El cardenal Daniel Sturla es un referente en la Iglesia en Latinoamérica pese a tener tan sólo 61 años. Su labor como arzobispo de Montevideo y por ende líder de la Iglesia en Uruguay le ha convertido en un referente debido a su apuesta decidida por la nueva evangelización en un país históricamente laicista como el suyo.
Cuando muchos países ven cómo se va eliminando la religión de la sociedad, en Uruguay esto ya se vive desde hace más de un siglo. No existe Religión en la escuela, no hay festivos religiosos… y es en este contexto en el que el cardenal Sturla trabaja para llevar a Dios a sus compatriotas.
El purpurado apuesta por “fomentar una identidad católica firme, fuerte, transparente, alegre, y al mismo tiempo tener capacidad de diálogo”. Para ello, apuesta por una evangelización visible en la sociedad pero también en una formación de los católicos, el gran punto débil, en su opinión.
A continuación presentamos algunas de las preguntas que Agustín Sapriza realizó al cardenal Sturla para la Revista Palabra (aquí puede leerla de manera íntegra):
- Su “movida” vocacional personal, quiero decir la historia de su vocación sacerdotal, ¿cuál es?
–Mi vocación salesiana nació en el instituto Juan XXIII, cuando tenía 17 años y estudiaba quinto año de liceo. El director era un hombre de Dios, muy macanudo, que trabajaba por las vocaciones, el P. Félix Irureta. Después de un retiro con los de mi clase, el día 8 de septiembre, fiesta de la Natividad de la Virgen, me preguntó si había pensado ser sacerdote… Y agregó algo muy importante: que me hacía ese planteo, pero que nunca más me lo iba a repetir, que me sintiera totalmente libre.
En ese momento se lo agradecí, pero le dije que me veía formando una familia, haciendo una carrera… Él nunca más me dijo nada. Yo seguí estudiando, saliendo, en un ambiente muy lindo, en un momento muy difícil del país… Además, había perdido a mis dos padres con diferencia de tres años: a los trece murió mi padre y a los dieciséis murió mi madre. Yo soy el menor de cinco hermanos, quedamos viviendo juntos y organizándonos entre nosotros.
Cuando terminé en el Juan XXIII entré en la Facultad de Derecho, pero la inquietud me seguía golpeando el corazón. Entonces, en ese primer año de facultad, resolví finalmente entrar en el noviciado salesiano, era el año 1979, con diecinueve años… Para hacerlo corto, me ordené sacerdote el 21 de noviembre de 1987, a los 28 años, y después de algunos años fui director, precisamente, del Juan XXIII. Más adelante me nombraron Provincial, Inspector de los salesianos de Uruguay, y a los tres años de ser Inspector, el Papa Benedicto me nombró obispo auxiliar de Montevideo.
-¿Le sorprendió el nombramiento de cardenal? ¿Conocía al Papa Francisco?
- Fue una sorpresa total! Lo digo no para hacerme el modesto, sino porque es una realidad. El Papa me nombró cardenal como un regalo a la iglesia uruguaya, a la que estima mucho, porque la conoce por su vecindad, por su cercanía, porque tiene muchos amigos en Uruguay. Yo no conocía al Papa Francisco. Lo había saludado por primera vez siendo obispo auxiliar, en Río de Janeiro, en la Jornada Mundial de la Juventud del 2013. Y tampoco había hecho nada relevante en un año de arzobispo. Creo que fue un gesto de cariño hacia la iglesia uruguaya.
- Desde hace casi un siglo, los alumnos de las escuelas públicas no reciben formación cristiana. ¿Cómo evangelizar en una sociedad marcada por la ausencia de los valores cristianos?
–Creo que hay dos cosas, que para mí son muy importantes. Cómo fomentar, con absoluta claridad, una identidad católica firme, fuerte, transparente, alegre, y al mismo tiempo tener capacidad de diálogo. Es importante esto, porque siempre que se subraya la identidad parece que se fuera a adquirir una coraza de cruzado…
La propuesta es ser capaces de tener clara identidad en una sociedad plural, con espíritu de diálogo, sin complejos, que es algo que quizás en la Iglesia de Uruguay los ha habido. Y, al mismo tiempo, sin pretensiones de una cristiandad que en el Uruguay nunca fue firme, y que hace cien años que no existe. O sea, que no se trata de volver a un pasado glorioso, que nunca tuvimos en el Uruguay, sino de mirar con serenidad y alegría nuestra identidad católica, en el ámbito de la sociedad plural y democrática que marca nuestra cultura uruguaya.
-En esta línea, el cardenal Sturla planificó una misión importante en la arquidiócesis.
-Hicimos un Programa Misionero “Jacinto Vera” (venerable primer obispo de Montevideo, 1813-1881), cuyo objetivo era ser, de verdad, “Iglesia en salida”, y no solo en los papeles. El año pasado se hizo la primera experiencia, que se llamó Misión Casa de Todos. Se adhirieron aquellas parroquias que quisieron, fueron 50 de las 83 de la arquidiócesis. Hubo una movilización para salir a la calle, ir a los shoppings, estar en los ómnibus, hacer actividades, invitar a la gente de los distintos barrios a una actividad organizada por la parroquia.
- Fue sobre todo una movilización de las parroquias… Y muchos decían: por fin a la Iglesia católica se la ve en la calle, por fin la Iglesia sale a evangelizar…
- Mostrar que la Iglesia vive es importante para todos… Hay iniciativas pastorales en la arquidiócesis, que han dejado especial huella. En el año 2016 lanzamos la campaña “Navidad con Jesús”, un programa para desarrollar en el tiempo de Adviento, que consta de cinco puntos: hacer la novena de la Inmaculada, rezando en determinados lugares el Rosario de la Aurora; hacer un gesto de solidaridad por parte de la familia o de la comunidad; una oración para rezar el día de Nochebuena en las casas de familia, ya que aquí, oficialmente, el día de Navidad es el día de la familia: en Uruguay se secularizó el calendario en 1919…
La “Navidad con Jesús” incluye también colocar una balconera con esa expresión y con la imagen del pesebre. Esto tuvo mucho eco y se ha difundido también en el interior del país: se han vendido por miles las balconeras…
Por último, promovimos que la gente lleve a bendecir a la iglesia la imagen del Niño Jesús, el domingo anterior a Navidad. Así impulsamos a las familias a que armen el pesebre (el “belén”), porque se estaba dejando la costumbre de hacerlo y poner solamente el arbolito…
-Usted ha hablado con frecuencia de que la Iglesia sale adelante entre todos, del papel de los padres en la educación, de la importancia de llevar a Cristo a las realidades temporales…
–Sin duda que es así. Y creo que la Iglesia en Uruguay tiene vasta experiencia. Primero, porque ella está en la educación desde inicial hasta la Universidad, con dos universidades: la Universidad Católica y la Universidad de Montevideo. Y con una experiencia muy fuerte de servicio social.
A su vez, hemos creado instancias de diálogo. Estamos reimpulsando una institución católica, que en su momento fue muy relevante, el Club Católico, fundado en 1878, que trataba de entablar el diálogo con la sociedad. Y, por otro lado, fomentando una experiencia que fue muy interesante que se llama “Iglesia en Diálogo”. Esta surgió a partir de una convocatoria que hizo el presidente Tabaré Vázquez en 2016 para hacer propuestas para el diálogo social.
No tuvo andamiento, pero creó una dinámica que hizo que el año pasado, que fue año electoral, todos los candidatos presidenciales fueron invitados a reuniones con este grupo de “Iglesia en Diálogo”, llevado adelante por laicos. Participé de los encuentros, pero en realidad eran ellos los que lo llevaban adelante, y donde la Iglesia pudo aportar su voz y sus propuestas, que habíamos elaborado en cinco temas de la realidad uruguaya: educación, convivencia ciudadana, medio ambiente, promoción de la mujer, el mundo empresarial y del trabajo.
-Naturalmente, siendo la evangelización tarea de todos en la Iglesia, los sacerdotes son imprescindibles. Los primeros jueves de mes, en la arquidiócesis rezamos especialmente por las vocaciones…
–Es una realidad muy dura. En el Uruguay siempre ha habido falta de vocaciones sacerdotales y religiosas, y hoy las vocaciones llegan con cuenta gotas. En el seminario interdiocesano, el único de todo el Uruguay, hay 25 jóvenes, siete de la arquidiócesis de Montevideo. Pero no nos rendimos. Ahora mismo hay una movida juvenil interesante, que va a dar frutos.
-En la solemnidad de Pentecostés, en todo Uruguay se empezó a rezar el domingo el Credo de Nicea-Constantinopla, una expresión más de la preocupación por “los pobres de Dios” de todos los niveles sociales.
–Tenemos que formarnos en la fe. No hablo de formación teológica sino de la básica; muchas veces, con una catequesis deficiente, a los católicos les faltan los elementos básicos de la fe. De aquí viene la preocupación de todos los obispos, para que la fe sea conocida, para que podamos entusiasmarnos en la profesión de la fe católica, con una identidad clara en un mundo plural como es el de Uruguay muy secularizado. No se trata de achicarnos ni de agrandarnos, sino de estar contentos de la fe que creemos y vivimos. Para eso hay que conocerla.
Por eso, durante el tiempo pascual empezamos aquí y se difundió por las diócesis, un proceso formativo que consistió en un subsidio que traía un punto del catecismo cada día y una renovación de la profesión de fe el día de Pentecostés. El rezo del Credo Niceno-constantinopolitano, que es más catequístico que el Credo apostólico, más explicativo de las verdades esenciales de la fe, va en esa misma línea.