Xavier Goulard es hoy a sus 61 años compositor, actor y también director. También se siente un hombre nuevo desde que experimentó una conversión espiritual e incluso una sanación física. Con una vida marcada por el sufrimiento desde que era apenas un niño, este francés buscó consuelo y alivio en medicinas de todo tipo, terapias y religiones orientales, el psicoanálisis hasta llegar a la masonería.
Pero la música y su mujer fueron los instrumentos que le acabaron llevando a Dios, y curiosamente gracias a un libro de un monje ortodoxo acabaría llegando a la Iglesia Católica. En ella encontró la paz, el poder de perdonar a sus padres y hasta la curación a sus dolores en una oración de sanación.
“Mi casa era un infierno”, cuenta Xavier Goulard acerca de su infancia. Él y sus dos hermanos crecieron entre palizas y golpes por parte de sus padres. Una vida de maltrato que dejó grandes secuelas en el durante más de 40 años, con unos dolores terribles de difícil explicación.
Durante décadas para aliviarlo intentó de todo: medicinas de todo tipo, alternativas exóticas, espiritualidades orientales… pero las crisis siempre volvían. A ello se unía igualmente un dolor psíquico terrible y el crecer sin ser amado.
Xavier Goulard con su mujer y su hija
Pero durante su infancia en el “infierno” él no paraba de buscar una luz. Pese a todos los problemas con los que creció, incluso en el aprendizaje, se vio que estaba dotado especialmente para la música. Esto precisamente le dio vida. “Sentí que esta búsqueda de la belleza sería la contraparte de lo que estaba experimentando desde el infierno”, cuenta acerca de la música.
De hecho, se propuso componer un réquiem a los 13 años. Todavía recuerda escuchar en su infancia las liturgias ortodoxas en su pequeña grabadora donde soñaba con convertirse en compositor y director.
Con la música quería transformar la fealdad que rodeaba su existencia entre paliza y paliza en la belleza que proporciona la música. Y estaba convencido de que Dios se escondía detrás de las notas que componía o las obras que escuchaba.
“Sabía que Él estaba allí, a quien llamaba Señor, y sabía que Él me amaba. Me faltaba el amor que un niño puede esperar legítimamente de sus padres, pero la verdad es que nunca me ha faltado el amor de Dios. Dios tenía que saber que si no se me revelaba a través de su amor, moriría. Habría muerto de desamor. Siempre se me reveló cuando lo necesitaba”, afirma ahora que tiene 61 años.
El joven Xavier acabaría estudiando en el Conservatorio Nacional Superior de Música de París, pasó por el Cours Florent… Esto le alimentaba, mientras por otro lado buscaba desesperadamente ayuda con el yoga y otros tipos de espiritualidades hasta llegar a una logia masónica.
Pero entonces llegó la ayuda del otro pilar de esta historia: su mujer. Un día ella le dio un libro escrito por un monje ortodoxo. Seducido por estos textos estaba dispuesto a convertirse en ortodoxo. Pero entonces, una voz interior le instó a ir a la iglesia católica parisina de Saint-Gervais. “De repente, me vi como el pequeño niño que antes de ir a clase iba a misa para recibir la Eucaristía, pues sabía que ‘mi Señor’, como lo llamaba, era Él”, recuerda sobre aquel momento.
Así fue como este francmasón fue poco a poco siendo más católico mientras necesitó un poco de tiempo para ir rompiendo el compromiso con su logia.
Mientras tanto, llegó un proceso de curación interno, y se fue dejando sanar por Dios Padre, cuando precisamente este francés llegaba tan herido por su padre terreno.
Finalmente acabaría recibiendo la unción de los enfermos y también una oración de liberación. Así, después de cuarenta y cinco años de sufrimiento, los dolores llegaron definitivamente a su fin. “Más que curado, fui salvado”, asegura. Esto ocurrió cuando tenía 48 años y por fin terminó y grabó su Réquiem.
Pero todo este proceso debía ir unido con el perdón a sus padres. Les ha perdonado todo el dolor que le causaron. “Desde un punto de vista humano, el perdón es un camino. Empieza cuando realmente te das cuenta del daño que te han hecho, a pesar de que desencadena el odio. El perdón debe ver el daño que se ha hecho”, insiste. "Entonces hay que cuidarse psíquica, física y espiritualmente para no sufrir las consecuencias de esta enfermedad". El tercer paso, prosigue, “una vez que se ha encontrado un poco de paz, es ir al otro para ofrecerle la oportunidad de pedir perdón. Finalmente, el perdón final es la misericordia recibida de Cristo. Y recibí esta gracia", concluye.
Comprometido hoy con su esposa con la Orden de los Carmelitas Descalzos, Xavier Goulard puede abandonarse, sin miedo, en los brazos del Padre.