Los marianistas conmemoran este domingo el 50º aniversario de la muerte de su joven congregante valenciano Faustino Pérez-Manglano, ocurrida cuando contaba 16 años el 3 de marzo de 1963. Fue declarado venerable y reconocidas sus virtudes heroicas el 14 de enero de 2011, tras haberse iniciado en 1986 su proceso de beatificación.
El colegio Nuestra Señora del Pilar de Valencia, del que Faustino fue alumno, ofrecerá asimismo “un recuerdo especial” del joven en la misa dominical, en cuya homilía será presentado “como ejemplo de aplicación del Evangelio”, según ha indicado a la agencia Avan el marianista José María Salaverri, biógrafo y profesor de Faustino.
El pasado 13 de febrero la congregación religiosa puso en marcha una página web en cinco idiomas (español, inglés, francés, portugués y polaco), los mismos (más el húngaro o el coreano) en los que ha sido publicada la vida de Faustino, Tal vez me hable Dios, que incluye los pensamientos que iba dejando en su diario. El padre Salaverri acaba de publicar también otra obra sobre él, titulada Venerable Faustino. Era todo sonrisa.
Faustino Pérez-Manglano nació el 4 de agosto de 1946 en Valencia. En 1961 la enfermedad de Hodgkin (un linfoma maligno) “minó su salud, pero asumió su muerte con naturalidad después de dar un testimonio excepcional durante toda su vida”, recuerda Salaverri, quien define al joven como “un auténtico misionero”.
En efecto, desde 1960 sintió la llamada del Señor y su gran ideal fue consagrar su vida a la salvación de los hombres como religioso marianista. Sus escritos recogen su evolución y discernimiento vocacional, que quedó al final completamente claro: quería ser misionero. El 9 de febrero de 1963, un mes antes de morir, tras recibir la extremaunción hizo su consagración definitiva como congregante.
"Es maravilloso pensar que voy a estar toda la vida al servicio de Jesús y de María", escribió: "Voy a ser un pescador de almas. Lo he pensado mucho y me gustaría ir, como religioso marianista, a Sudamérica, donde tanta falta hacen manos para salvar a las almas". Cuando le diagnosticaron la enfermedad y supo que iba a morir, prometió ocuparse desde el cielo de las vocaciones.
Alegre, simpático, entusiasta del deporte y del camping, su cuerpo menudo escondía el alma grande de un chico sencillo y amigo de todos, con una fidelidad a toda prueba y una voluntad de hierro para cumplir sus compromisos espirituales. Destaca, sobre todo, su intenso amor a la Virgen María: "Jesús, haz que ame a María, no sólo porque es pura, bella, buena, compasiva, Madre mía, sino porque es Madre tuya y Tú la amas infinitamente. Oh Jesús, hazme participar de tu amor a María. Haz que la ame como Tú", pedía.
De la pureza de su alma da idea esta frase: "Soy muy feliz. No sé lo que me pasa. Se siente algo por dentro de uno. Un amor tan enorme hacia Él, que me ha llevado siempre tan de la mano, que no me ha dejado caer, ni una sola vez, en pecado mortal. No sé lo que son los problemas. Gracias, Cristo, por darme este bienestar interior tan maravilloso. Te estoy muy agradecido".
Y asumió con entereza los sufrimientos que le provocaba su dolencia, con esa "eterna sonrisa" que destaca Salaverri y que cautivó a quienes le rodeaban con la certeza de su santidad: "Estoy dispuesto a recibir de Dios todos los pequeños sufrimientos que quiera mandarme. Son tan insignificantes y los recibo con tanto gusto que son felicidades".
Desde todo el mundo están llegando a la postulación de la causa testimonios de favores recibidos y, sobre todo, mensajes de agradecimiento de personas a quienes su ejemplo sobrenatural ha acompañado en la enfermedad.