nació en 1984 en North Star (Ohio), un pueblo de 250 habitantes donde todos son católicos. Así que cuando le preguntan si acudió a una escuela católica dice "no, pero sí", porque en el colegio público donde estudió todos lo eran.
Hoy es una estrella del béisbol, un bien considerado pitcher (lanza y batea) de los Washington Nationals que ha tenido en 2012 su mejor año como profesional. Pero sigue enraizado en su comunidad natal, como confiesa a Trent Beattie para el National Catholic Register, porque valora los beneficios de la vida rural: "Cuando traigo a mis amigos de fuera, dicen que es como vivir en los años 50, pero con tecnología. Tenemos ordenadores y todo eso, pero no son lo principal, sino instrumentos para utilizar cuando sea necesario. Nos centramos más en la familia y en los amigos que en los gadgets de última generación. Esta perspectiva te mantiene asentado en la realidad".
"En una comunidad de ese tamaño", añade, "hay más silencio, sencillez y responsabilidad. Se reducen mucho el ruido y los asuntos extraños que prevalecen hoy. Tienes a tus vecinos cerca y dependes de ellos". De ahí que añore su infancia y lo que aprendió en ella: "Es un entorno para crecer basado en los valores, y también en la humildad. Se te enseña a trabajar duro, pero no para sobresalir sobre los demás. Te preocupa más cumplir con tu deber y hacer bien tu trabajo por respeto a ti mismo y para contribuir a la comunidad".
En ese ambiente tan vinculado y tradicional hizo sus primeros lanzamientos: "Jugábamos al béisbol como una familia entera. Tengo una familia grande, y con todo el campo a disposición para nosotros era fácil jugar. Practicaba casi todos los días con mi mejor amigo, podíamos estar lanzando la bola durante horas y hablando de jugar un día en la liga profesional. Era un sueño que he recibido la bendición de vivir".
Efectivamente, Craig fue seleccionado en 2005 cuando estaba estudiando en la Universidad de Dayton. Fue entonces cuando compartió públicamente su fe católica, algo que le ayudó a situar en su vida las prioridades.
Y también contribuyó una visita que hizo a hospitales de veteranos de guerra e incluso a Afganistán y otros lugares donde están desplegadas tropas norteamericanas: "Su sacrificio hace posible la vida civil que aquí damos por hecha. Quise hacer algo más que darles las gracias por su servicio a nuestro país y por lo que han dado por nosotros. Ver a nuestros soldados de cerca, ver cómo abandonan durante meses las comodidades del hogar para acudir a lugares lejanos sin muchas de las cosas que aquí consideramos necesarias, incrementó el respeto que ya tenía por ellos. Mi vida diaria es tan fácil y simple comparada con la que llevan los soldados... Me pagan por jugar al béisbol, ¿de qué me puedo quejar?".
Stammen no muestra hacia sus deberes con Dios menos seriedad que hacia sus deberes comunitarios: "Cuando era pequeño, el catolicismo y el béisbol era cosas separadas en mi vida. Aunque ambas eran importantes para mí, tenía claro que ser católico era lo principal y el béisbol viene después. Esto era y sigue siendo cierto, pero luego he aprendido a integrarlos".
Fue durante su periplo universitario estudiando administración de empresas y compitiendo en el ámbito académico: "Al mismo tiempo que tienes que trabajar duro para jugar lo mejor que puedas, tienes que ponerlo todo en manos de Dios. Tú haces tu parte, y luego Dios decide qué es lo mejor para ti. Comprender esto me ayudó mucho en el juego. Antes jugaba por mis compañeros y por la institución, y eso era bueno, pero ahora juego por Dios, que es aún mejor. Eso te da unas miras más anchas y te quita presión. No puedes disfrutar a tope ni jugar al cien por cien de tu capacidad sin reconocer en primer lugar al Dios que lo hizo todo posible".
Aquel año de 2005, Craig acudió a unos ejercicios espirituales donde tuvo que dar testimonio: "Fue un gran paso para mí porque nunca había compartido mi fe de esa forma. Había hablado de ello con mi familia y amigos, pero era la primera vez que lo hacía ante extraños".
Y eso cambió su perspectiva: "Desde ese retiro, supe que tenía que vivir según lo que sabía que era verdad. Tenía que esforzarme por andar el camino, sabiendo que se esperaban de mí ciertas cosas. Puesto que pertenecía a Cristo, no podía seguir viviendo para mí mismo, sino para Él, que había muerto por mí. No se trataba sólo de escuchar la verdad y compartirla, sino de vivirla realmente".
"Eso suena a San Pablo", le dice su entrevistador, y Stammen asiente: "Es mi santo favorito, siempre que en el colegio hacíamos trabajos sobre la Biblia yo elegía algo sobre él. Intento que sea mi modelo en la medida de mis limitaciones. Vivimos épocas muy diferentes, pero nuestro objetivo de permanecer fieles hasta llegar al cielo es el mismo".
Lo que Craig aprecia más de la Iglesia es "la sistematicidad de sus enseñanzas y de la vida sacramental. Recibes lo que se ha transmitido desde los Apóstoles. Nuestra Iglesia vuelve siempre a ellos, a Cristo mismo".
"Y esto se manifiesta de la manera más obvia en la misa", añade: "Me encantan el orden y la estructura de la misa, los papeles específicos del sacerdote y del pueblo, la lectura de la Palabra de Dios, y cómo el mismo Verbo Eterno se hace presente en la eucaristía. ¡Esa combinación es indestructible!".
La madre de Craig les leía la Biblia mientras desayunaban y a él le entusiasmaba otra metáfora paulina, la de la "armadura de Dios": "Cuando ella insistía en el escudo de la fe, el casco de la salvación, y nos imaginábamos poniéndolos para afrontar con ellos los desafíos del día".
Luego, más que imaginarlos, los fabricaron, y con el paso de los años iban agregando cosas a la armadura que se ponían en un último juego antes de ir al colegio. Tanto, que cada vez les costaba más quitársela para llegar a tiempo al autobús: "Todavía me preparo espiritualmente por las mañanas, pero me aseguro de no llegar tarde a los lanzamientos por ello", bromea.