"Comprendí que estaba hecho para el cielo": así sintetiza Jesse Romero las razones por las que su vida dio un salto hacia el compromiso como laico católico cuando dejó la Policía.


Tiene ahora 49 años y nació en San Bernardo, un barrio de Los Ángeles marcado por los asesinatos. En su familia se lo tomaban con humor negro: "Nos sentábamos en casa y comentábamos a quién matarían ese fin de semana. Es lo que conocimos. Pensábamos que eso era normal".

Norteamericano de segunda generación (hijo de mexicanos), atribuye buena parte de la violencia de los grupos latinos a la falta de integración e identidad de los jóvenes, no considerados mexicanos en el país de sus padres, ni estadounidenses de verdad en el suyo propio. La tentación de unirse a grupos como Brown Power, racistas y anti-blancas.

Para Romero, las cosas pintaban mal, pero encontró en las artes marciales una forma de escapar a los peligros del barrio. "Dios usó las artes marciales para apartarnos de todo eso a mis hermanos y a mí durante nuestra adolescencia", recuerda: "Nos enseñaron respeto, disciplina y control mental. Mientras otros chicos del barrio se drogaban, bebían, escuchaban música o eran promiscuos con las mujeres, nosotros nos preparábamos para nuestro próximo torneo de kárate".


El hogar de los Romero era católico, pero sólo "culturalmente". No había interés en crecer en la fe. Él iba a un colegio católico, y asistía a misa los domingos para no desagradar a sus padres, pero consideraba el catolicismo "una religión de mujeres". Las artes marciales -éste era el lado malo de su afición- llenaban completamente su vida.

Pero cuando él tenía en torno a veinte años, algo vino a cambiar su vida. Sus padres asistieron a un cursillo matrimonial de fin de semana, porque estaban teniendo problemas. Y ese cursillo les influenció hondamente. Su padre, alcohólico y ausente, dejó de beber y empezó a leer la Biblia. Junto a su mujer, se afilió a la Legión de María y a un grupo carismático de oración. Empezó a venir gente a casa a rezar.

Eso repercutió en Jesse, cuando vio en sus padres que "alguien que no practicaba la fe podía cambiar de la noche a la mañana, porque mis padres llevan ya treinta años siendo unos católicos de fe vibrante". Pero su hora aún no había sonado.


A los 21 años, Romero se había incorporado al Departamento del Sheriff de Los Ángeles. Le gustaba ver a los criminales en la cárcel. Cuando llevaba cinco años de servicio, un compañero de la policía, Paul Clay, protestante evangélico, le preguntó por su relación con Cristo y le animó a leer la Biblia. Lo hizo, y su actitud hacia la fe cambió: "Recuerdo un día haber llorado ante una imagen del Sagrado Corazón, pidiéndole a Jesús amarle como Paul". Para sorpresa de su mujer -entretanto se había casado-, dejó de beber y blasfemar y empezó a rezar.

Su párroco le sugirió hacer un curso de apologética de treinta horas, y al terminar le dijo a su esposa: "Me siento en casa. Jesús fundó la Iglesia católica y vamos a ir a la Iglesia católica el resto de nuestras vidas". Al cabo del tiempo, la influencia de Jesse sobre su compañero Paul Clay provocó también la conversión de éste al catolicismo.


Cuando no estaba de servicio, Jesse empezó a colaborar en su parroquia, la de Santa Rosa en el barrio de San Fernando, dando clases de confirmación: "Me encantaba. La gente me decía que cuando hablaba de la Biblia lo hacía con convicción". Dejó notar su huella en la comunidad.

Al cabo de unos años, Romero tuvo que dejar la Policía a consecuencia de una lesión. Y entonces decidió comprometerse a tiempo pleno como evangelista católico.
 
Desde entonces no ha dejado de hacerlo, tanto en parroquias como en los medios de comunicación, en inglés y en español, y dirige un programa de radio, Razones para la fe. Su historia ha circulado en diez mil CD vendidos, y le llaman desde todo el país como predicador o consejero. Dos veces al mes ofrece un curso de Biblia en Hollywood para las gentes de la industria del entretenimiento. Y ahora está empezado en crear una Escuela de Evangelización que propondrá al arzobispo de Los Ángeles, José Gómez, para crear "un ejército de soldados de Cristo y salir a ejercer como misioneros". 

"Los americanos de segunda generación", concluye, "nos preguntamos quiénes somos. Cuando descubrí que yo era un hijo de Dios, que Dios era mi padre y Jesús mi hermano, se cayeron las escamas de mis ojos. Me sentí liberado. Comprendí que estaba hecho para el cielo".