(1949-2013) era primo del novelista Paul Auster, y murió este Viernes Santo en el seno de la Iglesia. Judío de nacimiento, un Jueves Santo de hace quince años dio un paso hacia el cristianismo y se hizo episcopaliano, aunque, decía, "más en tiempo histórico que en tiempo presente", pues la ordenación de mujeres y homosexuales le fue alejando cada vez más de la obediencia anglicana: "Ha dejado de ser una comunidad cristiana", afirmaba.
Lawrence Auster, licenciado en Filología Inglesa, ha sido uno de los pensadores conservadores norteamericanos más incisivos y polémicos de los últimos lustros, sobre todo a raíz de la publicación en 1990 de The Path to National Suicide [El camino hacia el suicidio nacional], donde denunciaba las consecuencias de la ley de Inmigración de 1965 y el cambio étnico y cultural que implicaría para Estados Unidos la recepción masiva de inmigrantes hispanos o asiaticos.
Rechazaba el racismo, pero sostenía que el debate no era entre "igualdad" y "racismo", sino "entre quienes promueven un cambio radical en la identidad étnica y cultural de Estados Unidos y quienes consideran que esta nación debería preservar su estilo de vida y su origen predominantemente europeo".
Criticaba tanto a los neoconservadores como a los paleoconservadores (como el periodista y candidato a la nominación republicana Pat Buchanan), a los primeros por no reconocer que la misma religión islámica es la causa del radicalismo islámico, a los segundos por su criticismo con Israel.
La página web View from the Right [Visión desde la derecha] publica una necrológica donde se recuerda que "repetía constantemente que convertirse en un pensador cristiano había sido el acontecimiento más importante de su vida".
Laura Wood le compara en ese artículo con una de las grans luminarias de la filosofía: "Ningún pensador, salvo quizás Platón, ha debatido más hábilmente con sus estudiantes ni ha dejado un registro elegante y acabado de problemas filosóficos y su resolución... Instruía a sus seguidores en el arte del combate intelectual... y el precio fue un asombroso trabajo de edición de los debates durante años. Pagó incansablemente el tributo de luchar por la verdad. Pero, como insistía, no era un héroe. Sólo hacía lo que le nacía de dentro. Lo que tenía que hacer".
Más allá de los debates que suscita su obra y sus polémicos posicionamientos, queda el hecho de que el Viernes Santo completó un periplo que había avanzado en un post del 19 de marzo: "Siento que, con la gracia de Dios, he hecho enormes progresos en la finalidad espiritual por la que estoy rezando. Lleno de gratitud, he escrito en muchas ocasiones mi sensación de una cercanía a Jesús cada vez mayor". Murieron, ya plenamente amigos, el mismo día.