Millones de jóvenes fueron alistados y muchos perdieron la vida durante la II Guerra Mundial, un conflicto que marcó el siglo XX y que dejó naciones completamente devastadas. Uno de estos soldados fue Don Stoulil, que a sus 98 años es ya uno de los supervivientes vivos más veteranos.
Con tan sólo 22 años era piloto de un bombardero B-17 y participó en 31 peligrosas misiones en el frente de Europa sobre territorio enemigo y bajo fuego alemán. Mientras que muchos compañeros suyos eran derribados y otros tantos morían él siempre salía ileso. Ni una sola bala impactó en su cabina durante todos sus vuelos. Y no era únicamente por su pericia a los mandos de este pesado cuatrimotor sino por una protección extra que le acompañó cada vez que despegaba sus pies del suelo.
La reliquia que "protegería" su vida
En 1943 cuando Stoulil se preparaba para entrar en combate en el aeródromo británico de Molesworth conoció al capellán católico, el padre Edmund Skoner, que le regaló una reliquia de primer orden de Santa Teresita de Lisieux. Desde ese momento la “Pequeña Flor” fue siempre en un bolsillo de su uniforme.
Curiosamente, este veterano de guerra afirma que la reliquia de esta pequeña y frágil santa que vivió su vida en un convento y murió enferma siendo muy joven fue el mejor escudo que pudo tener y que ninguna ametralladora nazi pudo traspasar.
Haciendo suya la cita de San Pablo sobre que la fuerza se muestra en la debilidad, Stoulil confirma cómo esta santa le protegió de los temidos enemigos nazis.
"Ella nos cuidó"
De hecho, en una entrevista con The Catholic Sun, este veterano afirma que tras sobrevivir a estas 31 misiones en suelo europeo llegó a tener la certeza de que Santa Teresita estaba en todo momento a su lado vigilándolo y protegiéndolo. De hecho, en ocasiones escapó de la muerte por muy poco y vio con sus propios ojos caer aviones aliados tras ser abatidos. Nunca le tocó una bala ni nadie de las 10 personas de su tripulación falleció.
“Santa Teresa, oh ella nos cuidó, absolutamente”, afirma convencido este hombre de 98 años, que cree que “no estaría aquí si no fuera por Santa Teresita”.
Una devoción a propagar a todo su entorno
Tras la guerra, Don Stoulil se casó y tuvo cuatro hijos con su difunta esposa Shirley. Y desde ese momento, apasionado como estaba por esta santa y su propia experiencia en la guerra de saberse protegido por ella, mostró a todo su entorno y su comunidad esta devoción.
Tras décadas con esta reliquia, este veterano quiere que sus gracias no se queden sólo en él y ha querido donarla a su parroquia del Sagrado Corazón, después de que el párroco conociera la historia de boca de Stoulil.
"Gracias Teresa"
“Me sentí agradecido de que él quisiera que tuviéramos esa reliquia”, afirma el padre Bryan Pedersen. Actualmente, este antiguo piloto del B-17 vive precisamente en una instalación de New Hope, Minnesota, llamada “Santa Teresa de Nueva Esperanza”, y dos veces por semana puede ir a rezar a una pequeña capilla dedicada a la santa llamada “Pequeña Flor”. Allí va a misa y luego da gracias a esta gran intercesora.
“Voy allí y le digo: ‘Gracias Teresa 31 veces’. Ella me ayudó a superar esas 31 misiones sin un rasguño. Hubo algunos momentos duros, duros, duros”.
Su sueño de ser piloto
Stoulil se cruzó con esta reliquia mientras perseguía el sueño de su infancia de convertirse en piloto. Tenía lo que él llama ‘un romance con las nubes’. Tras graduarse en la escuela secundaria en 1938 se alistó en la Guardia Nacional del Ejército en 1940 con la esperanza de convertirse en piloto.
Tras el ataque a Pearl Harbor fue enviado al ejército regular y desde su destino veía despegar a los B-17. Entonces se terminó de convencer de que quería ser piloto y además de esos enormes aviones.
Tras pasar unos meses en Alaska no perdió la esperanza. “Tenía mi corazón en el aire, quería hacer eso más que cualquier otra cosa en el mundo”. Finalmente, con la ayuda de un oficial pudo entrar en la academia de cadetes de aviación y tras elegir ser piloto de bombarderos fue asignado al 303º Grupo de Bombas de Molesworth. Y fue allí donde conoció al capellán que le dio el mejor escudo posible: a Santa Teresita del Niño Jesús.