Científica, escritora y dueña de una arrolladora personalidad, Rita Levi Montalcini ha sido sin duda una mujer comprometida y perseverante en sus ideales.
Cuando el pasado 30 de diciembre fallecía en Roma a los 103 años de edad, la Santa Sede mostraba también su pesar por la pérdida de la célebre investigadora a través de su portavoz, Federico Lombardi, que se refirió a ella como “una figura eminente, no solo por sus altos méritos científicos, sino también por su compromiso civil y moral que la convirtieron en una inspiración para la comunidad italiana e internacional”.
Nacida en Turín, en el seno de una familia judía, Rita Levi se consideró siempre atea, pero el suyo ha sido un ateísmo sui generis. Afirmaba creer en el mismo Dios en el que creían Einstein y Spinoza, una creencia basada siempre en sólidos principios éticos, con los que fue siempre coherente.
“Aún declarándome laica o mejor, agnóstica y librepensadora, envidio a quien tiene fe y me considero profundamente “creyente” si por religión se entiende creer en el bien y en el comportamiento ético: si no se persiguen estos principios, la vida no merece la pena ser vivida”, explicaba en una entrevista en el año 2006.
Desde muy joven decidió entregar su vida a la Ciencia, en concreto al estudio de la neurobiología, y en 1986 recibió el premio Nobel de Medicina por su descubrimiento del llamado Factor de Crecimiento Nervioso, gracias al cual se demuestra que el cerebro puede “regenerarse”, un descubrimiento clave para la prevención del Alzheimer.
Miembro de las más prestigiosas academias científicas internacionales, fue la primera mujer admitida en la Pontificia Academia de las Ciencias, en 1974, y, según sus propias palabras, “tuve una buena relación con Pablo VI y con Wojtyla, también con Ratzinger, aunque menos profunda que con Pablo VI, al que estimaba mucho. No la tuve en cambio con aquel considerado el Papa Bueno, Roncalli (Juan XXIII), que para mí no era bueno, porque era muy amigo de Mussolini y cuando comenzaron las leyes antifascistas dijo que había hecho un gran bien a Italia”.
Su admiración por el Pontífice quedó patente cuando en 2008 algunos docentes de la Universidad de La Sapienza en Roma firmaron una carta para impedir que el Papa inaugurara el año académico. Alguien lanzó el bulo de que Rita Levi había firmado dicha carta y ella reaccionó de inmediato: “En calidad de miembro de la Pontificia Academia de las Ciencias y de la admiración que profeso hacia el Pontífice, no habría expresado jamás lo que se me atribuye. Estoy muy lejos de asumir una actitud en contra de Benedicto XVI”.
Como judía, Rita Levi vivió el drama de la persecución nazi. Trabajó como ayudante del famoso histólogo italiano Giuseppe Levi hasta que en 1938 Benito Mussolini publicó el célebre “manifesto” que prohibía a toda persona judía acceder a alguna carrera académica o profesional.
Rita se recluyó entonces en su habitación, donde montó un pequeño laboratorio: “Los jóvenes de hoy ignoran casi por completo todo aquello, y a veces no creen que el Holocausto ocurrió verdaderamente. A mí me parece que recordar las tragedias que ocurrieron hace casi un siglo es absolutamente necesario y útil, sobre todo para no repetirlas. Es necesario liberar al hombre de la obsesiva cortesía hacia los individuos con un fuerte carisma y privados de moral, como todos aquellos que dirigieron las tragedias de mediados del siglo pasado: Hitler, Mussolini, Stalin, Mao... En mi caso, no siento rencor personal; sin las leyes raciales, que determinaron que los judíos éramos una raza inferior, no hubiera tenido que recluirme en mi habitación para trabajar, en Turín y luego en Asti, en el que fue un tiempo tan fructífero para mi investigación. Nunca me sentí inferior por eso”, reconocía.
Allí, en su encierro investigador obligado transcurrió toda la Segunda Guerra Mundial hasta que en 1946 aceptó una invitación de la Universidad de Washington, donde finalmente se quedó 30 años y donde realizó la mayoría de su trabajo científico por el que acabaría recibiendo, junto a Stanley Cohen, el premio Nobel de Medicina.
Junto a su hermana Paola, Rita Levi creó en 1992 la Fundación Levi Montalcini que ofrece becas de estudio a jóvenes africanas para que renueven la vida científica y social de sus países de origen: “La vida tiene valor si concentramos la atención no solo en nosotros mismos, sino en el mundo que nos rodea; la parte más importante de nuestro cerebro tenemos que utilizarlo para ayudar al resto, no solo para hacer descubrimientos”, afirmó en una de sus últimas lecciones de altruismo científico.
Descanse en paz Rita Levi, la mujer que demostró con el ejemplo que “el cuerpo se arruga, pero no el cerebro”. Y, cabría decir, mucho menos el espíritu.