La cultura de los países asiáticos está impregnada de una profunda espiritualidad y a pesar del trabajo multisecular de los misioneros cristianos muchas veces resulta difícil evangelizar en aquellas tierras. 

Sin embargo, Dios no deja de bendecir y llamar a muchos hombres y mujeres del continente asiático a la fe de Cristo cuando Él quiere. Es el caso del Young Nihal, un habitante de Sri Lanka que estuvo a punto de hacerse monje budista, pero para el que Dios tenía un plan diferente: convertirse al catolicismo y ordenarse sacerdote con los padres camilos.

“No sé decir con exactitud qué me llevó al cristianismo desde el budismo –explica–, de alguna manera me siento elegido: instintivamente empecé a orar y la fe, como el amor, nace también sin explicación”.

Young Nihal nació hace medio siglo en Ragama, cerca de Colombo, en el seno de una familia budista muy pobre. Era el quinto de seis hermanos y su padre murió cuando él apenas contaba con sólo 12 años.

Nihal quiso ingresar en un monasterio budista aunque finalmente no lo hizo. Entonces su madre le pidió que fuera a trabajar a una familia como personal doméstico. Con ello podría mantenerse y apoyar a la maltrecha economía familiar. Lo cierto es que el Señor se valió de esto para acercarlo a la fe, pues a la familia en la que entró a trabajar era católica.

De aquella época, Nihal recuerda: “Tuve que trabajar duro y hacer el trabajo doméstico. Se me daba de todo”.

No obstante, cuando podía empezó a hacer amigos que también resultaron ser católicos y que acudían a la parroquia de San Maximiliano: “Me hice amigo de las familias, de los sacerdotes y hermanas, y de los niños de mi edad -explica. Esto fue lo que me atrajo a la Iglesia católica”.

“En aquellos momentos Dios obraba en mi vida, como en la conversión de santos como san Ignacio de Loyola, san Francisco Javier e incluso san Camilo”. Dios iba actuando en su vida, a pesar de la aversión al cristianismo que había en su ambiente.

El contacto era de amistad y él nunca pensó en hacerse católico, simplemente fue un encuentro con los católicos de la parroquia de San Maximiliano.

Pero enseguida comenzó a ir a Misa, participar en las celebraciones de Navidad, cantar villancicos… hasta que la familia para la que trabajaba le sugirió que se bautizara. Sin embargo: “Yo no sabía nada del cristianismo –explica Nihal-, así que tuve que aprender algo sobre la Iglesia Católica antes de aprender catecismo”.

Su conocimiento de los cristianos era muy escaso. En su pueblo natal los había, pero él pertenecía a una familia budista y no había tenido mayor interés en profundizar en su relación con ellos. De hecho no distinguía entre católicos, protestantes o, incluso, los evangélicos norteamericanos que acudían allí con mucho dinero. Dinero que facilita el proselitismo.

En cualquier caso, su contacto con cristianos le despertó la curiosidad y “a sentir bienestar cuando estaba entre aquellos muros. Después de algún tiempo me encontré, con estupor, rezando a la Virgen”.

Poco después tuvo que volver a su pueblo natal, en donde también había una parroquia católica, dedicada ésta a San Judas Tadeo. Allí encontró de nuevo un ambiente atractivo en donde fue haciendo amigos y participando en varias actividades parroquiales.

“Incluso me enviaron a estudiar al convento de las Hermanas de la Sagrada Familia durante seis o siete meses. No sabía nada del cristianismo pero recibí la posibilidad de comprender claramente la fe, el misterio del cristianismo”.


“Del cristianismo me atraía la belleza del perdón, la alegría de servir a los demás. En el budismo debes buscar solo tu salvación y no tienes garantías de obtenerla, mientras que para nosotros, los cristianos, la salvación es Jesús resucitado. En los momentos de dolor esto te ayuda a tener fuerza”.

Todo este descubrimiento, sin embargo, no era compartido por su familia, y quizá por eso mismo llegaría a valorar más esa presencia de Dios en su vida y la fuerza que de Él recibía. Quien más se opuso a la nueva vida fue su hermano mayor. Las comunidades budistas y católicas conviven juntas, hay respeto, pero también dificultades en la vida diaria.

Tras un tiempo de profundizar y formarse en la fe, Nihal acabó bautizándose, y escogió como nuevo nombre el de Maximiliano, en recuerdo de san Maximiliano Kolbe, el mártir de Auschwitz, y también el titular de la parroquia en la que comenzó a conocer el cristianismo.

Inmediatamente surgió en él la vocación sacerdotal. Dios se empeñó en ir hasta el final con Maximiliano. Pero como también sucede en estos casos, tampoco faltaron los problemas, concretamente de salud. Problemas que frenaron y que podrían haber echado por tierra todo lo recorrido.

Pero como cuando el Señor llama, llama. Así se encontró Maximiliano en Roma en 1992. En San Giovanni Rotondo conoció a los sacerdotes de la Orden de San Camilo (http://camilos.es), los Ministros de los enfermos, congregación fundada en 1582 por san Camilo de Lellis. Fue un “amor a primera vista”: conocerlos y decidirse.

Le impactó su entrega a los más necesitados, a los enfermos. Esa entrega tan difícil de encontrar y comprender hoy en día. Maximiliano se sintió “atraído por la cruz roja que llevan, por el símbolo de la completa dedicación a la asistencia de los enfermos”.

Ingresó en el seminario y como la cruz siempre está presente en el camino de quien ama y se entrega llegó una nueva prueba: tuvo un accidente que le supuso la pérdida de un ojo. Pero pasaron ocho años de estudios y en julio de 2004 se ordenó sacerdote.

El P. Maximiliano no olvidará cómo uno de los recuerdos más bello fue la celebración de su primera misa en Sri Lanka. Fue en la parroquia de su pueblo, en San Judas Tadeo. Acudió toda su familia, incluso su hermano mayor, que había sido el más contrario a su conversión. Igualmente estuvo presente el monje del templo local en un clima de fiesta y de armonía.


El sueño del P. Maximiliano es fundar en su país natal un centro asistencial para enfermos de sida: “Mi sueño es construir un hospital y un centro para enfermos de sida. Ya contamos con unas religiosas. Nuestro obispo y la madre superiora han dicho que sí, pero no sé qué ocurrirá finalmente. Creo que si se está unido a Dios se pueden hacer muchas cosas –confía: “Yo soy la vida, vosotros los sarmientos”. Si estoy unido a Él, los ‘sarmientos’ darán fruto. Quiero estar unido a Él y perderme en Él. Me gusta trabajar con los enfermos”.


“El sufrimiento no me ha faltado nunca –explica el P. Maximiliano-, pero en cierto momento, sin que yo sepa aún cómo ni por qué, hallé la alegría y la riqueza de la fe y del sacerdocio”. 

Por eso se siente muy a gusto en los camilos. El servicio de estos religiosos busca atender a enfermos de todo el mundo en la globalidad de su ser y se empeñan en la humanización de los servicios asistenciales y sanitarios para que los cuidadores pongan, como repetía San Camilo, “más corazón en las manos”. Su carisma se sintetiza en “cuidar y enseñar a cuidar”.