Era el domingo 17 de marzo. El Papa Francisco se había acercado a la parroquia de Santa Ana para celebrar su primera Eucaristía pública antes de su inicio de pontificado. Todo discurrió “normal”, tal y como debe ser una Misa que celebra un Papa en una parroquia de su diócesis, pero al final reconoció entre los presentes a algunas personas que no eran de la parroquia. Los reconocía porque eran sacerdotes amigos suyos de Sudamérica. Entre ellos destacó uno: el director del Liceo Jubilar Juan Pablo II, en Uruguay. Le hizo salir delante de todos los asistentes a la Eucaristía, alabó su trabajo pastoral y le dio un abrazo. Su nombre, Gonzalo Aemilius. Y ésta es la historia de la obra que él ha fundado para los más desfavorecidos de su país.
Es el Papa Francisco el que habla: "Quiero presentarles a un sacerdote que ha venido de lejos. Que desde hace mucho tiempo trabaja con los niños de la calle, con los drogadictos. Para ellos ha hecho una escuela, ha hecho tantas cosas para hacer conocer a Jesús. Todos estos niños de la calle hoy trabajan, con estudio, y tienen capacidad de trabajo. Creen y aman a Jesús. Te pido Gonzalo que vengas y saludes a la gente. Recen por él. Él trabaja en el Uruguay. Él es el fundador del Liceo Jubilar Juan Pablo II. Él hace este trabajo. No sé cómo hoy ha venido acá, pero lo sabré. Muchas gracias”. Después, Papa y misionero se saludaron con un abrazo.
Con esta presentación del mismo Papa es difícil decir mucho más. Lo que se puede añadir es que el Liceo Jubilar Juan Pablo II, el “Jubi” como lo llaman coloquialmente sus alumnos, es una institución pionera en Uruguay, al ser un centro educativo gratuito de gestión privada. Se fundó gracias a la insistencia de los fieles de la zona parroquial “Gruta de Lourdes”, situada en una de las zonas más pobres de Montevideo.
Los muchachos y muchachas de esta zona carecían de ningún tipo de centro de formación secundaria y nunca consiguieron la instalación de uno a pesar de sus solicitudes a las autoridades educativas locales. Sin embargo, cierto de día de 1999, durante la visita apostólica a la parroquia del Arzobispo de Montevideo, el salesiano Nicolás Cotugno, los padres y madres de familia le solicitaron ayuda para poder solucionar este problema.
La realidad es que cualquier centro educativo dista mucho de esta zona, lo que suponía que los chicos de este barrio acababan en la marginación, delincuencia, drogas… El mismo Liceo explica cuáles son las dificultades por las que atravesaban los habitantes del barrio y que impedían en gran medida la escolarización de los menores:
• el trabajo de los niños y adolescentes que son fuente de la economía de la casa;
• la falta de seguridad, especialmente para las chicas que debían ser acompañadas por sus madres hasta las paradas de transporte por la mañana y lo mismo a la vuelta;
• la gran distancia a otros liceos desde estos barrios; una distancia que no es sólo en kilómetros, sino también en cultura, estilo de vida, ropa, costumbres…;
• y, por supuesto, los mil impedimentos en este tipo de familias que provocan ausencias desde el hermano menor enfermo a cualquier otro problema...
Monseñor Cotugno lo tomó muy en serio y optó por promover la construcción de una escuela que pudiera resolver los problemas de la comunidad. Para él, fue el proyecto símbolo de la solidaridad de la Arquidiócesis.
No se trata de una obra de tipo asistencialista. No lo es ni en su forma ni en su espíritu. Sus principios son claros: “Como comunidad eclesial, el Liceo Jubilar Juan Pablo II fundamenta su concepto de calidad institucional, en la transmisión de valores cristianos, promoviendo el desarrollo de individuos libres, responsables, solidarios, con capacidad crítica y autonomía”, tal y como reza su filosofía. La propuesta pedagógica es clara: busca “ser un agente de cambio en la sociedad en la que se inserta… teniendo como modelo a Cristo, Hombre Nuevo… brindando una educación integral que promueve en los jóvenes el máximo desarrollo de sus potencialidades en todos los ámbitos de la vida, de manera tal que, como protagonistas, se constituyan en sus propios agentes de cambio y que, al mismo tiempo, puedan ser multiplicadores de cambio en su entorno inmediato”.
En cuanto a su formación religiosa “desde la Pastoral del Liceo Jubilar buscamos motivar la experiencia de encuentro personal y comunitario con Jesús, invitándolos a reconocer Su presencia y compañía en la historia de cada uno –explican sus responsables. Deseamos acompañar a nuestros alumnos en el proceso de descubrirse y sentirse verdaderamente hijos amados por Dios, en sus grandezas y pequeñeces, e invitados desde allí a ser libres y a permanecer en el Amor”.
Al principio sobrevivieron gracias a los voluntarios, pero la crisis económica supuso que éstos tuvieran que dejar esta forma de colaboración y al Liceo buscar una mayor responsabilidad en el plantel docente. En seguida vino apoyo de la fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada y el aporte, aunque puntual, de una parroquia italiana. Actualmente se financia gracias a diversas fuentes: los propios padrinos, es decir particulares que quieren ayudar económicamente, el apoyo de algunas empresas e instituciones privadas, además de las propias familias que aportan unas cantidades mínimas pero que sirven de concienciación y compromiso con la educación que reciben sus hijos. Los estudios de un alumno al año asciende a 32000 pesos uruguayos, es decir unos 1200€.
Aún hay más. Con el caminar del tiempo, los responsables del liceo descubrieron que una buena formación no era suficiente para sacar adelante a los muchachos que acudían al centro. De poco servía el esfuerzo si luego llegando a sus casas apenas encontraban un ambiente sano en el que estudiar, vivir y relacionarse. Las casas de estos barrios en muchas ocasiones carecen de lo más elemental, por lo que se promueve la colaboración entre padres de familia para que reconstruyan sus casas y las doten de lo fundamental. El proyecto Belén, que así denomina esta iniciativa, comenzó en 2009 agrupando cuatro o cinco familias a las que se sumaron de nuevo unos voluntarios. Entre todos construyeron baños, techos con aislante térmico, pozos negros, impermeabilizaron viviendas, acondicionaron dormitorios, levantaron tabiques, mejoraron instalaciones eléctricas, etcétera. Después, el proyecto ha evolucionado y el Liceo hace préstamos de material de construcción para familias que necesitan ayudas urgentes.
Quienes componen la gran familia de Liceo descubrieron una nueva necesidad: la formación de los padres de los alumnos. Una formación en Educación Media a la que asisten personas desde los 24 hasta los 65 años. Estos adultos trabajan principalmente en empleos como el servicio doméstico, la construcción y, debido a la proximidad a varios cuarteles, en el ejército.
Este sueño aporta un cambio cualitativo en su estilo de vida, ellos mismos explican que no solo tiene que ver con un cambio en su trabajo y en sus ingresos, lo cual es verdaderamente fundamental, sino que implica además poder participar activamente en una vida social “sin pasar vergüenza”, ganando dignidad y confianza en sí mismos. Además de ser una motivación por ser testimonio de esfuerzo y esperanza ante sus hijos.
Esta formación de adultos, a pesar de las dificultades reales que atraviesan, tiene apenas un 25% de deserciones: “Llegar acá es como un descanso, se sale de las preocupaciones de todo el día y se llega a un lugar donde se respira un aire distinto”, explica uno de los adultos; u otro: “Muchas veces nos consideran marginados por el lugar donde vivimos, pero si tenemos el liceo terminado damos otra impresión”; también hay quien confiesa que “de tarde nos sentamos con mi hijo a estudiar juntos, a él le encanta y me ayuda un montón”. Entre los adultos inscritos también está la abuela de un adolescente del Jubilar que se apuntó para motivar a su nieto a estudiar.
Unos apuntes personales más sobre el P. Gonzalo Aemilius: tiene 34 años, tuitea, escribe en un blog y lo mismo se le puede ver en una Misa del Papa que en un concierto de rock. Gonzalo iba para contable, pero Dios se metió por medio y empezó a cambiarle los planes y hacerle ver la posibilidad de dar la vida por los demás. Su familia no era practicante pero él, ya con 11 años, pidió ser bautizado. Él siempre obtuvo su respeto, y lo mismo sucedió con la Primera Comunión y la Confirmación.
Gonzalo está al día: “Hoy el lenguaje es Twitter, Facebook, son los e-mails, los blogs -explica. Ahí tenemos que estar. Creo que Jesús hubiese tenido Twitter. No creo que ser cura sea un impedimento, al revés, creo que es la mejor oportunidad que tengo para estar cerquita de un montón de gente a la que de otra manera no llegaría. No le veo nada de malo a twittear –explica-, hay muchos adolescentes que dicen ‘mirá qué fenómeno este cura que tiene Twitter’. Y ahí te los ganaste. Yo recibo unos 200 mails por día entre liceo y parroquia. Odio hablar por teléfono, me gustan más los mails o los mensajes. En el celular veo el mail, Twitter, Whatsapp”.
Sabiendo todo esto y descubriendo la sencillez y espontaneidad del Papa Francisco, no es de extrañar que en uno de sus rompedores gestos haya querido mostrar al mundo a un cristiano comprometido con Cristo, la Iglesia y los hombres.