Para poder contar su testimonio, "Juan", joven hondureño, tiene que dar un nombre falso, por motivos de seguridad.
Cuando tenía 7 años, su padre murió. Aunque su madre siempre trató al niño con cariño y cuidado, nada llenó el vacío causado por la ausencia de padre. Se convirtió en un niño rebelde e indisciplinado. La escuela llamaba con frecuencia a la madre para explicar los líos en los que se metía el niño.
En la adolescencia empezó a juntarse con malas compañías y a consumir drogas, como un “juego inocente” buscando la aceptación de otros muchachos.
La curiosidad lo llevó a probar marihuana, combinándola con alcohol. Luego probó el crack, mucho más peligroso y adictivo.
Como tantos adictos, recurrió a la mentira frecuente para conseguir dinero para comprar la droga. Decía que su madre estaba enferma o que él era un padre soltero, y no tenia cómo alimentar a su hijo.
Cuando este método dejó de funcionar, dio el paso al robo e incluso al atraco. Recuerda que su primer atraco fue en un negocio en Comayagüela, Honduras.
Una noche, estando en su cuarto, sumamente drogado, llegó a la conclusión de que tenía que cambiar.
Ingresó como interno en el Proyecto Victoria, un proceso de desintoxicación que duró 5 meses. Al acabarlo, se sentía curado. Quiso ponerse a prueba, fue a tomarse una cerveza después del trabajo... y volvió a caer en la adicción.
Pasó de trabajo en trabajo. Buscaba atender en máquinas registradoras, servir junto al dinero, para hacer pequeños hurtos, con los que poder drogarse y emborracharse. Cuando le descubrían, le despedían.
Intentó dejarlo. Buscó ayuda en el Hospital Psiquiátrico Mario Mendoza. Fue un proceso muy duro. Los días y noches eran eternos, las pesadillas y alucinaciones eran diarias. “El cuerpo te tiembla, las manos te sudan y te das cuenta realmente en lo que te has convertido”, explica.
Cuando le dieron de alta, esta vez apostó por Dios. Primero empezó a acudir a un grupo de oración de la Renovación Carismática Católica. “Durante algún tiempo asistí a las reuniones y me gustó, pero mi estadía allí sería corta porque después pasé a una comunidad neocatecumenal, donde Dios me ha mostrado su misericordia, en la aceptación y aprecio por parte de ellos”, señala.
“Yo decía que Dios no existía, pero ahora me doy cuenta de que lo que estaba atravesando fue una prueba, porque debido a mi tipo de vida, estuve varias veces cara a cara con la muerte, y si Él me dejó vivo es por alguna razón”.
Los amigos con los que se trató en su época de drogas y crímenes, dice, "ya no están entre nosotros, porque el destino les pasó la factura”, concluye.
Hoy, después de dos años sin beber ni drogarse, estudia "Contaduría Pública" en una universidad hondureña. Vive muy agradecido con Dios porque ahora tiene una vida normal.
Dice que Dios le ha dado la fuerza y valentía para poder pedirles perdón a las personas que tanto lastimó cuando anduvo en las drogas.
En su testimonio en el Semanario Fides, quiere dirigir un mensaje a los jóvenes: “Yo les digo a los muchachos que no están en las drogas que si tienen algún problema o algo que les molesta o les cause daño, que hablen con sus familias, que son los únicos que estarán con ellos hasta el final".