que comparten herencia hispana y lengua española. Y sin embargo, mientras la fe católica es intensa y firme en La Española, tanto en la parte haitiana como en la dominicana, en Cuba las décadas de socialismo y marxismo han herido el alma del pueblo.
Esos 90 kilómetros que separan ambas islas son un mar espiritual. Es una barrera que ha marcado la vivencia del premiado poeta, periodista y escritor cubano Luis Beiro Álvarez. Criado bajo el régimen hostil a la fe, emigró a República Dominicana y explica ahora, en 2013, desde su columna en el periódico Listín Diario, su retorno a la fe católica.
"Mi vocación católica la heredé de mi madre. Ella me bautizó, me inscribió en las Escuelas Pías de Víbora donde hice la primera comunión y donde cursé hasta el quinto curso, fecha en que “los curas” fueron expulsados de Cuba. Después me mantuvo ligado a la fe en bajo perfil hasta que llegó el tiempo de continuar mis estudios", recuerda Beiro.
Fue en 1964, al matricularse en la Enseñanza Media cubana, cuando empezaron las presiones.
"Mi madre me había alertado. A los comunistas hay que mentirle, si quieres ser alguien aquí tendrás que decir siempre que no eres creyente y que ningún pariente tuyo reside fuera. Me acordé de aquellas palabras de mi madre quien, con dolor de su alma, me sugería olvidarme de la fe y rechazar cualquier vínculo con mis parientes norteamericanos para que nadie se metiera conmigo y me dejaran estudiar en paz. A partir de ese momento, fui un sumiso de la doctrina oficial".
Y así, en los años 60 empezó a recibir, como tantos jóvenes en la isla y también en Rusia y Europa Oriental, las "clases de Instrucción Política (léase ateísmo científico) y a maldecir todo lo que significaba la Iglesia Católica. En casa, quemé biblias -excepto el libro de la Primera Comunión que como sombra salvadora todavía conservo junto a mi cama-, escondí crucifijos, imágenes sagradas y fotos de Jesús y sus discípulos".
Al principio aún le dolía esa renuncia. Dejar de ir a la iglesia el domingo, dejar de peregrinar a pedir milagros para enfermos ante la imagen de San Lázaro en el pueblito de El Rincón, renunciar al recogimiento de la Semana Santa...
Pero para ayudarle a romper con todo eso estaba la Unión de Jóvenes Comunistas (de la cual fue miembro durante una década) y su gran cantidad de actividades, especialmente en Semana Santa y otras ocasiones festivas.
"La Unión se encargaba de llevarnos al campo, a la agricultura, ya bien a cortar caña o a recoger papas, boniatos y café. Era la excusa que encontraban a mano para sacarnos del medio social y de esa forma, intensificar nuestras clases de marxismo, tanto a nivel teórico como literario. La lectura de novelas panfletarias como “Así se templó el acero” de Nikolai Ostrovski o “La carretera de Volostomak” ocuparon espacios nocturnos en aquellos campamentos alumbrados por bombillas amarillentas y velones que me rasgaban la visión".
Pasaban los años, se multiplicaban los cuestionarios y formularios de papeleo marxista, y una y otra vez las preguntas: "¿Usted cree en Dios?" y "¿Tiene usted familiares en el extranjero o en los Estados Unidos?"
"En el Servicio Militar Obligatorio, en el Instituto Preuniversitario, en la Universidad y en mi primer empleo como abogado, siempre aparecían las mismas planillas con interrogaciones similares a manera de trampas, para tratarme de engañar. Pero ya había aprendido la lección. No creo en Dios. Soy ateo. No tengo familia en el extranjero... Y de tanto mentir, llegue a hacer mías esas respuestas. Solo mi madre sufría en silencio la máscara que ondeaba sobre mi rostro y que ella misma me ayudó a esculpir para salvarme de la persecución política".
Por supuesto, el régimen no se contentaba con esos formularios, sino que ponía a prueba a los jóvenes, especialmente a los que parecían poder llegar a formar parte de la "intelligentsia", de la clase cultural de un país sin clases.
"Infinidad de “amigos” de último minuto y visitantes de todas las especies comenzaron a rondarme con diversos propósitos. Muchos me llevaban música americana, radios portátiles, grabadoras y demás “aparatos” propios de la sociedad de consumo. Novias por doquier, equipos de béisbol, casas de veraneo, publicaciones extranjeras, cartillas católicas y otras tentaciones corrieron por mis ojos en todos esos años, provenientes de manos provocadoras. No sé cómo pude sortear aquellas trampas y seguir con mi plan".
"De tanta guerra psicológica, llegué a creerme ateo. Desafié a Dios, a su hijo Jesús y a todo el Olimpo divino. Como buen idiota, hice mía la doctrina de Darwin y me olvidé de que el alma humana no viene del mono, sino de algún lugar desconocido. Pensé que todo eran los huesos, la carne, la inmortalidad de las ideas políticas y dejé poco espacio para sentir el misterio de la creación, de la fe divina, de la omnipotencia de Dios".
Poco a poco se abría paso en el mundo literario. Fue finalista del Premio de Poesía de la revista mexicana "Plural" (1985). Años después, recibió el Premio Nacional de Historia "Primero de Enero" en Cuba por su libro "Brisa Nueva". Se afianzó como un enamorado de la poesía: Nicolás Guillén, José Lezama Lima, Dulce María Loynaz, Carilda Oliver Labra, Regino Boti, William Blake, Antonio Machado... Y de la narrativa: Fiodor Dostoievski, Honoré de Balzac, Víctor Hugo, William Faulkner, Chinguiz Aimatov, Guillermo Cabrera Infante, Alejo Carpentier... Entre sus libros preferidos: “El Quijote” y “Cien años de soledad”.
También era un entusiasta de la música y crítico musical, y así, estando en 1989 en República Dominicana, en la Ciudad de La Vega, almorzó con el padre Antonio Lluberes, en aquel momento, director general de Radio Santa María.
"El padre Ton me invitó a recorrer las instalaciones y yo me mostré interesado en grabar allí algunos espacios de música cubana. Nada me dijo entonces, pero al siguiente año, me llegó a La Habana una invitación para volver a La Vega dominicana para, entre otras causas, trabajar en la emisora católica bajo su dirección. Fueron seis meses donde aprendí de su ejemplo la vocación humanista de los jesuitas. Con Ton Lluberes y su equipo de locutores y maestros radiofónicos recorrí los campos del Cibao donde la gente, al vernos, se aglomeraban a nuestro alrededor, aunque fuera para solo tocarnos las manos".
Y empezó a hacer más amistades, como los sacerdotes y poetas Tulio Cordero y Fausto Leonardo Henríquez o el padre Gustavo Carles, "ese cubano ejemplar, luchador empedernido por la unidad, libertad y la reinstauración de la democracia en su patria".
La larga enfermedad de su madre, y su muerte después, fueron ocasión para Luis Beiro para experimentar la cercanía de muchas personas de fe, como Sor Bernardina Montero y Sor Clara Figueroa: "ambas alimentaron, medicaron y cuidaron a mi madre durante más de dos años, mientras yo cumplía los trámites oficiales para traerla conmigo a Santo Domingo".
El padre Henríquez dio la extremaunción a su madre antes de morir ella. El sacerdote salesiano Jesús Hernández hizo el novenario por la difunta. El padre Esquivel becó al hijo de Luis Beiro en un gran colegio dominicano durante sus estudios básicos. El padre Eduardo García Tamayo, sustituto de Lluberes en la dirección general de Radio Santa María, le dio apoyo intelectual y albergue y cuidados al salir del hospital CEDIMAT en 2012.
"Antes de emigrar a Santo Domingo, bauticé a mis hijos Roxana y Luis Ernesto. Fue mi tributo a Dios, en la propia Cuba. Mi hijo Luis Ernesto, para orgullo mío, se acaba de casar por la iglesia. Lo hizo a plena conciencia y en honor a su abuela porque lo que une Dios, que no lo rompan los hombres".
Hoy, Luis Beiro Álvarez es una figura intelectual reconocida en República Dominicana. Recibió el "Premio Caonabo de Oro" que otorga la Asociación Dominicana de Escritores y Periodistas al mejor periodista extranjero en la República Dominicana (2000), y diplomas de reconocimiento a su labor por la Secretaría de Estado de Cultura (2002) y el Centro Cultural de España (2007), entre otros. Y reflexiona sobre su pasado y su fe, que ha retomado 48 años después.
"El hombre siempre vuelve a sus orígenes por tortuosos que hayan sido los sudores de la sobrevivencia. Lo hago porque necesito volver a creer en mí. Porque juré a mi madre, en su lecho de muerte, que retomaría mi vocación católica. He vuelto al catolicismo convencido de que en mi lejana adolescencia no cometí el error de traicionarlo, sino de reafirmarlo mientras mi cuerpo servía de escudo para que nadie jamás me lo ultrajara. Dios no me exige el fanatismo, sino la entrega a los demás. Estos son mis principios católicos".
Blog de Luis Beiro (poco actualizado)
http://luisbeiroalvarez.blogspot.com.es