El cardenal estadounidense Sean O´Malley, arzobispo de Boston, aparece en las quinielas como uno de los favoritos para suceder a Benedicto XVI. En Norteamérica aparece tras  los cardenales Ouellet y Dolan, en un discreto segundo plano, donde siempre le ha gustado estar.

 
En los análisis sobre este fraile capuchino se destaca, y con razón, su ejemplar actuación en los escándalos de los abusos sexuales de algunos sacerdotes. Así lo vio y valoró la Santa Sede, que le ha ido trasladando a Diócesis gravemente salpicadas por estos hechos y que ha ido solventando hasta llegar a Boston, epicentro de este problema. Allí se ha ganado a propios y extraños con su buen hacer y sin ceder en los valores no negociables.
 
Por todo esto, O´Malley es conocido, valorado y analizado durante estos días por su firmeza en estos casos de abusos. Pero su valía va mucho más allá. Su gran implicación en la causa provida, su cercana atención a los fieles o su agudo sentido del humor son sólo algunos aspectos más de este cardenal. Pero lo que es menos conocido y de lo que se habla más bien poco es de su amor a los latinoamericanos y a lo español. De hecho, ha dedicado buena parte de su vida sacerdotal a la atención de los iberoamericanos que emigraron a Estados Unidos. Ha sido testigo de su brutal crecimiento, del papel que juegan en la Iglesia en EEUU y sobre todo de sus sufrimientos y desarraigo.
 
Este cardenal estadounidense de orígenes irlandeses considera vital para su vida sacerdotal la devoción y la vivencia de la fe de los pueblos hispanos. “Tuve el privilegio de trabajar allí durante veinte años, lo que yo llamo la luna de miel de mi sacerdocio y mi vida como religioso. La fe, la alegría, el sentido de celebración, la centralidad de la familia y la comunidad, el sentido de generosidad y sacrificio, la religiosidad popular y la piedad mariana enriquecieron ciertamente mi vida y mi vocación”, contó monseñor O´Malley durante el congreso Ecclesia in América.
 
Su vocación siempre ha sido de servicio al otro. Su lema episcopal así lo dice: “Haced lo que Él os diga”. Y ya como fraile capuchino quiso obedecer a la llamada del Señor a través de su Iglesia.  Lo hizo tras el llamamiento de Juan XXIII, que pedía a la Iglesia de EEUU y Canadá el “diezmo”. Es decir, que enviarán el diez por ciento de sus sacerdotes a Latinoamérica. “Aunque yo era sólo un joven seminarista, sentía que el Santo Padre me estaba hablando a mí, y comencé a prepararme para el día que pudiera ir a trabajar a Latinoamérica” así que aprendió español a la perfección. En ese tiempo también estudió alemán, portugués, hebreo y griego.
 
Sin embargo, su estrecha vinculación al mundo iberoamericano es aún mucho mayor. En la Universidad Católica de Estados Unidos se doctoró en literatura española y portuguesa y pudo estudiar a los místicos españoles.



Cuando recibió la ordenación diaconal recibió una carta del padre general pidiendo que cuando fuera ordenado sacerdote iría a la Isla de Pascua a acompañar a un capuchino alemán que llevaba allí 40 años. Pero los planes del Señor eran otros. El arzobispo de Washington le requirió para su Diócesis puesto que sólo tenían allí un sacerdote que hablase español y quería que el hermano Sean se encargase de la creciente comunidad hispana en la capital de EEUU.
 
Fue en ese momento cuando se convirtió en el director del Centro Católico Hispano, “en el que tratábamos de cubrir las necesidades pastorales y materiales de miles de refugiados que huían de las guerras de América Central”. Veinte años estuvo dedicados a ellos llegando  a ser incluso vicario episcopal de la Archidiócesis de Washington para las comunidades hispanas, portuguesas y haitianas.
 
Con respecto  a esto el cardenal O´Malley cuenta una historia que refleja lo que se vivía en esos años. “Durante mi primera semana en el Centro Católico Hispano, tuve una experiencia que nunca olvidaré”, cuenta 30 años después. Un campesino salvadoreño entró al centro y pidió ver al sacerdote. Le mostró una carta y rompió  a llorar amargamente.  Era un papel de su mujer, que le acusaba de haberla abandonado a ella y a sus seis hijos. Que se morían de hambre esperando que les enviase dinero desde EEUU.
 
Este hombre trabajaba de sol a sol, compartía habitación con otros diez salvadoreños y comía los restos de los platos sucios para no gastar dinero en comida y poder enviar todo  a la familia. “Me dijo que cada semana ponía todo el dinero que había ganado en un sobre  y se lo enviaba fielmente a su esposa, pero que hasta ahora, seis meses más tarde, ella no había recibido ninguna de sus cartas”. Le preguntó cómo hacía el envío y este campesino explicó que metía el dinero en un sobre, ponía los sellos necesarios y después lo echaba “en ese buzón de correos de la esquina”.
 
Al escuchar esto, O´Malley se asomó por la ventana para ver el buzón de correos azul. “El problema –cuenta- era que no se trataba de un buzón de correos, sino que era un original cubo de basura”. Por ello,  el cardenal arzobispo de Boston afirma que “el triste episodio me hizo ver claro lo difícil que es ser un extranjero en tierra extraña, donde no hablas la lengua, ni conoces las costumbres, donde todo es nuevo y diferente y donde todo el ambiente puede ser muy hostil”. Nunca olvidó ese hecho y por ello ha tenido una especial atención a los inmigrantes iberoamericanos.
 
El cardenal O´Malley tiene un gran sentido del humor y no es difícil escucharle contar anécdotas de su propia vida en intervenciones u homilías. Entre ellas hay una que destaca y donde pagó la “novatada” una vez ordenado.
 
Poco después de salir del seminario fue nombrado capellán de una cárcel: “yo estaba muy nervioso. No sabía qué decir  por lo que agarré un libro que se llamaba ‘Como escribir un sermón’ y que decía que hablara a los horizontes de los oyentes”. Este pasaje le inspiró  para hablar a los presos de las grandes escapatorias bíblicas como la de Daniel, San Pedro o San Pablo. Evidentemente consiguió la atención total y absoluta de los presos durante la homilía. Y claro él se fue muy contento y satisfecho a casa. Pero el problema fue cuando a la mañana siguiente le llamaron más que enfadados y le contaron que se habían escapado seis reclusos durante la noche.
 
Sean O´Malley es un pastor que como ha quedado acreditado conoce la realidad de los más pobres y también de la cultura iberoamericana. Para más inri, fue obispo en las Islas Vírgenes en el Caribe y ha tenido que bailar con la más fea en diócesis podridas por los casos de abusos. Un obispo forjado en la adversidad, plenamente fiel al Magisterio, querido por sus fieles y cercano con sus problemas. Y además, consciente de los problemas y los retos de este mundo. Y también papable.
 
Puede leer aquí la conferencia íntegra del cardenal O´Malley en Ecclesia in América en la que además habla de los desafíos y problemas de la Iglesia en el mundo de hoy.