«Me llamo Pasquale y soy de la primera comunidad neocatecumenal de la cárcel de Poggioreale, Nápoles», comienza el testimonio extraído del libro «En la cárcel, pero libres» y que ha querido compartir a través de las redes sociales. Un testimonio de fuerte conversión a través de las catequesis del Camino Neocatecumenal. «Fui a escucharlas sólo por asuntos personales, quería meterme en el bolsillo al sacerdote porque ya llevaba ocho meses en la cárcel y pensaba que él podía hacerme salir de allí», reconoce. Sin embargo, sin que Pasquale contara con ello, Dios quiso encontrarse con él, y de qué forma. Su historia es de las que no dejan indiferente.
Eran unos ochenta presos los que acudían a escuchar las catequesis. «Hablaban de este Camino Neocatecumenal, hablaban de este español, de este Kiko, hablaban de la Virgen María, pero a mí personalmente no me importaba absolutamente nada porque sólo pensaba en salir de la cárcel», explica Pasquale. Pensaba en todo lo que haría fuera, pensaba que al salir tendría que vender droga, pensaba robar a la gente para sacarles dinero, «incluso estaba pensando en meterme en algún clan camorrista porque quería vengarme de todas las maldades que había recibido», asegura.
Los catequistas aseguraban en la predicación que el Señor libra a la persona de sus esclavitudes, aunque Pasquale, sinceramente hablando, no se lo creía, y se decía: «No son más que chorradas, ¿qué quieren estos pelmas? Ellos ahora se van a casa, mientras que nosotros estamos encerrados aquí dentro y nos vienen a decir todas estas chorradas... ¡qué me importa!».
«Pero durante las catequesis estaba naciendo algo dentro de mí, cada catequesis que escuchaba me hacía estar clavado en la silla, ya no era capaz de oír la voz de mis amigos, el Señor quería hacer nacer algo dentro de mí, pero yo todavía no quería aceptar esa realidad», admite. Los amigos de Pasquale en la cárcel le insultaban y le preguntaban por qué continuaba escuchando esas «bobadas», pero el Señor seguía haciendo su obra. «Él sabía que yo tenía necesidad de Él, porque en la cárcel es difícil escuchar la Palabra de Dios, allí todos piensan que ir a la iglesia es una vergüenza». Es más, el primero que lo pensaba era el propio Pasquale. No había hecho la Primera Comunión ni se había confesado jamás: «Es más, los curas y las monjas me eran todos antipáticos e incluso llegué a robarles».
Durante la celebración penitencial que se realiza durante el tiempo de las catequesis, Pasqual tenía miedo. Miedo de ser juzgado, de la propia vergüenza al confesar todo lo que había hecho. Pero algo sucedió dentro de él, porque sin darse cuenta se encontró delante del sacerdote para confesarse por primera vez en su vida. Y por primera vez, también sintió el amor de Dios hacia él, un amor que pasaba por encima de todos sus pecados y los perdonaba: «Yo pensaba que mi vida ya no valía nada y que estaba acabada, porque a mí siempre me juzgaron los tribunales y siempre me condenaban a volver a la cárcel. Pero en aquella penitencial vi que, a pesar de todas las maldades y todo el mal que había hecho a la gente, incluso vendiendo droga a chavales inocentes... El Señor me perdonó, y comprendí que había un Dios que no me condenaba», asegura feliz.
Poco a poco, Pasquale se dio cuenta de que, cuando saliera de la cárcel lo más importante sería su familia, no el dinero. «Yo pensaba que el dinero lo era todo para mí, pero el Señor me hizo entender que tenía que trabajar y que no debía robar ni vender droga». Lo más bonito, según cuenta el mismo, era cuando su mujer venía a visitarle y él le hablaba de las catequesis. Ella le notaba muy cambiado, pero pensaba que estaba loco: «Yo le decía que, cuando saliera de la cárcel, haría la Primera Comunión y después la llevaría a la Iglesia y me casaría con ella, pero ella no se lo creía». Pasquale ya no pasaba día y noche pensando en cómo salir de la cárcel, y cuando el juez le dio por primera vez ocho días de permiso, fue algo diferente. «Jesucristo me estaba haciendo salir de una esclavitud de la que nunca nadie pudo hacerme salir, de la esclavitud de la droga. Los ocho días de permiso los pasé en casa con mi mujer y mis dos hijos, fueron preciosos y muy distintos a las otras veces. Antes no me importaba nada estar en casa, salía corriendo a buscar a mis amigos para ver como podía conseguir dinero y dónde tenía que ir a robar».
Cuando volvió a la cárcel, los catequistas fueron a ver a los presos y celebraron con ellos la Eucaristía. En la mitad de la celebración, entraron dos guardias para avisar a Pasquale de que era libre, podía salir ya de la cárcel. «El capellán y los catequistas me invitaban a irme porque era libre, pero yo insistía en que quería terminar la Eucaristía. Y los guardias me decían que estaba loco porque nunca habían visto a nadie que no quisiera salir de la cárcel», ríe Pasquale. Cuando por fin salió, ante él se presentaban el camino del bien y del mal, y Pasquale eligió. Empezó a caminar en la décima comunidad de San Giacomo, a pesar de que tenía muchas dificultades porque vivía lejos y muchas veces le faltaba dinero para la gasolina. Otra manera más de experimentar la providencia de Dios.
Pasquale se confirmó para poder casarse por la Iglesia. Uno de sus catequistas fue su padrino en ambas celebraciones. «El día de nuestra boda fue precioso, realmente sentía que Jesucristo venía a atarme con más fuerza a mi mujer, a la que yo había hecho sufrir tanto cuando me drogaba. Ahora me daba la posibilidad de tener una familia cristiana en el verdadero sentido de la palabra».
«Empecé a trabajar recogiendo la basura por la noche con una empresa privada, aunque al poco tiempo me quedé en el paro. Más tarde encontré un puesto de albañil que para mí era agobiante, porque tenía que levantarme por la mañana muy temprano y sufría mucho por el cansancio, porque yo nunca había trabajado así. Cuando vendía droga trabajaba menos y ganaba mucho más, pero el Señor me hizo entender poco a poco que solo Él era importante, y que tenía que trabajar para alimentar a mi familia, y poder anunciar Su amor también a mis compañeros», explica Pasquale.
«Quiero dar gracias al Camino Neocatecumenal porque si no lo hubiese conocido, estaría todavía vendiendo droga, estaría todavía haciendo daño a la gente. Pero el Señor ha sido bueno y es el único Padre que me ha querido con todos mis pecados», concluye.
Tiempo después, Pasquale fue llamado a juicio por una vieja historia de droga. Esta vez no tenía miedo de volver a la cárcel, aunque lo sentía por su familia y por su comunidad. «El Señor me mostró su gran paternidad también en este hecho, no dejándome solo: al proceso vinieron también los hermanos de mi comunidad que, mientras esperaban, se pusieron a rezar conmigo a pesar de toda la gente que había. Gracias a sus oraciones y a la ayuda del Señor, el Juez me dijo que era libre y que no tenía que volver a la cárcel». Después de muchos años de Camino, el Pasquale que era conocido en el barrio por robar y vender droga, es hoy conocido porque ahora sólo le ven hablar de Jesucristo. «¡De hecho, algunos de mis amigos de infancia con los que robaba están viniendo ahora a escuchar las catequesis!».
«He experimentado la alegría de tener otros dos hijos más, de sentirme realmente padre y de hacer entender a mis hijos que siempre me equivoqué en la vida, pero que hoy está Jesucristo, que me ha aceptado con todos mis pecados, y que siempre está Dios Padre que provee para nosotros», finaliza contento Pasquale.