Hace treinta años, el 9 de septiembre de 1990, el sacerdote ortodoxo Alexander Men (1935-1990), una prominente figura espiritual en la Unión Soviética, fue asesinado a hachazos cuando se dirigía a su iglesia.
Para saber más sobre esta destacada personalidad y su vida bajo la persecución comunista, Marie-Lucile Kubacki ha entrevistado en La Vie a Yves Hamant, gran amigo del padre Men durante veinte años y autor en el año 2000 de una biografía suya. Hamant fue agregado cultural en la embajada de Francia en Moscú entre 1974 y 1979 y primer traductor del Archipiélago Gulag de Alexander Solzhenitsyn.
-¿Recuerda cuándo supo de la muerte del sacerdote ortodoxo Alexander Men ?
-Desde luego, fue un gran shock. Unos amigos franceses que estaban en Moscú me llamaron. No pude ir a su entierro, que se celebró enseguida, pero pude ir al funeral que se celebró a los nueve días. Para muchos de mis amigos el mundo se derrumbó. Pero muchos lo superaron y recuperaron su valor. La frase de Jesús: «Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto» (Jn 12,24) reveló ser cierta en esas circunstancias. Porque si bien es verdad que la influencia del padre Alexander Men es difícilmente mensurable por lo difundida que está, también es muy real.
-¿Cómo conoció a Alexander Men y qué recuerdo tiene de él?
-Le conocí a través de una francesa de origen ruso, Assia Douroff, que trabajaba en la embajada de Francia en los años 60. Debido a su dominio total del ruso, su lengua materna, su doble cultura rusa y francesa y su pertenencia tanto al catolicismo como a la ortodoxia, había conocido a un grupo de jóvenes, los primeros hijos espirituales del padre Alexander Men, que entonces tenía unos 30 años.
»En los años 70, estando de paso en Moscú, pasé unos días en su casa y me habló del padre Men. Fui a conocerlo, lo más discretamente posible, a la parroquia en la que acababa de instalarse. Me recibió con gran bondad y alegría. A partir de ese día, cada vez que iba a verle tomaba muchas precauciones para no causarle problemas. Cogía el tren, el autobús, buscaba el modo de llegar sin preguntar a nadie. Cuando llegaba a su parroquia sentía una gran tranquilidad, el estrés desaparecía. Nunca he olvidado su alegría radiante, es lo que conservo de él.
-¿Qué tipo de sacerdote era?
-Era, ante todo, el pastor de los intelectuales soviéticos que, a finales de los 60 y en los 70, estaban en búsqueda, no había nada que les convencía de la ideología soviética, totalmente muerta; en él tenían a un interlocutor capaz de hablar de ciencia, cine, literatura, pero que, al mismo tiempo, era capaz de hablar con todo el mundo, como con las abuelitas, las babushkas de su iglesia.
»Era una persona muy abierta y todos los que lo conocían tenían la impresión de ser su mejor amigo. Al final, nos dimos cuenta de que el padre Men tenían ¡numerosos mejores amigos! Era profundamente empático.
-Prestaba mucha atención a la inculturación, a la necesidad de hablar a la sociedad en su lenguaje. Pero, ¿con qué lenguaje podía hablar a la sociedad soviética, aplastada por años de ideología totalitaria?
-Su entrada en la cultura soviética fue la ciencia. Los soviéticos se formaron en el cientificismo, que él utilizaba para establecer relaciones, algo fácil para alguien que, además, era un verdadero científico. En una ocasión escribió que le hubiera gustado ser investigador y sacerdote, como Pierre Teilhard de Chardin...
-Su madre era una judía no practicante. ¿Cómo pasó la familia a la ortodoxia? ¿Y cómo asumía sus raíces judías?
-Su madre era de origen judío, de una familia judía no practicante y, además, criada en el ateísmo. Descubrió a Cristo en su adolescencia, un poco por causalidad, pero el problema era que en Rusia el antisemitismo estaba muy difundido en la Iglesia ortodoxa. Para un judío ruso, convertirse en ortodoxo era una verdadera traición. Las cosas cambiaron tras la revolución porque los ortodoxos empezaron a ser perseguidos.
»Su madre, antes de que él naciera, conoció a un monje ortodoxo que vivía escondido y con el que estableció una correspondencia secreta, gracias a lo cual dio el paso. Y cuando pudo, hizo bautizar a su hijo en las catacumbas. El padre Alexander siempre asumió esta doble pertenencia a Cristo y al pueblo elegido, y consideraba que era una doble responsabilidad.
-¿Cuál es su principal aportación teológica?
-Durante un cierto tiempo, en Occidente, se consideró a Alexander Men como un sacerdote audaz, valiente, cuyo ministerio estaba condicionado por el contexto soviético y, en especial, la ausencia de libertad religiosa. Pero ahora podemos hacer una lectura diferente, mucho más actual. Para mí, es un pastor para tiempos de secularización, un pastor que responde a todos los desafíos planteados por la secularización porque vivió y ejerció su ministerio en un mundo marcado por el máximo secularismo. Esta es la razón por la que me parece muy actual, y en línea con muchas cuestiones que, hoy en día, inquietan a muchos católicos.
»En el fondo, él aporta respuestas a cuestiones planteadas por teólogos como Christoph Theobald, en Urgences pastorales por ejemplo, como el hecho de que no nos podemos apoyar sobre un sustrato cultural cristiano, que ha desaparecido. Su convicción era que hay que buscar a las personas en su cultura, tal como es. No hay en él nostalgia de ningún tipo: siempre ponía en guardia contra la nostalgia y contra la tentación de los conversos ortodoxos de huir del mundo y vivir como emigrados del interior. Evidentemente, en ese mundo soviético tan hostil y anticristiano, los neoconversos podían sentir la tentación de refugiarse en un mundo interior, aislándose en él. Sabía que había que protegerse, pero no con puertas herméticas. Creo que es la gran lección que nos ha dejado.
»También insistía en el hecho de que el cristianismo no es, ante todo, una doctrina, un dogma, una moral, sino Jesucristo que vive en nosotros... La moral, claro, existe, pero es secundaria. El otro aspecto de su enseñanza es la dinámica de la buena nueva y del Reino por venir. Para él, la salvación se construye aquí abajo, no es un acontecimiento que se produce al final del tiempo, sino que es un proceso, y el juicio de Dios tiene lugar aquí y desde ahora.
-«El cristianismo no hace más que empezar», por citar sus propias palabras...
-Sí, es así. ¡Es impresionante! Mientras nosotros nos preguntamos cómo ser cristianos en un mundo que ha dejado de serlo, él era ajeno a esta nostalgia. Esta fórmula, «el cristianismo no hace más que empezar», es impactante y tuvo mucho eco.
»Al mismo tiempo resume en gran parte su ministerio y su enseñanza. Esta misma reflexión la prolonga, bajo una forma sin duda más radical, el dominico Dominique Collin en Le christianisme n'existe pas encore [El cristianismo todavía no existe].
-¿Cómo explica su compromiso ecuménico?
-Lo desarrolló a partir de sus lecturas, sobre todo la obra del filósofo Vladimir Soloviev, los diversos encuentros que tuvo, el descubrimiento de la personalidad de Juan XXIII; es, ante todo, la culminación de una reflexión, de un camino personal.
-Su muerte no se ha esclarecido. ¿Cuál es la tesis más probable?
-La más probable es la del KGB al más alto nivel. Toda su vida estuvo estrechamente vigilado por el KGB, que intentó en varias ocasiones internarlo en un gulag. Y de repente, cuando llega la perestroïka, sale a la luz, da múltiples conferencias, habla en la radio y la televisión. Ciertamente, debió parecer insoportable...
-¿Cuál es su legado, hoy, en Rusia? ¿Tiene hijos espirituales?
-Sí, ¡hijos que envejecen! Pero también hay muchas personas que descubren su personalidad. Hay películas sobre él, se organizan encuentros sobre su persona. El 9 de septiembre, el director de orquesta Vladimir Spivakov dio un gran concierto en Moscú, y la sala de conciertos, que había cerrado a causa del Covid-19, volvió a abrir para esta ocasión.
También están sus libros, algunos de los cuales han sido reeditados, en particular su obra Jesús, el Maestro de Nazaret, del que se han vendido millones de ejemplares. Para muchas personas, este libro ha significado su entrada en al Evangelio. Y además están sus ideas... El clero ortodoxo, que antes era mayoritariamente hostil a su persona porque le consideraban un criptocatólico, sionista, modernista y mucho más, comprendió que había sido difamado y empezó a interesarse por él. Poco a poco, la Iglesia oficial se apropió de él. En treinta años, las cosas han progresado y ahora está presente en la memoria colectiva.
Traducido por Elena Faccia Serrano.