"Crecí con una gran frustración, porque mi papá desde muy chiquito me decía: “¡vos no servís para nada, vos no vales nada en la vida!”, pero yo a él lo amo mucho y a mi madre que sufrió tanto por mí, también la amo”.
Aunque de pequeño iba a la iglesia y comulgaba y se confesaba, al crecer dejó los sacramentos y empezó a relacionarse con malas compañías.
El alcohol, la marihuana y la noche se convirtieron en sus hábitos. "Yo llegaba a trabajar, como normalmente decimos aquí, con un puro de marihuana en la cabeza” lamenta. “No me importaba nada”.
“Consumí resistol, tiner y marihuana”, detalla. “Probaba todo lo que me encontraba en el camino. Conocí a alguien que tenía buenos vehículos y siempre estaba rodeado de bellas mujeres y de repente yo ya estaba inhalando cocaína. Hasta la llegué a vender, aún siendo novio de mi actual esposa".
En dos ocasiones ayudó a que dos jóvenes abortaran a los hijos que él había engendrado. “Yo les decía: ¿cómo te voy a mantener? A mí hoy me duele eso. Son heridas que han costado que sanen”, comenta, mirando a la pequeña Camila Valentina, su hija, un pilar en su vida actual.
“Llegó un momento en el que estaba sumergido en la drogadicción y veía que no podía salir de ese mundo. Mi mamá siempre me invitaba a asistir a misa. Me encontraba a mi mamá siempre en las madrugadas, llorando, esperándome y me decía: hijo, no me hagas esto. Pasaban los días, meses, años y siempre la encontraba en aquel sofá”.
Por la insistencia de su madre, empezó a asistir a misa, pero borracho. Su cuerpo estaba en el templo, su mente perdida en los efectos del alcohol.
Hasta que llegó el momento que cambió su vida.
“Un sábado mi mamá me invitó a misa. Ese día tenía planes para ir a beber con mis amigos. Era Pentecostés. Yo no puse nada de atención durante la celebración. Pero cuando el padre Víctor Ruíz pasó bendiciendo cada una de las bancas con Jesús Sacramentado, yo sentí algo diferente en mí. Me sentía bastante raro".
Esa noche, desafió a Dios.
"Esa noche no salí con los amigos y me encerré en el cuarto y reté a Dios: ¡Señor, si Tú verdaderamente existes, yo quiero sentir tu presencia en este momento! En ese momento mi cuerpo se empezó a estremecer. Le grité a mi mamá porque sentía miedo. Cerré mis ojos".
David entendió que era Dios, que respondía a su reto.
"Sentía el llamado de Dios. Llamé llorando a mi esposa y le dije: amor, el Señor está con nosotros”, recuerda.
A los pocos días se le contó a su madre y le prometió “donde usted me invite allí estaré”. Y empezó a participar en los retiros del Movimiento Juan XXIII, un movimiento de evangelización nacido en Puerto Rico durante el pontificado de ese Papa, bastante extendido en el Caribe y América Central.
David Cáceres dejó el mundo de las drogas y la noche. Hoy se apoya en la Iglesia, la fe, el amor de su madre, el soporte y ayuda en su esposa Ivin y el cariño hacia su hijita Camila, viviendo una vida nueva.