Pietro Ditano Vázquez, de padre italiano y madre española, ha recorrido un largo camino espiritual para lo que es habitual en una persona de 25 años: se hizo una fe a su medida, se aficionó a la espiritualidad budista y de la Nueva Era, aspiró a ser top model en Milán, estuvo conviviendo fuera del matrimonio con su novia...
Y, a base de equivocarse una y otra vez, logró ir encontrando el camino de vuelta a Dios, que nunca le dejó solo e incluso le envió mensajes de la forma más insospechada... Este sábado, Pietro recibirá la Confirmación en la explanada de la Almudena
«Hay gente que recibe la fe por el camino de la obediencia. Yo la he recibido a base de desobedecer, de equivocarme» y, de esta forma, ir entendiendo lo que enseña la Iglesia.
Así resume su conversión Pietro Ditano Vázquez, modelo italiano y uno de los 1.100 jóvenes que, este sábado, recibirá la Confirmación en una gran celebración en la explanada de la catedral de la Almudena, convocada con motivo del Año de la fe y Misión Madrid.
Pietro -hijo de padre italiano y madre española- tenía una fe heredada de sus padres y la costumbre de acudir los domingos a Misa, pero no se había planteado recibir la confirmación.
«Estaba bastante ocupado dedicándome al baloncesto, y nunca había sentido la importancia que tenía». Además, rechazaba los temas más conflictivos de la doctrina católica, que chocan con la mentalidad actual.
Al dejar Santiago de Compostela para estudiar Comunicación Audiovisual en Madrid, «me replanteé la fe, y me hice una fe a mi medida. Dejé de ir a Misa. Seguía con mi búsqueda, pero me daba la libertad de negar todo lo que fuese en contra de lo que yo pensaba. En esa búsqueda, empecé a leer sobre el budismo».
Fue entonces cuando le propusieron dedicarse al mundo de la moda como modelo y, atraído por la oportunidad del «éxito fácil y rápido», se trasladó a Milán: «Planté la Universidad, desoí los consejos de mi familia, dejé a mis amigos...»
En esa ciudad, comenzó a visitar un centro zen, «y sustituí la oración de la noche por mantras».
También le afectó el libro El secreto, de Rhonda Byrne, una de las obras más influyentes de la Nueva Era.
Afirma que, «si te focalizas en algo, lo ves y lo das por hecho, se cumplirá. Lo plantean como un puente con la oración. Así, me convencí de que podía ser un top model».
Pietro comenzó una vida «como la de Hollywood, pero sin ser nadie, siendo un niñato. Un Mercedes te recogía en el hotel y te llevaba de un sitio a otro; en las fiestas estábamos en la zona VIP... He vivido la vida que mucha gente persigue y puedo decir que, cuando sales, te lo pasas bien; pero cuando vuelves y se apagan los ruidos, estás solo y te encuentras con el vacío, que es la herramienta que usa Dios para decirnos que algo va mal».
La experiencia en Milán terminó siendo «un desastre. Me habían buscado la mejor agencia, había estado a dieta y haciendo muchísimo deporte».
Pero cuando llegó su gran oportunidad, la posibilidad de hacer un desfile para Armani, «ni siquiera me preseleccionaron. Se me cayó el mundo encima, no entendía nada. Me di cuenta de que había condenado toda mi vida por un sueño que era una mentira. En ese momento me acordé de Dios y gritaba al cielo que por qué me había dejado hacer eso. Me entró una crisis de fe y una depresión muy fuerte».
Dejó un trabajo que todavía tenía, se compró un billete de avión, y volvió a casa. «Poco a poco me volví a acercar a la fe y, después de un par de años sin confesarme, volví a hacerlo. Sentía que debía reconciliarme porque me empezaban a ir otra vez bien las cosas».
«También empecé a leer la Biblia, una página al azar, todos los días. No me dejaba empapar del todo y seguía sin estar muy convencido sobre la Iglesia, pero me interesaba. Empecé a conocer a Jesús por lo que veía yo, no por lo que oía a otros. Pero todavía no sabía qué hacer con mi vida».
En esa época, «conocí a una chica y empezamos a salir. Ella era creyente y rezábamos juntos, pero seguíamos teniendo la fe a nuestra medida. Manteníamos relaciones, y me parecía que era lo normal porque había amor».
Volvió a Madrid para retomar los estudios, y se trajo la Biblia con él. Así pasó año y medio, hasta que un desconocido cambió totalmente sus planes: «Iba por la calle, y un señor pasó de largo, fumando un pitillo. Antes de entrar al Metro, se giró, vino hacia mí, se me plantó a un palmo de la cara, me miró a los ojos y me dijo, con autoridad pero con mucha dulzura: Pero, ¿cómo puedes estar tan ciego? Cierra los ojos, mira con el corazón, y lo entenderás todo. Yo estaba asustadísimo, pero algo dentro de mí se movió».
«Al poco tiempo -continúa- entendí que mi novia no era la mujer para mí. Por aquel entonces, estábamos viviendo casi como un matrimonio, sus padres me dejaban dormir en su casa. La quería muchísimo, habíamos hablado ya de casarnos y formar una familia. Dejarla fue una prueba enorme, porque ella era la que me había ayudado a salir de la depresión, era mi vida. Pero habíamos dejado en un segundo plano a mi familia y amigos, y estábamos encerrados en nuestra burbuja».
«Entendí que Dios me estaba pidiendo que dejara a la persona que había puesto en el centro de mi corazón. A ella le causé un problema gigantesco, y empecé a ver el daño que se puede a hacer cuando, en las relaciones, se da un paso que no se debía dar. Entendí que las relaciones sexuales es algo que se debe preservar para la persona que es para ti», para siempre.
Esta experiencia tan dura «me llevó a acercarme más a Dios. Al quitarla a ella del centro de mi corazón, decidí que, a partir de entonces, ahí sólo podría estar Dios. No conocía todavía el camino correcto, pero tenía claro que ya no quería equivocarme más. Y empecé a reconstruir la relación con Él», con la ayuda de la oración y la escucha.
«Tuve dos episodios bonitos de notar la presencia de Dios, pero también otros momentos de turbulencias, que aunque no me llevaban a equivocarme, me hacían sufrir. Varios sacerdotes con los que hablé de esto me recomendaron aumentar la frecuencia con la que recibía los sacramentos».
Con esa intención en mente, el pasado septiembre comenzó un nuevo curso en la Universidad. «Vi que en la Facultad había Misa a primera hora de la mañana, y comencé a ir. Un día, anunciaron que ahí te podías preparar para recibir la Confirmación, y entendí que, dentro de mi búsqueda», ya con 24 años, «era el momento adecuado para mí. Desde entonces, hemos tenido una reunión semanal, y voy a Misa siempre que puedo. Estoy disfrutando de la Gracia, día a día descubro que los sacramentos me ayudan en mi camino hacia Dios. La Eucaristía diaria, en particular, me fortalece muchísimo».