inspiradas en la novela de Corvo, como por ejemplo el uso del tema del doble”, subraya el escritor zamorano, nacido en Baracaldo y Premio Planeta en 1997 con La tempestad.
Y destaca una segunda inspiración literaria, la cervantina, “que por lo demás es rasgo constante de la obra de Castellani. Recordemos que escribió un par de obras inspirándose en personajes del Quijote: El nuevo gobierno de Sancho (1942) y Su Majestad Dulcinea (1956), una novela de trasfondo escatológico con la que Juan XXIII (XXIV) guarda grandes similitudes. El protagonista de Juan XXIII (XXIV), según sabremos al final, es un nuevo Quijote; es un recurso muy habitual en Castellani, cuyos personajes tienen siempre una racial hidalguía, en conflicto siempre con el espíritu de su tiempo”.
Pues bien, ése es el caso de Ducadelia, que así se llama el protagonista de la novela, cuyos rasgos reproducen los del propio Castellani. Ducadelia es llevado como perito al Concilio Vaticano II, que aún está celebrándose cuando se escribe la novela, por el arzobispo de Buenos Aires. Las intervenciones de Ducadelia en el aula conciliar, unidas a la trama de convulsión mundial que se pone en marcha tras el triunfo del comunismo en diversas áreas del planeta, y al fallecimiento de Juan XXIII, le convierten inesperadamente en Papa merced a un rocambolesco sistema de designación.
"Juan XXIII (XXIV) es una novela que, como toda la obra de Castellani, debe ser interpretada en clave escatológica”, nos explica Prada: “La Iglesia que aquí comparece es una Iglesia que se aproxima a los últimos tiempos: las guerras y rumores de guerra son su trasfondo constante; el Papa ha sido desalojado del Vaticano y se ha refugiado en San Juan de Letrán, el asedio masónico a la Iglesia (y hasta su infiltración en la propia Iglesia) es constante. Aquella visión que empujó a León XIII a escribir la oración a San Miguel Arcángel que se rezaba antaño al final de la misa parece una referencia evidente en la trama de la novela”.
El caso es que Ducadelia se convierte en un audaz Papa reformista. Se las arregla (no desvelaremos cómo para no pecar de spoilers) para viajar en subte (metro) (como hacía Bergoglio) y así no perder el contacto con la gente (razón por la cual Francisco vive en la Casa Santa Marta). Quiere desburocratizar la Iglesia (como sugirió el cardenal Bergoglio en los consistorios previos al cónclave, según revelación del cardenal de La Habana) y para reducir la curia se apoya exclusivamente en doce cardenales (ocho ha nombrado Francisco para dirigir esa reforma de la Curia).
Pero una de las cosas más chocantes en los parecidos Francisco-Castellani es la continua referencia al fariseísmo y a la hipocresía. Se trata de un tema poco habitual en el magisterio pontificio, al que sin embargo Francisco ha hecho referencia ya en varias ocasiones (la última, en la homilía de Santa Marta del 4 de junio, donde la definió como "el lenguaje de la corrupción"), siguiendo lo que fue una constante de su predicación como obispo. "Detrás de un pensamiento hipócrita hay un corazón enfermo", dijo en la homilía de la misa del I Congreso de Evangelización de la Cultura celebrado en Buenos Aires en 2006, donde señaló asimismo a la hipocresía y la suficiencia como "dos pautas del fariseísmo".
Pues bien, cualquier lector de Castellani sabe que ése es uno de los asuntos centrales de su obra, entre otros motivos porque creyó ser víctima del fariseísmo en su largo calvario de sanción canónica. Sus mejores ensayos y cartas sobre el tema se publicaron bajo el título Cristo y los fariseos.
Y en Juan XXIII (XXIV) no faltan las alusiones: "¡Perezco víctima del fariseísmo en la Iglesia!", proclama en el lecho de muerte el arzobispo de Buenos Aires. "El fariseísmo es la enfermedad específica de la religión verdadera", proclama por su parte otro de los personajes de la novela.
Prada interpreta así los vientos reformistas de Francisco en relación a las propuestas de Ducadelia: “Como no podía ser de otro modo en Castellani, junto a la clave escatológica, está presente su personalísimo sentido del humor, que como en todo gran humorista es un humor perfectamente serio. En esta clave debemos leer todas las reformas que el Papa argentino soñado por Castellani introduce en la Iglesia, en las que vuelve a probarse su clarividencia profética: reforma de la curia y alivio de las estruturas burocráticas de la Iglesia, batalla al fariseísmo, etcétera”.
También preguntamos a Prada, como experto, por la posible influencia de uno sobre otro: “No sé si el nuevo Papa habrá leído la obra de Castellani; pero, desde luego, el carácter del personaje protagonista de Castellani y el de Francisco tienen algunos rasgos comunes muy llamativos (más áspero y atrabiliario el personaje de Castellani, desde luego, pero poco amigos de remilgos y poco respetuosos de los respetos humanos ambos). Y Juan XXIII (XXIV) propone, desde la ortodoxia más absoluta, un plan de gobierno de la Iglesia radicalmente subyugador, algunos de cuyos aspectos me atrevería a afirmar que podría suscribir Francisco”.
Con todos estos presupuestos, algunos de los elementos novelescos de Juan XXIII (XXIV) resultan sorprendentes. Los hay anecdóticos, pero curiosos: el Papa protagonista, Pío Ducadelia (trasunto de Castellani), es nombrado cardenal de Santa Práxedes, la misma iglesia de la que fue cardenal por unos días San Roberto Belarmino, santo para el que Pablo VI creó un título cardenalicio... que ostentaba el cardenal Jorge Mario Bergoglio cuando fue elegido.
Pero luego hay cuestiones de contenido. Ducadelia quiere también una "Iglesia de los pobres". Por ejemplo, reparte 12 millones entre ellos al ser elegido. "«El tesoro de la Iglesia son los pobres», decía el Papa; y no era una simple frase en él", narra la novela, donde cuenta que Juan XXIII (XXIV) es tan frugal que "come con un dólar al día". Y tampoco vive en los apartamentos vaticanos, aunque por razones distintas a las de Francisco -la guerra en la que se ha visto envuelto el mundo y sus consecuencias políticas-. El nuevo Papa manda construir un edificio de oficinas en el Laterano y lo habita: es decir, un lugar colectivo, como Santa Marta.
Además, uno de los principios de reforma eclesiástica que plantea Castellani es que "ni los obispos ni los curatos ni las órdenes religiosas podrán tener papeles de crédito de ninguna clase. Todos los bienes eclesiásticos se invertirán en bienes raíces".
Más curiosidades: aunque Castellani no simpatizaba con el mundo sociocultural de la comunidad judía bonaerense, el Papa que finge ser en esta novela, sí. Al igual que Francisco (cuyas excelentes relaciones con la comunidad judía argentina son conocidas), Ducadelia es un amigo de Israel. Incluso recibe donaciones de rabinos que le admiran, y su visita a Jerusalén es recordada como un "hecho histórico" por los cientos de miles de israelitas que le reciben en masa.
¿Recordamos la primera homilía de Francisco como Papa, a los cardenales, en la Misa de Acción de Gracias tras su elección? "Cuando caminamos sin la Cruz, cuando edificamos sin la Cruz y cuando confesamos a un Cristo sin Cruz, no somos discípulos del Señor, somos mundanos", dijo. Cotejemos ahora con esta frase de Ducadelia: "Hoy día no hay que volver a la religión fácil, no hay que mezclar leche y miel al vinagre de la Pasión, eso apesta". Es cierto que la reflexión es habitual en el ámbito de la espiritualidad cristiana, pero sí llama la atención que "dos" Papas (uno auténtico, otro de ficción), la consideren principio fundacional de sus pontificados.
Como tampoco son originales hoy, ni lo eran en 1964, las críticas a una Curia "burocratizada". Que Francisco quiere reformarla, es un hecho, pues ha creado una comisión para estudiar el asunto. Pues bien, los principios de reforma planteados en Juan XXIII (XXIV) parten de la "descentralización del gobierno eclesiástico". ¿Cómo? "Delegando gran parte de su potestad suprema" en 52 Patriarcas designados por él. ¿Tiene esto algo que ver con la insistencia de Francisco en autodenominarse "obispo de Roma"?
Además, Ducadelia nombra doce cardenales (Francisco, ocho) como su Consejo personal. Es cierto que los de Ducadelia son permanentes y los de Francisco son, en principio, sólo para la reforma de la Curia, pero... es otra coincidencia.
De resultas de sus reformas, la Iglesia del Papa Juan XXIII (XIV) "había reducido en dos tercios la antigua maquinaria", con la idea, que el Pontífice deja por escrito, de aminorar "la burocracia impersonal en el manejo de los asuntos eclesiásticos".
Ahora bien, ¿es lo mismo reducir la burocracia o delegar la autoridad, que no ejercerla? En un reciente artículo, Sandro Magister dejaba claro que no, señalando la "ofuscación" de los partidarios de democratizar la Iglesia porque no es ésa la intención de Francisco. "El Papa Francisco ha querido ser él mismo, y no otros, quien eligiera a sus ocho consejeros los cuales, por tanto, son llamados a responder sólo ante él, y no también ante una asamblea electiva", señalaba el vaticanista.
Quien asimismo apuntaba la similitud entre la forma de gobernar del Francisco Papa y la del Bergoglio superior jesuita: "Bergoglio ha sido superior provincial y ha asimilado el estilo. En el vértice de la Compañía los asistentes que rodean al general, y que son nombrados por éste, representan a las respectivas zonas geográficas. Las decisiones no se toman colegiadamente; decide sólo el general, con poderes directos e inmediatos. Los asistentes no deben ponerse de acuerdo entre ellos y con el general, sino que le aconsejan uno por uno, con la máxima libertad".
Pues bien, veamos cómo gobierna Ducadelia (también Castellani había sido jesuita, aunque no superior, y conocía bien los métodos) y el mantenimiento de la autoridad a pesar de su aparente reparto: "«Cuanto menos me meta yo en la marcha de la Iglesia, ¿no es mejor?» En realidad se metía mucho más efectivamente que los Papas anteriores; las últimas determinaciones eran suyas, y a veces venían como un rayo... El Papa recorría con frecuencia los diversos burós sin inmiscuirse mucho en las decisiones; le gustaba más corregir y formar a sus colaboradores, y después darles responsabilidad. La instancia última en caso de error protestado estaba reservada a él, por supuesto".
No hay razón suficiente, según los diversos expertos consultados, para considerar a Francisco un castellaniano. Sin embargo, los puntos de la vida y obra de Castellani, y en concreto de su novela de 1964, que evocan la personalidad, palabras y decisiones del actual Papa parecen algo más que una curiosa coincidencia literaria. Probablemente se expliquen por la pertenencia de ambos a una misma tradición sociocultural, con factores determinantes tan fuertes como la patria común, la común filiación ignaciana y la referencia político-eclesiástica argentina del siglo XX.
En cualquier caso, sirven de pretexto para leer Juan XXIII (XXIV), recientemente reeditada, o cualquier otra de las aportaciones librescas de Leonardo Castellani al pensamiento católico contemporáneo. Lo cual siempre vale la pena.