Marc Ouellet aparece en todas las quinielas como uno de los grandes favoritos para suceder a Benedicto XVI, del que fue un íntimo colaborador y del que ha recibido gran estima desde que fue llamado desde la secularizada Quebec para ser prefecto de la importantísima Congregación de los Obispos.
 
Sin duda, el cardenal canadiense es actualmente uno de los pesos pesados de la Iglesia Católica. Ha sido en estos últimos años parte del círculo más cercano del Papa y presentó su libro ‘Jesús de Nazareth, De la entrada en Jerusalén a la Resurrección’ en la Sala de Prensa de la Santa Sede. Fue el Legado de Benedicto XVI en el Congreso Eucarístico Internacional en Dublín o en la ostensión de la Sagrada Túnica de Jesús en Alemania, entre muchos otros actos importantes que ha presidido. Todos ellos, gestos que fueron mostrando al mundo y a sus compañeros en el Episcopado la confianza del Pontífice en él.
 
Sin embargo, Ouellet nunca ha olvidado sus orígenes y sus años como misionero en Latinoamérica. Años que ayudaron a forjar lo que es hoy en día. Su amor a América es indudable y hay una anécdota que retrata a la perfección la sencillez de este Príncipe de la Iglesia.
 
Ocurrió ya siendo cardenal. Estaba en Perú realizando una visita. Tras cumplir con todos sus compromisos protocolarios, el cardenal Ouellet quería evocar aquellos momentos que vivió en el pasado.
 
Por ello, el cardenal canadiense se fue a una misión en la selva a cientos de kilómetros de donde estaba en ese momento. Y lo hizo como si se tratara de una persona cualquiera. Sin coche privado ni secretario ni chófer. Así se presentó a visitar a una congregación de religiosas a las que conocía tras su paso por Quebec.
 
Una vez en la misión, el cardenal Ouellet compartió recuerdos y conversación con las religiosas y se alargó hasta la hora de la cena. Una vez cenaron el prefecto de la Congregación de Obispos se percató de que la choza de las religiosas era muy pequeña y no había habitación para él.
 
Por ello, el cardenal pidió retirarse a orar a la otra choza, la que sirve a las religiosas como capilla. Allí rezó hasta que el sueño le venció y se quedó dormido en el suelo de la capilla.
 
Cuando amanecía llegó el misionero que debía celebrar la Eucaristía para las religiosas. Y cual fue el susto que se llevó cuando entró a la caseta que hacía de capilla y se encontró a un hombre mayor dormido en el suelo.
 
Rápidamente, este misionero fue corriendo a las religiosas para alertarlas de que había un hombre dormido en la capilla. Éstas le tranquilizaron y le contaron, para enorme sorpresa, que aquel señor que estaba en esa choza era ni más ni menos que un cardenal de la Iglesia Católica, y para más inri, el prefecto de la Congregación de los Obispos.
 
Tras esta aclaración, el misionero entre atónito y nervioso, se presentó a Ouellet y le ofreció concelebrar la Eucaristía con él, a lo que el cardenal aceptó gustoso. Ambos celebraron la misa con las religiosas, con sencillez pero con una profunda devoción.
 

Esta anécdota muestra la sencillez de un cardenal que además de un gran experto en teología y un acreditado pastor es también un misionero. Lo fue y lo es. Y quedó acreditado por su amor a Latinoamérica, donde ha estado sirviendo muchos años. De hecho, actualmente es presidente de la Pontifica Comisión para América Latina.
 
Tras ser ordenado sacerdote en el controvertido 1968 el ser enviado a Colombia a enseñar en el Seminario de Bogotá concretó aún más su vocación y entró en la Compañía de los Sacerdotes de San Sulpicio, conocidos como sulpicianos. Entre los 70 y los 80 siguió trabajando en Colombia donde pudo conocer de primera mano la realidad latinoamericana y la lengua española. Continente que nunca ha olvidado. En su opinión, “sigue siendo para la Iglesia el continente de la esperanza” donde ve igualmente un “nuevo impulso para la misión”.
 
Estos son algunos motivos que hacen que Marc Ouellet esté en la primera fila para suceder a Benedicto XVI. Norteamericano con corazón latinoamericano. Gobernó una gran diócesis como la de Quebec y ahora uno de los dicasterios vaticanos más importantes, formando parte además del selecto grupo de alumnos de Ratzinger junto a Scola o Schönborn. Y todo ello sin olvidar su pasado misionero.
 
Cuando fue nombrado prefecto de la Congregación de Obispos fue entrevistado y le preguntaron como debía ser un obispo. Y su respuesta, de lo más clara, también muestra como debería ser el próximo Papa, también obispo de Roma.
 
“Debe ser un hombre firme: lo más importante es la fe del pastor. Debe ser un hombre preparado intelectualmente, capaz no solo sólo de predicar la fe sino también de defenderla. Este es un rasgo que San Pablo subraya cuando habla de los obispos. Pienso que necesitamos hombres valientes. En la cultura se ven menos valores cristianos y los medios de comunicación son a veces muy críticos con la Iglesia. Por lo tanto, se necesita coraje para afrontar estos ataques y para proteger a los fieles de todas estas corrientes anticristianas así como para hacerles mantener la fe”.
 
¿Cómo encontrar buenos obispos? Él lo tiene claro y habla desde el origen: “la familia es la clave para el futuro de la evangelización. Hoy existe la crisis antropológica: la ausencia de Dios hace desaparecer también el sentido del hombre. Por lo tanto, es necesario reencontrar la identidad del hombre. Tal identidad está siempre en relación con los otros y las relaciones fundamentales son las relaciones familiares. Es necesario redescubrir la gracia de Dios en el sacramento del matrimonio, es la clave para el futuro. De familias nuevas y generosas nacen vocaciones”.