La muerte, el pasado 6 de mayo, del ex primer ministro italiano Giulio Andreotti (1919-2013) significa el principio del estudio del personaje como parte de la historia, pues hasta su último momento fue parte de la actualidad italiana como senador vitalicio. Ministro múltiples veces y jefe del gobierno en tres periodos (19721973, 19761979 y 19891992), su trayectoria política se confunde con los momentos más turbios de la democracia cristiana en el poder, incapaz de impedir ni la legalización del divorcio en 1970 ni la del aborto en 1978 (en la época del compromiso histórico con los comunistas), y envuelta en escándalos de corrupción que acabaron en los años noventa con el sistema político de postguerra. Él mismo fue acusado de colaboración con la mafia y de ordenar en 1979 el asesinato del periodista Mino Pecorelli, en un tormentoso proceso judicial que en 2004 concluyó con su absolución por prescripción.

Justo sobre esos momentos tan difíciles personalmente para él versan diversas cartas inéditas que se han descubierto a raíz de su fallecimiento, y donde, como explica L´Avvenire, aparecen sosteniéndole en la tribulación dos beatos, Juan Pablo II y Madre Teresa de Calcuta.


El Archivo Andreotti del Instituto Luigi Sturzo de Roma conserva el epistolario entre el político y el Papa, a quien Andreotti se dirigió, por ejemplo, el 30 de octubre de 2003, cuando ya se clarificaba el panorama: "Mientras se cierra, a la luz de la verdad, mi peripecia de una década, siento el deber de agradecerle profundamente no sólo por la confianza que ha mantenido en mí, sino por las numerosas manifestaciones de aprecio, incluso públicas". En junio de 2002, durante la canonización del Padre Pío, Juan Pablo II le había abrazado en una clara muestra de una amistad que se había prolongado durante años, traduciéndose en numerosas misivas, algunas de las cuales se descubren ahora y no cesaron en el decenio negro de procesos en Palermo y Perugia al que hacía referencia Andreotti.


Pero la del 30 de octubre de 2003 tiene un significado mayor porque en ella desvela cuáles fueron sus sostenes espirituales: "Si he resistido, lo debo a Su Santidad y a la Madre Teresa, quien vino a mi despacho y me dijo: ´Será largo, pero no se preocupe´". Esta visita era desconocida y tuvo lugar en abril de 1993.

Don Giulio y la santa de Calcuta tenían una vieja amistad, y justo en aquellos días ella le había pedido a su amigo que mediara ante el gobierno chino para que autorizase la apertura de una casa de las Misioneras de la Caridad en Shangai. Pero aquella vez fue distinto: nada más formularse las primeras acusaciones judiciales, llegó a su despacho sin avisar y estuvieron hablando más de una hora, tomándole ella en algún momento de la mano para confortarlo, según contó él mismo a algunos amigos durante la beatificación de la Madre Teresa.

Posteriormente Andreotti le escribió una carta (de la cual mandó copia al hoy cardenal Stanislaw Dziwisz, entonces secretario personal del Papa), donde le decía: "A usted, que ha venido a consolarme con su solidaridad y su oración, quiero decir ante Dios que no hay ni una sombra de verdad, yo solamente he luchado contra la mafia. Por lo demás, si el Señor quiere probarme, no puedo lamentarme".


También Juan Pablo II le animó en 1999, con una carta del 13 de enero por su octogésimo cumpleaños donde le decía: "Al confirmarle mis sentimientos de afecto, deseo que las pruebas y sufrimientos que se han volcado sobre usted en estos últimos tiempos puedan, según los misteriosos designios de la Providencia, convertirse en fuente de bien para su persona y para toda la sociedad italiana".

Y el 14 de diciembre el Papa Karol Wojtyla insistía: "Renovándole la seguridad de mi cercanía espiritual, que jamás ha decaído en el curso de estos años, durante los cuales usted ha conservado una firme confianza en el Señor. Sigo rezando a Dios para que le ayude con abundancia, sosteniéndole en su compromiso de perseverante testimonio cristiano y de generoso servicio en bien de la amada nación italiana".

Andreotti era consciente de que el respaldo tenía riesgos para el Pontífice, y al día siguiente del gesto en la canonización de San Pío de Pietrelcina escribió: "No quiera Dios que las vestiduras blancas del Papa se manchen siquiera por una gota de este fango".

Pero eso no arredraba a Juan Pablo II, quien en la Navidad de 2002 se dirigió a él para lamentar "las reiteradas pruebas permitidas por la Providencia": "Pido al Príncipe de la Paz que le dé fuerza interior y constancia para no perder jamás esa serenidad de palabra y de actitud que es motivo de admiración para cuantos le conocen".

Andreotti sólo habló de estas cartas de forma discreta con algunos familiares y amigos, pero conservó fotocopias en su escritorio del Senado, donde fueron encontradas a su muerte.